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SOCIEDAD | 25-11-2014 19:30

El éxito como condena

En el 2014 el rating de Tinelli fue el más flojo de los últimos ocho años. El factor oso Arturo y el mito de los 30 puntos.

Mientras la mayoría de los programas subsisten cómodos con modestos índices de audiencia, “ShowMatch” inquieta al sistema apenas se mueve un poquito de esa marca a la que mayoría no llegará jamás. El 2014 fue el más flojo para Tinelli de los últimos ocho años. Sin importar que siga convocando más público que sus competidores de horario y a veces hasta más que el resto de la programación, apenas baja salen a recordarle que él es un tipo condenado al éxito.

Ocurre que la marca mejor de la temporada anterior o la excepcional del show inaugural, estratégicamente agitada para atraer a anunciantes y comentaristas, es la que queda en la mente de esos que repiten la excepción como si fuera regularidad. Y así se construye el mito del programa de 30 puntos de rating, que es la contracara del fracaso cuando araña los 20. Su propio récord de 40 puntos solo fue superado una vez, cuando la emisión cumplía 20 años. Ocurrió en el 2009 del tan mentado Gran Cuñado, que fue también el año de promedio de audiencia más bajo.

Los números delatan varios mitos y plantean unas cuantas hipótesis. Por lo pronto, cantan que al público de “ShowMatch” le gusta mucho más el despliegue escénico y artístico que la pelea de vedetongas o la parodia de los políticos. Pero claro, es más caro y no se puede todos los días. Tampoco hay evidencia del gusto de los televidentes por los culos y tetas, como acusan las custodias de la cultura que para indignarse victorianamente ni siquiera necesitan ver el programa. Si lo vieran sabrían que hace años que el show viene deserotizándose y no sería raro que fuera a pedido del público que Tinelli pasó de cortar polleritas a tuitear fotos bañando a su bebé o saludando al papa Francisco.

El mayor mérito de Tinelli es que no teme probar en vivo y en directo y hacer uso del margen de error que se ganó todos estos años para ver con qué sigue. Entonces pone a la troupe a bailar, patinar, cantar, a hacer gracias a cámara o a contar su desgracia, a jugar al fulbito, al básquet, a la guerra de tortas, a contar un chiste o su chisme, lo que pinte. Todo mientras pone a trabajar al público de productor invitado para que decida cómo continua el espectáculo. Un caso raro en un sistema de medios que puede persistir años en los mismos errores.

Como la última temporada, el maratón de chicos en zapatos de mujer había levantado un poco la medición, este año incluyó el baile masculino en tacos altos pero no pasó nada. Antes bien, la pegó con los ritmos nac&pop, y más que el perreo hot del reagetton, la audiencia se encantó con la chacarera bailada con pollerones. Y así fue como el mismo día que los apocalípticos de siempre se escandalizaban por su premio de personalidad destacada de la cultura, Tinelli ponía en su pista 16 bailarines de tango que mostraron una puesta que pocos tienen posibilidades de ver si no es por la tele. Y arrasó la milonga.

Las expectativas que tantos tenían en las imitaciones a políticos fueron derribadas por simplones pasos de comedia de los graciosos de turno. El problema del programa son algunos cachivaches del jurado que no piensan más allá de la pista de baile y mientras premian a Jésica Cirio que es más aburrida que una almeja. Por suerte quedan el Bicho Gómez y Anita Martínez resistiendo el embate para dar la cuota semanal de frescura que salva la noche. Y el último manotazo al oso Arturo, que volvió después de unos meses de ausencia, para dar un toque de naif pugilato.

Dice el especialista en medios colombiano Omar Rincón que el entretenimiento devino en macrodiscurso contemporáneo y que todo tiene que ser divertido, la pareja, la política, la escuela: “Entonces vamos a buscar las claves de cómo uno debe ser divertido y ahí encontramos que el aparato que pone énfasis en el entretenimiento es la televisión”. El Ministerio de Cultura de la Nación que ahora se volvió marca y concepto y se hace llamar Cultura, a secas, anda poniendo carteles en los museos que dicen: “Aquí se cultiva, se cocina, se comparte, se exhibe, se proyecta, se cuenta, se siente”. O es que, como dice Rincón, también la cultura quiere parecerse a la televisión o estaría confirmando como parte de ella un programa que ofrece no menos de cinco de las seis acciones culturales que llevan el sello oficial. Y que consigue, cada temporada, que un quinto de las audiencias, parezca mayoría.

* Analista de medios.

por Adriana Amado*

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