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DEPORTES | 22-12-2014 22:44

Cómo volar sobre el agua

Una nueva categoría impone su estilo: trabajo en equipo y barcos “clonados”.

Esto es lo que debe sentir un pájaro cuando se lanza al ras de la superficie del río. Por momentos, inclusive, en forma literal. Porque, claro, los veleros de competición navegan todo el tiempo escorados –inclinados, para los ignorantes como quien suscribe, que a duras penas distinguen babor de estribor– en respuesta a ciertas leyes de la física que, para el no-iniciado, está más cerca de la magia negra que de la vulgaridad del mero transporte.

Porque, sí, algo de eso tiene subirse a un velero para una regata: magia. Siete hechiceros en shorts, gorritas y protector solar factor cincuenta tripulan cada una de las embarcaciones de la flamante clase S33. En los momentos críticos, la mitad están sentados sobre la borda, del lado en que la embarcación se despegó del agua, con las patitas colgando hacia afuera. En el aire. Con el Río de la Plata salpicándoles las zapatillas y el viento engordando las velas.

Desde la popa del “Cinque”, uno de los veleros de la categoría –que, a la sazón, se coronó ganador del último campeonato, corrido del 6 al 8 de diciembre, con lo que se coronó campeón anual de la clase–, verlos trabajar es un extraño honor para el cronista, que viaja como invitado y que, así y todo, no puede evitar ser parte de la carrera: cada vez que la embarcación gira (y una de las bandas vuelve al agua para que se levante la otra) debe cambiarse de lado y volver a dejar las piernas suspendidas sobre el agua. Un trabajo a mitad de camino entre ser un testigo privilegiado y un lastre humano.

Todos igualitos. La S33 Sailing Class nació en el 2011 de la mano del arquitecto naval Javier Soto Acebal, que diseñó el barco. Con diez metros de eslora y 2.250 kilos de desplazamiento, el velero se caracteriza por ser muy liviano y sencillo de tripular, aunque las rutinas y tácticas a bordo son muy similares a las de las grandes categorías de la náutica internacional.

La embarcación cuenta con tres velas: una vela mayor de poco más de 40 metros cuadrados, un genoa de casi treinta y un impresionante “spinnaker” de 126 metros cuadrados. Los tripulantes lo llaman “el globo” y se utiliza para navegar en el mismo sentido que el viento. Lo cual, en esa ciencia que implica la vela, nunca es del todo así. Una explicación breve de lo que para este lego parece brujería: un velero no puede navegar ni a favor ni en contra del viento. Debe buscar ángulos para embolsar el viento en las velas y lograr propulsión. Por eso, en una regata, se avanza en zig-zag. Depende del “táctico” –uno de los siete tripulantes– elegir hacia qué lado se debe virar y en qué momento para desarrollar velocidad.

Cuando el “globo” se infla, verlos mover semejante vela de un lado al otro para cambiar de ángulo es parte de una coreografía titánica que luce agotadora pero que, a la vez, estos hombres parecen estar disfrutando a pleno.

Todos los veleros de la categoría son exactamente iguales, por lo que la única variable que afecta el resultado de una regata es la calidad de su tripulación. Inclusive el reglamento de regatas es especialmente estricto, para asegurarse de que todas las embarcaciones compitan en igualdad de condiciones. “Los barcos son tan parejos y las tripulaciones tan habilidosas que son los detalles los que hacen la diferencia. A lo largo de este año, grandes nombres de la náutica argentina se subieron a los barcos de la clase y cada uno desde su lugar contribuyó a mejorar la manera de navegar. Así se logró llegar a un nivel de competición superior”, afirma Manuel Schmidt-Grynbaum, tripulante e impulsor de la categoría.

Las competencias de S33 están pensadas para amateurs, por lo que la tripulación solo admite dos profesionales a bordo. El resto, solo amantes de la náutica, llevando a estas tablas de surf sobredimensionadas a velocidades que pueden superar los catorce nudos (que son poco menos de treinta kilómetros por hora; poco para el hombre acostumbrado al vértigo de un taxi porteño; muchísimo para el agua, más aún con el viento en la cara y los pies suspendidos en el vacío).

Made in Argentina. Todo el diseño y la construcción de los S33 es local. El casco se construye en un astillero en La Plata y los mástiles se fabrican en Ushuaia. Cada embarcación cuesta unos 150.000 dólares. Por supuesto que, como todo deporte amateur, el gran problema que enfrentan es el de conseguir sponsors para financiarse, aunque ya hay un banco y una marca de aperitivos –entre otras– que han apostado a poner sus logos en cascos y velas. De todos modos, la inversión es más a largo plazo: la promoción de la categoría busca internacionalizarla, lo cual no solo resultaría en un mayor atractivo para los auspiciantes, sino también en abrir la industria nacional al mundo; en poder exportar los barcos construidos en el país.

Por lo pronto, y como actividad amateur, navegar un S33 es un gran ejercicio, no solo para el cuerpo, sino también para la disciplina mental que requiere un buen trabajo en equipo. Como una metáfora de lo que sucede en cualquier equipo de trabajo en una empresa, el yachting requiere de coordinación, respeto por las jerarquías y división específica del trabajo según las distintas especialidades (no es lo mismo timonear, diseñar las tácticas u operar las velas). En el agua, las tripulaciones son en extremo competitivas. Nadie le regala un centímetro de ventaja a nadie y, en las maniobras más ajustadas –al dar la vuelta alrededor de una boya, por ejemplo– las embarcaciones llegan a pasar, a alta velocidad, a apenas centímetros unas de otras, provocando la taquicardia del periodista invitado y demostrando en forma empírica por qué se jactan de ser “la Ferrari del río”.

Entre la misma tripulación, inclusive, en los momentos de mayor tensión, puede intercambiarse a los gritos algún recuerdo de la madre o la hermana del compañero. Pasa en las mejores familias, es parte de la adrenalina que corre cuando se exige al barco y a la tripulación al máximo. Como en cualquier otro equipo de trabajo.

Pero ese espíritu aguerrido se queda siempre en el agua. Al volver al muelle, la cerveza inunda el “tercer tiempo” y los ánimos inflamados se reservan. Hasta la siguiente regata.

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por Diego Gualda

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