Bobbi Kristina “Krissy” Brown (21) va a morir. De hecho, los médicos ya han diagnosticado la muerte cerebral –según informa un surtido de medios norteamericanos pendientes de los devenires de la farándula– de la hija del hiphopero Bobby Brown y de la difunta diva de la balada soul, Whitney Houston. El sábado 31, Bobbi Kristina fue hallada por su pareja, Nick Gordon, en la bañera de su residencia en Atlanta, Georgia, con síntomas de lo que nadie se atreve a confirmar en voz alta: una sobredosis.
La coincidencia –o no– es tétrica: su madre también murió, víctima de sus propios excesos, en la bañadera de un hotel de Beverly Hills, en febrero del 2012.
Aún cuando fuentes cercanas a la familia insisten ante la prensa en que ya no hay vuelta atrás, que el daño cerebral es masivo e irreversible, su padre ha confirmado que no tiene ninguna intención de pedir que desconecten a su hija del respirador artificial que la mantiene con vida. Por lo pronto, familiares y amigos han iniciado ya toda una procesión hacia el hospital donde se encuentra internada para “despedirse”. Una misa de cuerpo presente, llevada al extremo.
Los que mejor preparados parecen estar para el desenlace son los abogados. La representación legal de Bobby Brown, el padre, ya dejó trascender a la prensa rosa americana que habrá conflicto con Nick Gordon, tras la muerte de Bobbi Kristina. Según un reconocido portal de noticias, Gordon y la hija única de Whitney Houston no estarían legalmente casados, por lo que el futuro viudo no tendría acceso a la herencia de mamá Whitney que, en su momento, engrosara el patrimonio de Bobbi Kristina.
Nacida el 4 de marzo de 1993, “Krissy” Brown ganó notoriedad, más allá de por su genealogía, tras una media docena de apariciones televisivas, incluyendo la entrega de los Premios Billboard del 2002 y dos ediciones del programa de Oprah Winfrey. Además, en varias ocasiones, cantó en vivo con su madre, en diferentes conciertos.
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