Friday 29 de March, 2024

MUNDO | 07-02-2015 01:18

Un drama de novela

Confrontación entre armenios y turcos: la telenovela que es un éxito inesperado y el plan de Erdogán para limpiar la imagen de su país.

Sienten que a esta batalla contra la nación armenia, Turquía no la libra con fusiles Máuser, espadas y bayonetas, sino con los ansiados besos que no llegan entre Onur y Sherazade.

Sienten que los jenízaros de este tiempo son los personajes de la telenovela turca que hace capote en la Argentina. Sienten que el encanto enigmático de “Las Mil y una Noches” tiene un objetivo siniestro: limpiar al país donde ocurrió el primer genocidio del siglo XX. Y se desesperan porque no saben cómo enfrentar la seducción de una historia de amor; cómo defenderse de la mirada triste y culposa de Onur y del encantador recato de Sherazade.

Las entidades armenias que cuestionan la novela que causa furor en la teleaudiencia se lanzaron a una pelea perdida de antemano. El campo de batalla es la hermosa ciudad atravesada por el Bósforo, con el exotismo de sus minaretes y bazares mezclado con la torre Galata y los rascacielos de una modernidad imponente. La belleza de Estambul y de su gente inunda la Argentina a través de la televisión.

Los dirigentes de la comunidad armenia saben que estos jenízaros del actual “sultán” no son las bestias sanguinarias que degollaban gente inerme en la Anatolia Oriental, ni los crueles marinos que arrojaban personas vivas a las aguas del Mar Negro. No saben cómo enfrentarlos, pero intuyen que salieron al mundo para tapar con sus encantos el grito de la diáspora armenia que denuncia el genocidio perpetrado por Turquía hace cien años.

No se equivocan al sospechar que el gobierno del presidente Erdogán financia, directa o indirectamente, producciones televisivas para cambiar la imagen del país surgido de las ruinas de un imperio, que ahora vuelve a ser potencia.

En lo que se equivocan las entidades armenias es en el intento de impedir que salga al aire la telenovela que tiene embobada a la teleaudiencia argentina. Si lograran que el Canal 13 deje de emitir “Las Mil y Una Noches”, la parte de esa gran teleaudiencia en la que predomina el cholulismo y la insensibilidad histórica, se indignaría y tomaría antipatía hacia la comunidad armenia.

Otros muchos, sin ser insensibles ni ignorantes, podrían considerarlo una modalidad de censura. Al fin de cuentas, a Erdogán se le puede cuestionar un giro hacia el autoritarismo y la intolerancia religiosa, pero no que promueva con producciones televisivas la imagen de su país.

Lo que fundamentalmente se le puede cuestionar es que haya continuado con la doctrina negacionista que intenta dejar impune el genocidio armenio.

Las Mil y Una Noches” muestra el esplendor de esa ciudad que se llamó Constantinopla y también Bizancio, y que hoy se llama Estambul; capital de imperios cristianos y musulmanes cuyos actuales habitantes son abiertos y cordiales, pero también son parte de una sociedad que arrastra una deuda con la historia: reclamarle al Estado turco la admisión del “Medz Yeghern”, la “gran catástrofe” que provocó el panturanismo, ideología que propugnaba la homogeneización étnica y religiosa del imperio.

Desde la caía de Mehmet VI, último sultán otomano, todos los gobiernos han sido, por su silencio, cómplices de las deportaciones en masa y del exterminio de un millón y medio de armenios; además de cientos de miles de kurdos, serbios, griegos pónticos y asirios.

Clases dirigentes, intelectuales, artistas y la sociedad en general también prefieren mirar para otro lado en lugar de exigir que se eche luz sobre aquel oscuro capítulo de la historia. Un capitulo que comenzó sobre finales del siglo XIX, con las llamadas “masacres hamidianas”, pogromos contra las comarcas armenias del oriente de Anatolia y contra los cristianos balcánicos, por orden de Abdul Hamid II.

La caída del llamado “sultán rojo” por el movimiento de los “Jóvenes Turcos”, en lugar de poner fin a las matanzas, hizo que se planificaran y sistematizaran, logrando la aniquilación en masa que reclamaba el panturanismo para homogeneizar el imperio.

Cientos de miles de armenios fueron fusilados en ciudades y aldeas de Anatolia, o arrojados al Mar Negro y al de Mármara. Otros cientos de miles fueron empujados al desierto de Alepo, donde la mayoría murió por hambre y sed, antes de llegar a Siria para iniciar la diáspora que dispersó la nación armenia por el mundo.

La caída de Mehmet VI en 1923 marcó el final del genocidio y el comienzo de república. Pero la Turquía moderna que creó Ataturk no fue fundada sobre la verdad, sino sobre la negación de aquel inmenso crimen de Estado.

Los partidos ataturquistas que consolidaron la república secular y gobernaron hasta iniciado el siglo XXI mantuvieron el silencio sobre la aniquilación de los armenios y de los serbios, kurdos, asirios y griegos que habitaban el viejo imperio.

Era esperable que los islamistas –partidarios de que la moral religiosa vuelva a guiar al Estado– no usarían su moralismo solo para imponerles velo a las mujeres y otras restricciones contra las costumbres liberales, sino también para privilegiar la verdad sobre la mentira y confesar la culpa que oscurece la historia de Turquía.

Admitir la sistematización del exterminio y las deportaciones en masa de los armenios y otras etnias cristianas, redimiría a una nación que brilla en la actualidad, pero arrastra los crímenes de un pasado oscurantista.

Se puede decir que Alemania admitió el genocidio de judíos y gitanos porque perdió la Segunda Guerra Mundial, igual que Japón con las atrocidades cometidas por el ejército imperial en China, Corea, Filipinas y Birmania. Pero al iniciador de las masacres, el sultán Abdul Hamid II, no lo denunciaron sus vencedores sino que avanzaron de las matanzas al genocidio, y el Estado otomano que perpetró la aniquilación en masa perdió la Primera Guerra Mundial y luego fue abolido por Mustafá Kemal Ataturk, sin que la nueva república asuma la Gran Catástrofe. Y cuando los islamistas de Abdulá Gül y Erdogán sacaron el poder a los laicos, mantuvieron el negacionismo.

Un siglo después, los armenios de la diáspora siguen luchando por la verdad histórica. Y, al cumplirse cien años, sienten que una novela turca hace cabeza de playa para el posterior desembarco de Recep Tayyip Erdogán en su primera visita a la Argentina.

Sus entidades comunitarias se equivocan en la forma, pero no en la sensibilidad que los moviliza contra Turquía, el país esplendoroso que retrata la novela de Onur y Sherazade.

Allí no aparece el silencio social ante asesinatos como el de Hrant Dink, por su lucha para que los turcos puedan leer y debatir los sucesos de 1915.

En la deslumbrante Estambul, como en el resto del país, solo unos pocos alzaron la voz en favor del escritor Orhan Pamuk cada vez que lo juzgaron, encarcelaron o amenazaron por denunciar el genocidio.

por Claudio Fantini

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