Friday 29 de March, 2024

MUNDO | 15-03-2015 06:11

Decime qué se siente

Entre el estancamiento y el escándalo de Petrobras, Dilma Rousseff en la cuerda floja. ¿Culpable de todos los males o chivo expiatorio?

Parece un castigo excesivo. De repente, Dilma Rousseff aparece como la culpable de todos los males. La atacan desde la izquierda, desde el centro y desde la derecha. Como si fuese ella la única responsable de que Brasil se arrime a los umbrales de la recesión, además de la autora y beneficiaria del esquema gigantesco de corrupción montado sobre Petrobras.

Un cacerolazo atronador estalló minutos antes de que iniciara un discurso por cadena nacional. Días después, su partido protestó en las calles contra “el ajuste” y otras fuerzas convocaban manifestaciones callejeras contra la corrupción del gobierno.

En el medio, merodea en crónicas y editoriales la idea de un juicio político o una renuncia anticipada. Sin dudas, una total desmesura; la catarsis descomunal de un país que suele sorprender con desplantes impensados en momentos inesperados. ¿Alguien hubiera imaginado acaso que se iban a ver en Brasil protestas multitudinarias contra un mundial de fútbol?

Por cierto, la economía está mal y el escándalo de Petrobras es de dimensión oceánica. Pero está a la vista que el PT, su socio de centro-derecha PDMB, el resto del arco político, además de los estamentos empresarial y sindical, están usando a la presidenta como chivo expiatorio para exorcizar sus propias culpas y responsabilidades en la deriva ética y económica del país.

Como los pueblos antiguos que sacrificaban animales o personas para calmar a los dioses, Brasil parece colocar a Dilma en el altar sacrificial para conjurar el mal de la recesión y la epidemia de corrupción que carcome su principal empresa. Y quienes ofician de sacerdotes en el oscuro ritual, procuran expiar sus propias culpas y responsabilidades, endosándolas a la atribulada mandataria.

Por supuesto que sacrificar a Dilma no devolverá el crecimiento económico como por arte de magia, ni pondrá fin a la cultura de la corrupción que rige la política del gigante sudamericano.

El estancamiento que amenaza con volverse recesión muestra que, sin más niveles de inversión privada, es insostenible un nivel de gasto público que podía sobrellevarse con los precios de las materias primas por el cielo, pero en modo alguno cuando esos precios empiezan a aterrizar; mientras que la corrupción ha sido el combustible con que funcionó el PT desde que Lula asumió la presidencia, con José Dirceu como mano derecha.

La corrupción no está en Dilma Rousseff, sino en su partido.

En términos éticos, la presidenta está más cerca de su par chilena que de su par argentina.

Por el millonario crédito que consiguió indebidamente la nuera de Michell Bachelet, su hijo pidió públicamente perdón y fue inmediatamente expulsado del gobierno y del Partido Socialista.

En Brasil, ningún otro presidente echó tantos funcionarios vinculados a casos de corrupción, como Dilma Rousseff. Bastaba que la sospecha fuese seria para que la jefa del Planalto, al revés de su mentor y antecesor, exigiese salir de la función pública. En las antípodas, Cristina Kirchner mantiene en sus cargos y defiende a funcionarios que, además de sospechados, pueden estar imputados y hasta procesados. De ese modo, lo que logra es quedar ella bajo sospecha porque, en la política, el encubrimiento suele ser para ocultar manchas propias.

Por eso oscurece al gobierno la defensa inquebrantable de Boudou y el hecho de que ni siquiera se haya cuestionado públicamente las tratativas que, a la sombra del poder, hacían funcionarios y dirigentes kirchneristas con Irán.

Bachelett no encubrió a su propio hijo, del mismo modo que Dilma Rousseff no intentó obstaculizar las acciones judiciales contra dirigentes propios y ajenos en el escándalo de Petrobras ni en los anteriores casos que sacudieron su gobierno.

En cuanto al estancamiento de la economía –y las devaluaciones y ajustes que la presidenta de Brasil implementa para reactivarla– la diferencia con Chile es que la economía trasandina tiene más resto frente a la caída del precio del cobre, su mayor materia prima de exportación; mientras que la diferencia con Argentina es que Cristina posterga, generando deuda principalmente con China, lo que Dilma asume devaluando y bajando el gasto.

El mérito no es no devaluar, sino impedir el retraso cambiario; del mismo modo que el mérito no es no ajustar, sino lograr que la inversión sea directamente proporcional al gasto.

La jefa de la Casa Rosada endosa a próximos gobiernos lo que la jefa del Planalto intenta resolver ahora. ¿Tendría Dilma menos quejas y protestas si disimulara el déficit con deuda, para no tener que devaluar ni hacer ajustes?

En Argentina, un presidente ayudó a que la misma persona a la que había vendido el Banco provincial de Santa Cruz, adquiriera una parte de YPF sin pagar a Repsol con dinero sino, aparentemente, con disminución de las obligaciones de reinversión, generando una de las causas de la crisis energética.

Si Rousseff estuviera sospechada de algo parecido, le habría caído un “impeachment” como el que sacó del poder a Fernando Collor. Al menos eso sugiere que esté pasando las de Caín por cuestiones en las que ni siquiera está sospechada.

Dilma parece atrapada en la trama de una novela. La joven que quiso cambiar el mundo por las armas y terminó encarcelada, encontró en su cautiverio un tesoro. Pero no como el del mapa que llevó a Edmond Dantés a la isla de Montecristo en la novela de Dumas, sino un tesoro literario. Leer a los grandes clásicos en la penumbra de su celda le aportó otra mirada para entender al hombre y la sociedad. Por eso salió de la cárcel con una energía lúcida y arrolladora. Esa energía la convirtió en una Dama de Hierro de la centro-izquierda brasileña. Como jefa de Gabinete de Lula, fue resistida por sus pares en el gobierno, pero aquel presidente apreciaba la calidad de esa vigorosa funcionaria.

En el segundo gobierno del PT, muchos cayeron por intentar enfrentarla. Era una “forward” que tacleaba para mantener su equipo a la ofensiva. Su cuerpo robusto y su rostro desangelado acompañaban bien el estilo con que se abrió camino hacia la presidencia. La energía y los buenos resultados la acompañaron en el primer mandato, pero el segundo se parece a una cuerda floja en la que tambalea.

Es cierto que su conducción fue errática desde que el viento de cola mundial dejó de inflar las velas de la economía brasileña. Pasó de un ensayo populista que fracasó velozmente al nombramiento de Joaquim Levy en Economía. Pero ese economista liberal había integrado el equipo del ministro Antonio Palocci, en tiempos de Lula.

En todo caso, el único cuestionamiento que indudablemente merece es que había prometido recortar el gasto público estratosférico sin tocar los planes sociales. Y los está tocando.

Fuera de eso, más que única culpable, lo que parece Dilma es el chivo expiatorio con que muchos quieren ocultar sus propias responsabilidades.

por Claudio Fantini

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