Friday 29 de March, 2024

OPINIóN | 11-04-2015 00:41

Juegos de espías

El rumbo elegido por CFK en temas internacionales coloca a la Argentina bajo la lupa de varias potencias mundiales.

Se han ido para siempre aquellos días felices, de hace ya casi noventa años, en que un secretario de Estado norteamericano pudo cerrar la oficina de criptoanálisis del gobierno porque, aseguraba, “los caballeros no leen la correspondencia de otros”. Tal vez aún haya algunos señores chapados a la antigua, personas tan rectas como el presidenciable semioficialista Daniel Scioli, que a pesar de todo cuanto ha ocurrido desde 1929 comparten el punto de vista severo de Henry Stimson, y que por lo tanto se sintieron sumamente indignados al enterarse de que, según el ex agente de la Agencia de Seguridad Nacional estadounidense más famoso, Edward Snowden, los británicos se habían acostumbrado a espiar a dirigentes políticos y militares argentinos, pero la mayoría de sus congéneres del mundillo político local se resignó hace tiempo a que, en los pecaminosos tiempos que nos han tocado vivir, todos espían a todos.

Lo más sorprendente de la revelación del norteamericano que es huésped en Rusia del aliado estratégico de Cristina, Vladimir Putin, no es que los servicios de inteligencia del Reino Unido hayan querido mantenerse al tanto de las actividades de quienes podrían provocarles dolores de cabeza, sino que según parece den por descontado que la Argentina es parte de un eje del mal con el Irán de los ayatolás incendiarios que se afirman resueltos a borrar Israel de la faz de la Tierra y, antes de la caída del dictador el Gadafi, Libia, un país actualmente sumido en el caos más absoluto. Si bien, merced a la denuncia que formuló el fiscal Alberto Nisman poco antes de morir con una bala en la sien, ya se sabía que los kirchneristas intentaban congraciarse con los iraníes, a pocos se les habían ocurrido dar tanta importancia al asunto.

Sería reconfortante creer que solo ha sido cuestión de la paranoia de los sabuesos británicos, pero puesto que comparten mucha información con sus “primos” norteamericanos, no cabe duda de que el acercamiento de la Argentina a Irán es motivo de mucha inquietud en Washington también. Aunque acaba de firmarse en Suiza un preacuerdo poco convincente –se informa que las versiones escritas en inglés, farsi y otros idiomas son llamativamente distintas– según el que Teherán frenaría por un rato su programa nuclear a cambio del levantamiento de algunas sanciones económicas, Estados Unidos y sus aliados europeos temen que los revolucionarios islámicos estén por redoblar su ofensiva contra el Occidente, razón por la que, entre otras cosas, están procurando crear bases operativas en América latina con la ayuda de los chavistas venezolanos y sus amigos. No se trataría necesariamente de bases militares convencionales con misiles provistos de cabezas nucleares como algunos dicen sospechar, sino de centros de entrenamiento para terroristas.

Los británicos coincidirán con Cristina en que por ahora la Argentina “no es un peligro en términos militares” para ellos. Al fin y al cabo, saben muy bien que los kirchneristas han privado a las fuerzas armadas de los medios necesarios para trasladarse a las islas irredentas. Así y todo, lo mismo que los norteamericanos y otros, entienden que si el país presta su territorio a sus “aliados estratégicos” como China, Rusia y, quizás, Irán, sí podría serles peligroso. No es cuestión de una fantasía belicista. Además de anexar Crimea y tratar de apoderarse por la fuerza de las zonas orientales de Ucrania en que buena parte de la población es de origen ruso, Putin está tanteando las defensas occidentales, enviando aviones de guerra hasta las costas de las Islas Británicas.

Sería perfectamente lógico, pues, que el impetuoso ajedrecista ruso intentara asustar al gobierno del Reino Unido insinuando que podría participar de un operativo argentino relámpago contra las Malvinas. Parecería que lo ha conseguido. Para el primer ministro David Cameron, reforzar las fuerzas ubicadas en las islas no tendrá ninguna repercusión electoral –obsesión esta de Cristina–, pero podría contribuir a limitar el riesgo de que en el futuro surjan malentendidos costosos; de no haber sido por la voluntad evidente del gobierno de Margaret Thatcher de ahorrar plata reduciendo el tamaño de la Armada Real, el general Leopoldo Fortunato Galtieri y compañía hubieran pensado dos veces antes de poner en marcha la malograda Operación Rosario. Como decían los romanos, si vis pacem, para bellum, o sea, si quieres paz, prepárate para la guerra.

Lo entiendan o no los muchachos y muchachas de La Cámpora y otros luchadores sociales que quieren encargarse de los servicios de inteligencia y por lo tanto de la seguridad nacional, los peligros que les aguarden en su trabajo no se limitarán a los planteados por los odiosos oligarcas, neoliberales y periodistas a sueldo de los monopolios. Gracias a Cristina, la Argentina cumplirá un papel acaso pasivo pero no por eso insignificante en los conflictos geopolíticos que en los años venideros se harán cada vez más sanguinarios.

Al aproximarse el Gobierno a la despiadada teocracia chiíta de Irán, la Argentina ya se ha puesto en la mira de las potencias sunnitas, mayormente árabes, que están luchando contra el enemigo ancestral persa en Yemen, Siria e Irak. La posibilidad de que la “estación espacial lunar” china que está construyéndose en Neuquén resulte ser una base militar, ha brindado a los estrategas norteamericanos más motivos para sospechar que, una vez más, un gobierno peronista argentino ha decidido solidarizarse con un rival. Aunque Rusia sigue siendo una potencia militar de cuidado, los occidentales se sienten más preocupados por la expansión al parecer inexorable de China que por las aspiraciones neozaristas de Putin, ya que a esta altura la economía rusa, dependiente como es del precio internacional del petróleo y el gas, parece aún más precaria que la argentina.

El orden internacional existente es en buena medida producto de la superioridad manifiesta de Estados Unidos en virtualmente todos los ámbitos: el militar, el económico, el científico y, algunos enclaves elitistas aparte, el cultural. Sin embargo, por razones internas políticas y, hasta cierto punto, psicológicas, para desconcierto de quienes habían confiado en el poder norteamericano, el “imperio” está replegándose. Lo que para los hartos de la hegemonía yanqui puede parecer una muy buena noticia, no lo es para el sinnúmero de víctimas de las luchas a menudo caóticas que ya han comenzado para llenar el vacío dejado por la superpotencia en retirada.

Como nos recuerdan día tras día las atrocidades perpetradas por los guerreros santos de distintas sectas que pululan en el Oriente Medio, África del Norte y muchas ciudades europeas, un orden defectuoso, como el garantizado hasta hace poco por la supremacía norteamericana, puede ser incomparablemente mejor que el desorden. La sensación de que Estados Unidos, y ni hablar de los países europeos más importantes, se han debilitado tanto que ni siquiera están en condiciones de defenderse contra sus enemigos, está en la raíz del tsunami de violencia sádica que se ha abatido sobre muchas partes del mundo.

Frente al panorama ominoso así supuesto, a la Argentina no le conviene repetir los mismos errores estratégicos que en el pasado cuando, más por hostilidad hacia el Imperio Británico y su sucesor, Estados Unidos, que por amor a la Alemania nazi, adoptó una postura llamativamente ambigua durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, por motivos que en el fondo son parecidos, los kirchneristas decidieron hacer de Estados Unidos el símbolo máximo del mal planetario y de continuar agitando el tema malvinense, de tal modo alejando la posibilidad de que haya un arreglo amistoso y por tanto definitivo al conflicto con el Reino Unido. En vista de lo que está sucediendo, y lo que con toda probabilidad suceda en el futuro cercano, vincularse con Venezuela, Rusia, Irán y vaya a saber cuáles otros países díscolos –¿Corea del Norte?– no puede considerarse una buena idea. Con suerte, Washington pasará por alto las excentricidades de quienes toman la agresividad antinorteamericana por una forma de subrayar el orgullo nacional, pero de estallar conflictos en gran escala podría asumir una actitud menos amable.

Mal que nos pese, los países más poderosos y tecnológicamente más avanzados continuarán acumulando información que podría resultarles útil. Dadas las circunstancias, no les queda más alternativa que la de procurar averiguar en qué andan aquellas personas que no los quieren, ya que en cualquier momento podrían ocasionarles muchísimo daño. Por lo demás, debido al progreso asombroso de la informática combinado con grandes movimientos migratorios, las fronteras internacionales importan mucho menos de lo que antes era el caso. Un agente de los servicios de inteligencia argentinos podría conseguir información acerca de atentados mortíferos a punto de cometerse en un lugar a miles de kilómetros de distancia, lo que, de pactar los kirchneristas con los islamistas chiítas, dejaría de ser una eventualidad apenas concebible para convertirse en una posibilidad real.

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