Thursday 28 de March, 2024

SOCIEDAD | 21-04-2015 18:29

Un hombre criado para el éxito

Quién era Alejandro Bengolea, el único heredero varón de la mítica empresaria. Claroscuros de una vida signada por los mandatos familiares. Galería de imágenes

Alejandro Bengolea había sido criado para reinar sobre un imperio. “Lo único que no le perdono a Inés es que sea ella y no yo la madre de Alejandro”, decía Amalita Fortabat, que siempre había querido un hijo varón. Tuvo que conformarse con ser su abuela, pero no se privó de marcar su impronta: lo llevó a trabajar con ella a Loma Negra, lo anotó en universidades extranjeras y le contrató a profesores como Ricardo López Murphy para ayudarlo con complejos seminarios económicos en los que se cruzaba con otros millonarios como él.

Alejandro era, sin embargo, un hombre sencillo. En los años en los que Amalita detentaba más poder, él prefería pasar tiempo en la Estancia San Jacinto. Allí había pasado los mejores días de su niñez confundido entre los niños de Villa Alfredo Fortabat, el pueblo vecino a la fábrica donde todas las casas eran propiedad de su familia. Alejandro iba y venía en avión privado. Cuando su abuela quiso tener un club de fútbol y contrató a jugadores famosos, el nieto llegaba con sus compañeros de colegio e interrumpía las prácticas para que jugaran con ellos un “picadito”. En la investigación que con Soledad Vallejos realizamos para “Amalita, la biografía”, algunas viejas glorias lo recordaban “hinchando las pelotas”. El problema no era el fútbol, aquella vez que los despertó de madrugada, justo antes de un partido, para que pudieran presenciar el nacimiento de un toro, hijo de algún campeón millonario de la cabaña Fortabat. Esa –y no la fábrica, ni el polvo ni el cemento– era la gran pasión de Alejandro. “Podía hablar del campo durante horas, explicar el por qué de cada hectárea, cómo había que invertir en cada lugar. No era igual con la fábrica y sentía la presión”, recordó López Murphy para la biografía de su abuela.

Hubo que contar a Alejandro para contar a Amalita: su esfuerzo de nieto obediente viajando cada semana a las fábricas de Zapala, de Frías, de Barker. Su intento de expandir Loma Negra con una segunda planta en Olavarría y la fortuna que terminó costando el proyecto, llamado L’Amalí. En mayo del 2002, su abuela le cobró una crisis que era nacional y lo echó de la dirección de Loma Negra. Si no era Alejandro, no sería ninguno. A la muerte de Amalita en el 2012, su hija Inés Lafuente recibió millones pero no la empresa, vendida años antes. Para Alejandro quizás haya sido un alivio: se había alejado de los negocios familiares tanto como le fue posible. Estudió psicología y cursó sus prácticas en el Borda sin que nadie se imaginara que era un poderoso heredero. Se separó de la madre de sus hijos, Zelmira Peralta Ramos, y se unió a Valeria Bonanno, con quien tuvo un discreto emprendimiento gastronómico en Recoleta. No ambicionaba más.

Llegó a reconciliarse con su abuela. Poco tiempo después de la muerte de ella, le detectaron un cáncer de garganta. Alejandro dio pelea. Se operó en Estados Unidos y durante un largo tiempo pareció mejorar. Los últimos meses los pasó en su casa. Sus hijos –dos varones de poco más de veinte– se mudaron con él para acompañarlo en todo momento. Allí murió esta madrugada a los 50 años.

*Redactora de NOTICIAS.Co-autora de “Amalita, la biografía”.

Seguí a Marina en Twitter: @mabiuso

por Marina Abiuso

Galería de imágenes

En esta Nota

Comentarios