Friday 19 de April, 2024

OPINIóN | 03-05-2015 14:16

La hora de Macri

El escenario político con que se encontraría el jefe de Gobierno porteño si ganara la presidencia de la nación.

Puede que el domingo pasado, la estrella de Mauricio Macri haya alcanzado su cenit y que, en las semanas próximas, decline al resultarle adversos los resultados de las elecciones porteñas del 5 de julio, en que se prevé que los dos candidatos más votados vayan al ballottage, y las PASO y elecciones a gobernador en distintos lugares del interior. Es lo que esperan Cristina y sus soldados que miran con preocupación el ascenso hasta ahora lento, pero así y todo continuo, del ingeniero que, según ellos, no sabe nada de política, pero que a pesar de tal deficiencia ha logrado construir lo que desde hace muchísimos años le ha faltado a la Argentina, un partido moderadamente conservador y pragmático que, como sus parientes de otras latitudes, serviría de ancla para un país que es demasiado propenso a dejarse arrastrar por corrientes populistas turbulentas.

Aunque los kirchneristas mantienen cruzados los dedos y rezan para que el PRO de Macri siga confinado en la fortaleza porteña en que, sin lograr una mayoría absoluta como habían pronosticado los optimistas, acaba de ratificar su supremacía, temen que se erija en un polo de atracción para millones de votantes que quieren que, por fin, el país opte por romper con aquellos movimientos que lo han hecho el símbolo del fracaso colectivo más notorio del mundo occidental.

Contados los votos de las PASO porteñas, Macri y sus adláteres están procurando instalar la certidumbre de que es el único dirigente opositor que está en condiciones de derrotar no sólo a los kirchneristas sino también al peronismo en su conjunto, repitiendo la hazaña del radical Raúl Alfonsín allá en 1983. Macri ya parece haber aventajado definitivamente a Massa, el compañero del “triple empate” del año pasado que carece de una base comparable con el gobierno de la Capital Federal o el de la provincia de Buenos Aires, pero aún le queda habérselas con Daniel Scioli que, obligado a elegir entre rendir pleitesía a Cristina y seducir a los independientes, ha decidido que, por ahora cuando menos, le convendría más arrodillarse ante la gran jefa de la tribu K.

¿Lo perjudicará a Scioli su sobreactuación en el papel de militante fanatizado que, para sorpresa de muchos, se ha puesto a ensayar con la esperanza de congraciarse con Cristina y su corte de ultras? Es posible. Aunque según las encuestas, la Presidenta misma sigue contando con un nivel muy alto de aprobación, una proeza que es atribuible a la voluntad popular de tolerar un grado de corrupción que horrorizaría a los habitantes de países como Chile y Brasil donde, desgraciadamente para Michelle Bachelet y Dilma Rousseff, la mayoría la toma muy pero muy en serio, otros kirchneristas, en especial los militantes de La Cámpora, no comparten el mismo privilegio.

Para el PRO, las primarias resultaron ser una prueba difícil, una que tarde o temprano hubiera tenido que afrontar. Es que en la Argentina de los partidos políticos quebradizos, las internas suelen ser mucho más traumáticas que en otras partes donde los perdedores aceptan la derrota con estoicismo para entonces apoyar a los ganadores porque los partidos son instituciones prestigiosas. Aquí, lo normal es que los perdedores opten por formar su propio minipartido, razón por la que en el paisaje político nacional han proliferado las facciones unipersonales y agrupaciones un tanto mayores siempre parecen estar al borde de un nuevo proceso de fragmentación. Por lo demás, abundan los que votan a favor de personajes que les parecen simpáticos sin prestar mucha atención a sus ideas o al partido que coyunturalmente representan. Es en buena medida por este motivo que puede darse por descontado que, el 5 de julio, el triunfador de las PASO, Horacio Rodríguez Larreta, sólo obtenga una proporción de los votos conseguidos por su rival, Gabriela Michetti, ya que algunos, quizás muchos, favorecerían a Martín Lousteau por suponer que tiene más en común con ella.

Así las cosas, por un rato lo que diga y haga Gabriela importará decididamente más a Mauricio que las actividades de Horacio. Puesto que una Gabriela despechada podría ocasionarle mucho daño, le será necesario bañarla de amor, lo que no sería el caso en un país de tradiciones políticas distintas.

Fue notable lo conseguido por Lousteau, el ex ministro de Economía de Cristina y, para más señas, artífice de las retenciones móviles que, al desatarse la rebelión del campo, casi puso un fin prematuro a la carrera política de quien, muerto su marido, sería la mujer más poderosa de la historia nacional. Además de superar ampliamente al camporista Mariano Recalde, el joven supuestamente brillante a cargo de Aerolíneas Argentinas y por lo tanto relegando el kirchnerismo a un lejano tercer lugar, Lousteau se las arregló para pisarle los talones a Gabriela. Espera con impaciencia las elecciones definitivas que podrían brindarle la oportunidad de competir con Rodríguez Larreta en un eventual ballottage.

Para el PRO, la interna resultó ser una prueba complicada. Si bien los estrategas macristas sabían que en todo partido que se precie las internas son normales, de suerte que no tenían más alternativa que la de acostumbrarse a que de vez en cuando sus integrantes más destacados se peleen por puestos apetecibles, aquella en que Rodríguez logró imponerse por un margen imprevistamente cómodo les planteó un desafío que les motivaba mucha preocupación. Hasta vísperas de la votación, el consenso era que Macri había cometido un error absurdo, propio de un aficionado, al manifestarse a favor de las pretensiones de su jefe de gabinete, oponiéndose así a aquellas de una senadora más “carismática” y por lo tanto mucho más popular. Sin embargo, luego de difundirse los resultados, el consenso cambió. Desde la tarde del domingo, se entiende que Mauricio es dueño de un dedo lo bastante poderoso como para decidir la suerte electoral de un candidato en uno de los distritos más importantes del país y, ¿quién sabe?, tal vez en otros también. Lo que tantos creyeron fue una metida de pata gravísima, en su opinión se ha visto transformado en un toque genial, una manifestación de fuerza propia de un auténtico líder.

Gabriela no coincidirá. Tampoco coincidirán muchos que la votaron, pero aun cuando Lousteau lograra poner en apuros a Rodríguez Larreta, Macri podría señalar que, por ser cuestión de un hombre respaldado con entusiasmo por su aliada estratégica principal, Elisa Carrió, es, pensándolo bien, un militante de su propia causa. Con toda seguridad Macri quiere que la Ciudad de Buenos Aires se mantenga en manos del PRO por muchos años más, pero a sus ojos su propia gestión como jefe de Gobierno o alcalde de la ciudad ya será sólo una etapa de un trayecto que, si todo le va bien, tendrá como destino final la presidencia de la Nación.

No cabe duda de que el domingo pasado los porteños dieron a la campaña presidencial de Macri una buena dosis de oxígeno. Sin embargo, cuanto más se acerque el ingeniero a las puertas de la Casa Rosada, más atención tendrá que prestar a los problemas nacionales que, huelga decirlo, son un tanto más intrincados que los supuestos por las diferencias entre Gabriela, “la carismática”, y el “tecnócrata” Horacio. Si la Argentina fuera el mítico “país normal” de la retórica opositora, Macri, lo mismo que los demás aspirantes a suceder a Cristina, estaría criticando con furia la forma descabellada en la que el Gobierno está manejando la economía, pero es reacio a hacerlo porque entiende que hablar con franqueza le sería suicida.

Como sus rivales, Macri quiere hacer pensar que, merced al profesionalismo de los equipos que lo acompañarían, sería capaz de corregir todas las distorsiones, matar la inflación, eliminar el cepo cambiario, atraer inversiones cuantiosas y así por el estilo sin que nadie se vea perjudicado, lo que, dadas las circunstancias, equivaldría a lograr enseguida la cuadratura del círculo. Por desgracia, las cosas no serán tan fáciles como Macri, Scioli, Massa y compañía nos aseguran. Al próximo gobierno le aguarda una tarea aún más ingrata que la enfrentada en su momento por Eduardo Duhalde, una que, por paradójico que parezca, los responsables del desaguisado confían en poder aprovechar en beneficio propio, razón por la cual no se les ocurriría levantar un dedo para que “la herencia” resultara ser menos pesada.

Que este sea el caso debería asustar a los presidenciables lo bastante como para que se pregunten si, a la larga, no les convendría que otro ganara las elecciones previstas para octubre. Aunque según las encuestas que están dando vueltas Cristina es inmune al impacto de las desgracias provocadas por su gestión, ningún otro político disfrutará del mismo privilegio. Si Scioli triunfa, le esperaría un destino parecido a aquel de la mandataria brasileña Dilma Rousseff que, sin el “carisma” de su apadrinador Luiz Inácio “Lula” da Silva, está luchando por sobrevivir en un país que de súbito le dio la espalda. Para Macri o Massa, la situación sería igualmente mala, o peor, como lo hubiera sido para Aécio Neves si hubiera triunfado en las elecciones brasileñas, ya que los partidarios de Lula y Dilma lo estarían acusando de haber causado la recesión en que está debatiéndose la economía de nuestro vecino y de tomar medidas antipopulares en un intento por rescatarla.

por James Neilson

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