Thursday 28 de March, 2024

OPINIóN | 14-05-2015 14:33

Espere, no se muera

Hepatitis C: la inexplicable demora argentina en aprobar las drogas que curan la enfermedad.

Tu enfermedad, esa que desde hace un tiempo amenaza con matarte, tiene cura. Ya no es la promesa de un medicamento paliativo para que tu hígado no se siga deteriorando: la nueva droga tiene un 95 por ciento de chances de erradicar del cuerpo el virus de la hepatitis C y de revertir el daño que causó, aunque sea una cirrosis severa.

Después de tantos años de tratamientos fallidos, efectos colaterales devastadores y análisis de laboratorio que ponen tu vida en cuenta regresiva, resulta que la solución cabe en una caja de comprimidos. Curarte es tan simple como tragarlos durante tres meses, o a lo sumo seis. El problema es que vivís en uno de los países, como la Argentina, donde la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica (ANMAT) demora inexplicablemente la aprobación del uso de esos fármacos fabricados en el exterior.

Hace veinte años que acompaño a mi madre en su lucha contra esta enfermedad. Demasiado tiempo para su cuerpo y de de tantos que tienen que seguir esperando con la desesperante sensación de que la salvación se les escapa de las manos.

La hepatitis C, un mal silencioso -porque no suele dar síntomas evidentes hasta etapas avanzadas- afecta a unos 600.000 argentinos y a 160 millones de personas en todo el mundo; cinco veces más que el HIV. Y aunque opacada por el impacto global del SIDA, tiene su misma potencia letal. En el último Congreso Internacional de Enfermedades del Hígado que se realizó el año pasado en Londres, se celebró que la única enfermedad viral crónica que hoy tiene cura es la hepatitis C. Es una revolución terapéutica equiparable a la aparición de la penicilina. Los nuevos antivirales vienen a torcer el destino de insuficiencia hepática y cáncer de hígado al que parecían condenadas millones de personas.

Las drogas salvadoras existen desde el 2011 y ya pasaron los exhaustivos controles de los países europeos y la FDA norteamericana, pero también llegaron a otros como Chile y Brasil. La tentación de adquirirlos fuera del país es tan alta como su precio: entre 84.000 y 168.000 dólares, de acuerdo con la dosis necesaria en cada caso. Además, ningún médico local aceptaría el monitoreo de un tratamiento no autorizado.

¿Cómo se le explica a un enfermo que acaricia su cura que el combate final, antes que en su sangre, se libra entre laboratorios, prepagas y funcionarios?

*Editora Ejecutiva de NOTICIAS.

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por Alejandra Daiha*

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