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CULTURA | 16-05-2015 05:59

Una relación literaria

Jorge Fernández Díaz y Arturo Pérez Reverte son amigos desde hace 20 años. Anécdotas y secretos de un vínculo afectivo e intelectual.

En una Feria del Libro casi desierta, mientras una hilera de funcionarios inauguraba oficialmente la edición 41 del evento en la Sala Jorge Luis Borges y las librerías y editoriales terminaban de poner a punto las ofertas y novedades, Jorge Fernández Díaz y Arturo Pérez Reverte escribían un nuevo capítulo en la historia de una amistad con vocación de eterna.

El encuentro, una entrevista pública en una emisión especial de “Pensándolo bien”, el programa radial de Fernández Díaz (radio Mitre) fue el primero de una serie de presentaciones en la Feria, que tuvo a ambos escritores por protagonistas y a sus nuevos libros (“El puñal” –Planeta– y “Hombres buenos” –Alfaguara–) por tema y propósito. Allí se habló de escritura, relatos, mercado y de la vida misma. Pero también, de la historia de una relación que nació por el amor común a la literatura y hoy se sostiene profunda y fuerte a pesar de la distancia.

Ninguno de los dos necesita introducción. Comparten una profesión, el periodismo; una pasión, la literatura; y el éxito que acompaña a cada uno de sus libros. Arturo Pérez Reverte es también, miembro de la Real Academia Española y creador de personajes inolvidables como el Capitán Alatriste. Jorge Fernández Díaz, además de marcarle el pulso a la realidad con su columna semanal en La Nación y su espacio diario en la radio, ha escrito uno de los bestsellers de los últimos tiempos, “El puñal”, que no baja de los primeros puestos en el ranking de los más vendidos desde que se editó el año pasado. NOTICIAS se acercó a dialogar con ellos e indagar en los orígenes de una amistad particular.

Historia. ¿Cuándo se conocieron? “En 1995, Arturo acababa de publicar 'El club Dumas' y estaba en el Hyatt, acosado por periodistas que venían de un incendio e iban hacia una conferencia de un político. Movileros que no lo habían leído. Yo llegué e inmediatamente nos pusimos a hablar de sus libros. Y salimos por la ciudad, hablando de Conrad, de Stevenson y de tantas lecturas que nos hermanaban. Así empezó nuestra larga amistad”, cuenta Fernández Díaz.

Después, ambos se incluyeron como personajes en dos novelas. Pérez Reverte fue un capitán borrachín y enamoradizo en “El dilema de los próceres”, de Fernández Díaz. Y Fernández Díaz, un revolucionario del Río de la Plata en “El asedio”, de Pérez Reverte.

“Una vez vino a Buenos Aires para convencerme de que debía abandonar el periodismo para dedicarme por entero a la literatura. Pero yo acababa de meter sesenta periodistas en un diario que estaba por lanzarse: el viejo Perfil, aquel que fracasó rápida y glamorosamente. Así que debí decirle que no, y no le gustó nada –continúa Fernández Díaz–. Te cuento que en aquellos tiempos yo quería escribir una novela de aventuras con un cuchillero borgeano, y a él le fascinaba esa idea. Intenté escribir muchas veces esa novela, y siempre fracasé. Supongo que porque tenía como destinatario un solo lector: el propio Arturo”.

Desde entonces, Pérez Reverte le dice “el cuchillero” y cree que Remil, el héroe de “El puñal”, es el cuchillero que Fernández Díaz estaba buscando.

“En lugar de escribir una novela de peripecias, como Arturo esperaba hace quince años, escribí 'Mamá', que es una novela sentimental. Se la envié a España y no recibí ninguna respuesta. Mientras viajaba a encontrarme con él, me decía a mí mismo: va a repudiarme. Pero allí estaba sentado, en el café Gijón, para decirme que “Mamá” era estupenda y confesarme (el tipo es un duro) que lo había emocionado hasta las lágrimas”, narra Fernández Díaz.

Para Arturo Pérez Reverte, la base de esta amistad son los libros, los que los ayudaron a reconocerse como miembros de una misma cofradía. Para él, “Mamá” es una novela conmovedora, pero “Fernández”, el siguiente libro de Fernández Díaz, “es la novela que me hizo comprender la Argentina”.

“Yo trabajo todos los días 8 horas, no soy un artista, Jorge también es un profesional, un escritor de novelas, contador de historias, no escribe para salir en Babel. Por eso somos amigos, por eso somos hermanos”, explica a la audiencia el español, trazando un espacio común para la creación entre su amigo y él.

“Nosotros no escribimos para aparecer en los suplementos culturales ni en las facultades, sino para el lector legítimo, la fiel infantería de la lectura. Para el lector que Arturo y yo siempre fuimos”, coincide Fernández Díaz.

En común. En España comen en Casa Lucio y en Buenos Aires en Munich o Fervor. “En su nueva casa, Arturo tiene 30.000 libros y algunos objetos históricos fascinantes: espadas, barcos, pinturas. Escribe junto a un fusil Kalasnicov que trajo de alguna de sus guerras”, cuenta Fernández Díaz.

Si están lejos se mandan mensajes, mails o hablan por teléfono. “Cuando son amigos de esta clase, puedes estar sin verte cinco años, un año y después te tomas una copa y estás callado y estás bien, es como si te hubieras visto ayer, tenemos una relación muy fluida”, dice el español.

Las mujeres son un tema del que suelen hablar a menudo. “Es un tema que nos interesa porque se aprende mucho de ello –explica Pérez Reverte–. Yo siempre he dicho que hay una lucidez especial en ellas, hay una memoria genética que actúa. Los hombres estábamos demasiado ocupados cazando, guerreando, yendo al fútbol. La mujer estaba concentrada en la retaguardia pariendo, mirando, siendo víctima, siendo rehén del hombre, siendo botín del hombre, y eso le dio un montón de experiencia, de lucidez, le dio una biografía genética muy interesante, y los hombres somos tan idiotas que miramos las tetas y no los ojos y toda esa información está en los ojos. Hasta las mujeres estúpidas son sabias sin saber que lo son”.

La pregunta se impone. ¿Es verdadera la fama de “difícil” de Pérez Reverte? ¿Cómo maneja Fernández Díaz este mal carácter? “Arturo es una de las personas más afectuosas y leales que he conocido– aclara el escritor argentino–. Pero es durísimo en la esfera pública, no se guarda nada, no tiene miedo ni pelos en la lengua, y ha sabido ganarse enemigos a su altura”.

por Adriana Lorusso

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