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MUNDO | 17-05-2015 03:51

Nada de experimentos

Elecciones en el Reino Unido: contra todo pronóstico, en las urnas acabó fortalecido el gobierno conservador de David Cameron.

Lo que dejarían las urnas parecía “una adivinanza envuelta en un misterio adentro de un enigma”, así como el pacto de 1939 entre Hitler y Stalin según el cálculo de Winston Churchill.

Todas las encuestas vaticinaban un empate entre los dos grandes partidos, lo cual no implicaría en sí mismo un nudo gordiano. El nudo se produciría si, como anunciaban los sondeos, la paridad se daba en un porcentaje lejano al que hace falta para formar gobierno.

Para colmo, el único posible socio para armar una coalición parlamentaria, el Partido Liberal Demócrata, se desplomaría a la mitad del resultado obtenido en la elección anterior.

Los dos partidos restantes, aunque según las encuestas tendrían bancas suficientes como para aportar a un gobierno o con los conservadores o con los laboristas, estaban inhabilitados por ser archienemigos de esas dos grandes fuerzas políticas. El Partido Nacionalista Escocés por querer sacar a Escocia del Reino Unido, y el Partido Independiente por ser una derecha extremista y xenófoba.

De tal modo, de cumplirse lo que vaticinaban las encuestas, el conservador David Cameron y el laborista Ed Miliband habrían quedado colgados casi a la misma altura, pero a gran distancia de la cima que se debe alcanzar para formar gobierno.

En Gran Bretaña, lo normal es que uno de los dos grandes partidos alcance en las urnas la mayoría necesaria para gobernar en soledad. No se da lo que siempre ocurre en Alemania, en Israel y en tantos otros países con sistema parlamentario, en los que son habituales los gobiernos de coalición.

La crisis financiera que nació en la burbuja inmobiliaria norteamericano y luego impactó a Europa creó una situación singular que se reflejó en las anteriores elecciones británicas, de las que surgió un rarísimo gobierno de coalición: el que compartieron estos años los torys del primer ministro Cameron y el Partido Liberal Demócrata, del vice primer ministro Nick Clegg.

Pero esa fuerza política, que es la tercera en el orden nacional, estaba sentenciada en las encuestas a desplomarse de tal modo que solo quedarían dos opciones, igualmente extrañas: la primera es un gobierno como el que los alemanes llaman “grosse koalition” porque une a los dos principales rivales, que en Alemania son la democracia cristiana y los socialdemócratas y solo se dio dos veces: en la década del sesenta con Kurt Kiesinger y Willy Brandt y, en la década pasada, con el acuerdo entre Angela Merkel y Gerhard Schröeder.

Los británicos tuvieron una sola “gran coalición”, la que encabezaron Winston Churchill y el laborista Clement Attlle. El escenario que la hizo posible no podía ser más excepcional: la Segunda Guerra Mundial.

De darse en las urnas el resultado que pronosticaban todas las encuestas, si Cameron y Miliband no acordaban un gobierno conservador-laborista, quedaba solo otra posibilidad: que quien tuviera a su favor la mínima ventaja formara en soledad un gobierno minoritario, algo que también tiene un solo antecedente: el gobierno del laborista James Ramsay MacDonald en la década del '20 del siglo pasado.

La posibilidad de un gobierno minoritario no despertaba entusiasmos porque el momento político y económico de Europa es demasiado complejo como para que el Reino Unido tenga un gobierno débil.

Por eso los británicos parecían avanzar hacia un empantanamiento, hasta que llegó el escrutinio con una sorpresa. Lo que anunciaban las encuestas estuvo lejos de cumplirse.

Los conservadores lograron una victoria holgada y Cameron ya no tendrá que cogobernar con Nick Clegg y los liberal-demócratas. El mal trago fue para los laboristas, que se derrumbaron de tal modo que su líder tuvo que renunciar en el acto.

Edward Miliband lideraba al Partido Laborista desde el año 2010 y tenía la formación y el temperamento para guiarlo hacia la conquista del gobierno. Hijo del célebre sociólogo marxista Ralph Miliband y hermano de David Miliband, un miembro clave del equipo que proclamó la “Tercera Vía” y gobernó durante diez años con el hombre que puso en marcha el “new labor” y fue la estrella política de la década anterior, Anthony Charles Lynton Blair.

David Miliband creía firmemente en la Tercera Vía, ese nuevo laborismo inspirado en las ideas de un intelectual del progresismo liberal británico: Anthony Guiddens, el sociólogo que elaboró la “teoría de la estructuración” y propuso la “mirada holística” de la sociedad moderna.

Pero el menor de los Miliband empezó a despotricar contra la Tercera Vía desde que integró el gabinete de Gordon Brown.

El impetuoso Edward no creía en el laborismo descafeinado que impuso Tony Blair. Por eso torció el rumbo del partido desde que llegó al liderazgo. Sin radicalizarse al punto del griego Alexis Tsipras y del partido Syriza; y mucho menos a la apuesta anti-sistema de Podemos, en España, Ed Miliband propugnó retomar la vieja senda laborista, pero las urnas le dieron la espalda abrumadoramente, incluso en ese bastión del centro-izquierda que es Escocia.

Allí, la debacle laborista fue tan grande que hasta les insufló oxígeno a los independentistas que venían de perder el referéndum en busca de la independencia que habían promovido.

¿Mintieron las encuestas? ¿Se equivocaron? Ni una cosa ni la otra. Las encuestas fueron reflejando el ánimo de los británicos en el trayecto hacia las urnas.

Las encuestas como espejos puestos en distintas salas separadas por patios. Una persona se ve de un modo en el primer espejo, pero tras atravesar patios con vientos y lluvia se va viendo diferente en los siguientes espejos. Por eso es posible que, frente al último espejo, decida peinarse y acomodar su atuendo.

A esa última sala, que es el cuarto oscuro, los británicos llegaron convencidos de que no es un tiempo para experimentar. Equivocados o no, eso es lo que votaron. Y otra vez sorprendieron a Europa con el sufragio.

En el Viejo Continente, la crisis y el hartazgo con las clases dirigentes acrecientan la tentación de experimentar. Agotado el bipartidismo de PSOK y Nueva Democracia, en Grecia irrumpió Syriza amenazando con patear tableros. En España muchos quieren enterrar al PSOE y al PP con la pala del osado Pablo Iglesias; y Marine Le Pen echó a su energúmeno padre, Jean Marie, del partido ultraderechista que él fundó en 1972, porque está segura de que los franceses ya no quieren ser gobernados por gaullistas ni por socialistas. A eso apostó el ímpetu trasgresor de Milliband.

Pero la decisión final del voto británico fue no experimentar.

No siempre es tan conservador. Tras haber salvado a Gran Bretaña y colaborado con el triunfo aliado en la Segunda Guerra Mundial, el entonces primer ministro perdió la elección porque los británicos consideraron que ya era tiempo de alternancia. Y ese hombre que tuvo que mudarse del 10 de Downing Street era nada menos que Sir Winston Leonard Spencer Churchill.

por Claudio Fantini

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