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CULTURA | 20-06-2015 07:30

La realidad en comic

Paradoja de los nuevos tiempos, el género del reportaje en historieta crece y se aplica cada vez más al relato de guerras, viajes y biografías.

Desde la publicación del célebre prólogo-manifiesto a “El nuevo periodismo” (Tom Wolfe, 1973) no se sentían aires tan frescos para la experimentación en el periodismo gráfico, como los que llegan junto con el periodismo en cómic. Las figuras que lideran el fenómeno (el maltés Joe Sacco, el canadiense Guy Delisle, la revista estadounidense “Symbolia”) proponen retomar aquellos postulados que reclamaban a los periodistas narrar una escena a la manera de la novela realista, con situaciones, personajes y voces identificables que plasmen un relato vívido.

Las reglas se definen sobre la marcha, impulsadas por Joe Sacco, a la cabeza del grupo de veteranos de una práctica que ejerce hace más de 20 años pero que –en palabras del periodista y crítico español Jorge Carrión– “aún está constituida por fragmentos de un proyecto singular”. Sus piezas (“Notas al pie de Gaza” y “Reportajes”–Editorial RHM–) impusieron una clave que hoy se reitera en los nuevos autores: múltiples entradas de lenguaje que convoquen a la detención de la mirada y la atención con el ritmo pegajoso de la expectación de artes visuales pero poniendo en primer plano el énfasis en la trama.

Este “Nuevo-nuevo periodismo” –como lo definió Carrión–, esta “zona de nadie que hay entre la ilustración, el ensayo y la investigación periodística”, plantea que todo está por hacerse y debatirse. Parecen existir algunos, pocos, consensos: debe recrearse una poética de la investigación “in situ”; el cronista-personaje suele aparecer dibujado como prueba de “verdad”, y esa “verdad” –quizás derivada de los límites más laxos de la tradición historietística– ha sido denominada por Sacco como “verdad gráfica esencial” y admite más permisos para trabajar la materia de los sueños, los mitos y las fantasías.

Dream team. Así lo entendieron los grandes y flamantes autores de las recientes piezas del expansivo periodismo en cómic. Sus temas frecuentes: el nuevo Medio Oriente (en “Jerusalén”, del canadiense Guy Delisle y “Una judía americana perdida en Israel”, de la estadounidense Sarah Glidden), el deterioro social en Europa (en “Barcelona. Los vagabundos de la chatarra”, guión de Carrión), la inversión del flujo migratorio hacia América Latina (en “Todos vuelven”, guión de la peruana Gabriela Wiener) y el nuevo mapa de la crueldad global (en “Reportajes”, de Joe Sacco, y “War is boring”, de Matt Bors).

Entre los diferentes estilos, Sacco encarna al obsesivo rastreador de testimonios y exclusivas, que compite cabeza a cabeza con los corresponsales tradicionales en los territorios de la violencia global, desde la Franja de Gaza a la Ucrania del post apocalipsis, mientras que Delisle ofrece un perfil de despreocupado “flaneur” que –en esos mismos territorios– se encomienda a sus paseos y confía todo a su mirada sin importarle ser considerado un héroe. Glidden, por su parte, se lanza a dibujar, por ejemplo, el día a día de un centro de refugiados iraquíes en Siria (“The waiting room”), simplemente ahí sentada, observando todo, sin grandes entrevistas ni pesquisas porque el género la alienta, simplemente, a subjetivar como pocas veces antes la mirada y dejarla fluir a través de la acuarela.

Mientras el periodismo en cómic del Norte oscila entre la cobertura de grandes conflictos bélicos y las catástrofes climáticas, los diarios ponen allí al género en pie de igualdad con la prosa fría de los corresponsales, y los cómics reporteros (Josh Neufeld, Matt Bors, entre otros) disputan los premios y los espacios de publicación con los cronistas. En América Latina, los procesos son más lentos y llegan con una década de retraso. Pero llegan. A través de experiencias aisladas como la edición del periódico peruano “Cometa”, dirigido por Marco Avilés, e íntegramente dedicado al género. O de algunas piezas de antología como el artículo “Todos vuelven”, guión de Wiener, sobre el movimiento de retorno de los peruanos emigrados a España una década atrás, o “Ciudad de payasos”, guión de Daniel Alarcón, sobre un periodista obsesionado con su investigación sobre payasos callejeros.

En estos autores, se ve una suma de historias mínimas, tramas corales de corte autobiográfico y partes de guerra: zona de mestizaje de géneros, temas y estilos en la que periodismo y guión, intimidad y actualidad, texto y dibujo se rechazan y se atraen, pero se entienden en la aplicación de las obsesiones del periodismo de las redacciones –corresponsales, enviados, actualidad urgente, cercanía en el tiempo y el espacio– al goce y la experimentación formal inherentes al arte.

Memoria familiar. En ese contexto, partí a Cracovia –Polonia–, en septiembre de 2013 con pocas certezas: durante la reportería para “Camino a Auschwitz”, sabía que los detalles que yo pudiera recabar serían cruciales en la elaboración posterior a cargo de Marcos Vergara: la obra no debía perder, en pos de una mirada de autor, el atributo central e irremplazable de ser testimonio de una época. En este proceso, la vocación documentalista de Vergara, su profesión de bibliotecólogo y archivista, su ciclópea reconstrucción dibujada del entorno de la Polonia del ’42 al ’45 y la Buenos Aires de 1960 (que da lugar al secuestro de Adolf Eichmann, que se narra en la tercera de las “nouvelles” del libro) fueron decisivas para que el proyecto de “Camino…” no quedara trunco.

Fue fundamental encontrar referencias rioplatenses de la No ficción costumbrista, de los ’70 a la actualidad –las obras del uruguayo Rodolfo Santullo (“Zitarrosa”) y los argentinos Diego Agrimbau (“Los canillitas”), Fabián Zalazar (“Historietas reales”) y Ezequiel García (“Creciendo en público”). En el panorama local, son ineludibles, también, las entrevistas dibujadas –a Ricardo Darín, a Les Luthiers– de Liniers en La Nación, “Virus tropical”, de Power Paola, “Mc Kosher”, de Brian Jánchez, entre otros.

Desde que Art Spiegelman propuso su abordaje en historieta al Holocausto – en “Maus” (1991), donde los ratones representan a los judíos y los gatos a los nazis– su texto sigue funcionando hasta el día de hoy como manual de estilo de hecho para todo aquel que se enfrente a la tarea de contar la realidad en viñetas. Los grandes maestros del rubro hacen escuela cada vez que sus obras brindan claves extendidas a las nuevas generaciones: focalizar en los ambages del trauma personal y familiar aún cuando el epicentro sea el exterminio perpetrado por los nazis (Spiegelman), ser fieles a la verdad del acontecimiento histórico incluso cuando la materia son la subjetividad y el mito (Joe Sacco) y recuperar los elementos borrados o silenciados de una familia con lo “queer” como tabú y estigma (Alison Bechdel, en “Fun home”).

Especialmente cuando el Holocausto es el telón de fondo, no hay lugar para despreciar o distorsionar el fenómeno en sí –según señaló el escritor israelí Etgar Keret–. ¿Cuáles son los límites formales cuando el horror se narra en historieta? Según Keret, “la moralidad o inmoralidad de una obra de arte nunca está en el tema elegido, sino en el subtexto que lleva. Un texto sólo debe ser juzgado por su subtexto. La pregunta que debemos hacernos no es ‘¿cuál es la historia?’, sino ‘¿qué quiere decirnos?”, reflexionó el autor de “Los siete años de abundancia”. Polémica e innovadora, la del cómic periodístico-narrativo, es una opción que comienza a ser explorada en sus diversas formas por periodistas de todo el mundo como una manera de subjetivar –hacer propia– una realidad que nos toca de cerca.

por Julián Gorodischer

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