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MUNDO | 06-07-2015 17:25

Renunció Yanis Varoufakis, el excéntrico ministro de Finanzas griego

Quién es el académico iconoclasta, exuberante y exhibicionista de 54 años que mantuvo a la zona euro en estado de ebullición.

Yanis Varoufakis, anunció que se alejaba de su cargo como ministro de Finanzas griego para “ayudar a Alexis Tsipras” en la negociación con la troika.

Desde que fue nombrado ministro del gobierno de izquierda radical que encabeza Alexis Tsipras, Varoufakis consiguió asustar a los griegos con sus excentricidades e irritar al establishment de la eurozona. Esa élite del poder –formado por el banco Central Europeo (BCE), los burócratas de Bruselas, el Eurogrupo y la inflexible Alemania– solía acusarlo de intruso, arrogante, agresivo, grosero, poco conciliador y de no respetar el código vestimentario de la tecnocracia.

Famoso por sus camisas coloridas, su cabeza rapada y su pasión por la moto, su estilo desentonó rápidamente dentro del Eurogrupo –formado por los ministros de Finanzas de la zona euro–, baluarte del pensamiento ultraliberal y de un estilo muy british de practicar la política. Pero, desde el punto de vista académico, no tuvo que bajar los ojos ante ninguno de sus colegas de la eurozona. El hombre que hizo temblar a Europa es un teórico de primer nivel. “Pocos ministros de finanzas son tan competentes en economía como Yanis Varoufakis”, elogió el premio Nobel de 2001, Joseph Stiglitz, en abril último.

Además de haber enseñado en las universidades de Austin (Texas) y Sídney (Australia), tuvo algunas experiencias poco ortodoxas. En 2012 fue reclutado por Gabe “Gaben” Newell –cofundador y codirector de Valve Corporation– para crear una moneda virtual en la plataforma de contenidos Steam. Allí se entusiasmó con la teoría de los juegos, tema capital en la economía moderna –hasta el punto de haber sido objeto de varios premios Nobel en los últimos años– y al que Varoufakis: entre 1995 y 2001 le dedicó tres libros. Interés que dio lugar a múltiples especulaciones diciendo que aplicaba la teoría de los juegos a las negociaciones sobre la deuda griega.

Visionario. Su prestigio como economista, sin embargo, proviene sobre todo de la aguda visión que demostró al prevenir la crisis griega. Como consejero de Giorgios Papandreu –antes de que el líder socialista llegara al gobierno 2009–, Varoufakis había comenzado a tomar distancia de la línea “ingenua” y “demasiado liberal” del PASOK. Contrariamente a lo que afirmaba la mayoría de los políticos griegos en ese momento, Varoufakis comenzó a sostener en sus escritos que Grecia estaba al borde de la bancarrota. Su profecía comenzó a cumplirse a partir de 2010.

Nunca avaro de críticas contra los eurócratas, suele molestarse por su propensión a la austeridad, argumentando que “cuando hay desequilibrios estructurales en una unión monetaria, el peso del ajuste recae sobre los hombros de los más frágiles. No es necesario ser de izquierda o de derecha para llegar a esas conclusiones, que se verifican a diario en la realidad”.

El abismo que lo separa de los tecnócratas de Bruselas, únicamente preocupados en los equilibrios presupuestarios, es tan grande que un día no pudo resistir a la tentación de revelar que “en una reunión del Eurogrupo nos reprocharon haber hablado demasiado de macroeconomía”.

Moderno. Quienes lo critican, lo acusaban de intruso, agresivo y de no respetar el código de elegancia de la tecnocracia. En lugar de vestir traje oscuro con camisa blanca y corbata azul –como casi todos los líderes europeos–, Varoufakis es famoso por estilo su exuberante: camisas con el cuello abierto y fuera del pantalón, sacos italianos de última moda con la solapa levantada y jeans.

Para esa élite, es incompresible el desmesurado ego de Varoufakis, que lo lleva –por ejemplo– a mantener en actividad su blog, modestamente titulado “Yanis Varoufakis. Pensamiento para el mundo post-2008”. También les sorprende lo que consideran una falta de pudor. El teórico de la economía no duda en mostrarse en carne viva cuando relata la dolorosa experiencia que vivió en 2005, cuando su ex compañera lo abandonó para irse a vivir a Australia con su hija Xenia. Pero también describe la felicidad que le procura su nueva esposa, la elegante artista Danae Stratou.

Por ella abrió un paréntesis a su carrera académica para recorrer el mundo en el marco de un trabajo fotográfico titulado “The Globalising Wall (El muro globalizado)”. Su dandysmo lo indujo a sacarse fotos con su esposa en su espléndida mansión con vista a la Acrópolis para una revista de glamour, como si fuera miembro del star system. Otras de sus características es que es un fanático de las redes sociales –por las cuales comunica sin cesar– y la música moderna.

“Demasiadas cámaras, demasiados tuits…”, comentó con desdén un miembro del equipo del presidente de la CE, Jean-Claude Juncker.

La gota que hizo desbordar la copa fue precisamente un tuit que envió después de una tensa reunión con el Eurogrupo: “Son unánimes en su odio hacia mí. Y yo doy la bienvenida a su odio”, escribió en su cuenta personal de Twitter reproduciendo una célebre frase del presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt. “En estos días, siento esa cita muy cercana a mi corazón (y a la realidad)”, agregó.

Relegado. El establishment parece haber encontrado otro argumento para debilitarlo, diciendo que la mayoría de los miembros del Eurogrupo había perdido totalmente la confianza en Varoufakis. Ya en el último tiempo, las negociaciones habían comenzado a hacerse personalmente con el primer ministro Alexis Tsipras.

El resultado de esa campaña fue que Varoufakis fue desplazado como responsable de las negociaciones que mantenía con la ex troika para recibir el último tramo de 7.200 millones de euros del segundo plan de rescate. Tsipras decidió inclinarse ante un pedido de la canciller Angela Merkel y reemplazar a su brazo derecho por un nuevo equipo negociador dirigido por el número dos de la cancillería, Euclides Tsakalotosk, pero le mantuvo la confianza como ministro de Finanzas.

Su mayor error, acaso, consistió en querer abolir las reglas y salir del respeto del programa de reformas que precipitó el cataclismo griego. Su proyecto, inmediatamente después de su nombramiento, era examinar una reestructuración de la deuda del país. “Schauble nunca aceptó hablar de ese tema”, reconoció meses después. “Para él, las reglas tienen un carácter divino. Durante las negociaciones, no cesa de exigir el respeto del programa en lugar de discutir sobre el fondo del problema”, precisó.

“Por eso me veía obligado a dar clases, como me acusaron. Era necesario marcar nuestro desacuerdo con la forma que Europa trata la crisis”, precisó. “¿Debía interpretar el papel de un lobotomizado porque nadie quería escucharme?”, insiste. “Prefiero decir la verdad en lugar de recurrir a subterfugios. En ese sentido, no soy un buen político”, comentó.

Para completar su virtual ruptura con la aristocracia de Bruselas, a fines de mayo admitió –aunque luego desmintió– haber grabado las reuniones del Eurogrupo. “No puedo revelarlas porque rompería la confidencialidad”, le dijo al diario New York Times. El objetivo de esa confesión era advertirle al Eurogrupo que, si persistían en asegurar que lo “insultaron” y “maltrataron” en una reunión realizada en Riga, era capaz de poner esa grabación en manos de la prensa. Un chantaje de esa índole, claro está, no iba a ser perdonado fácilmente.

Pese a todos sus problemas, Tsipras no le retiró su confianza ni lo alejó del epicentro de las negociaciones. Si bien dejó de asistir a las reuniones con el Eurogrupo, es quien –a través de declaraciones– predica la línea del gobierno. Contrariamente a lo que piensan algunos miembros del partido Syriza, el primer ministro no cometió un error de casting: “Gracias a ese nombramiento, Tsipras consiguió volver a poner el tema de la deuda griega en primer plano internacional. Era la principal misión de Varoufakis para la cual movilizó todos sus talentos de comunicador”, estima el politólogo Elias Nikolakopoulos.

Varoufakis también debe enfrentar a diario las críticas de sus adversarios griegos. Sin embargo, mantiene intacta su popularidad en la opinión pública, que admira su combatividad y su franqueza.

El ministro suele ir caminando sin guardaespaldas hasta sus oficinas y quienes lo reconocen lo incitan a mantener una línea dura para defender la “dignidad de Grecia”. A veces, por lo general los sábados a la mañana, incluso solía salir a caminar por la calle con el primer ministro Alexis Tsipras para poder conversar sin testigos ni interferencias de sus asesores y equipos técnicos. “Es una forma de probar si la gente cree que estamos trabajando bien y defendiendo correctamente sus intereses”, le explicó la primera vez a Tsipras. “Cuando empiecen a corrernos a pedradas –le dijo– sabremos que debemos corregir la línea”.

*(Desde París)

por Christian Riavale

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