Thursday 28 de March, 2024

OPINIóN | 19-07-2015 14:56

Francisco contra el mundo

El pensamiento del Papa debe más a los aportes de los padres de la Iglesia y a doctores medievales que a los textos sagrados del socialismo científico.

Cuando personajes como Fidel Castro, Nicolás Maduro, Yanis Varoufakis o nuestra Cristina despotrican contra “la dictadura del dinero”, en especial del debido a acreedores chupasangre, “el nuevo colonialismo” y la arrogancia insoportable de “las grandes potencias y las elites”, puede darse por descontado que lo que quieren hacer es atribuir a la perversidad ajena los desastres que ellos mismos han provocado. Es su forma de decirnos que el mundo no está a su altura, que si lo estuviera sus recetas funcionarían maravillosamente bien. A su modo, se asemejan a Alfonso X de Castilla, “el Sabio” que, en una ocasión, aseveró burlonamente que “si Dios me hubiera consultado sobre el sistema del universo, le habría dado una cuantas ideas”.

Pues bien, parecería que entre los convencidos de que el mundo que efectivamente existe deja bastante que desear y que por lo tanto hay que repudiarlo in toto está el Papa. Para extrañeza de muchos que suelen mofarse de los disparates autocompasivos proferidos por populistas en apuros, el santo hombre aprovechó su gira por tierras sudamericanas para sumar su voz al coro desaprobador. Exhortó a “los campesinos, los trabajadores, los pueblos” a tomar el poder, a desplazar a “los grandes dirigentes” que lo ejercen, para que no haya más “excluidos”.

¿El Papa está a favor de una revolución colectivista planetaria? Evo Morales habrá creído que sí, motivo por el que le regaló un crucifijo pegado a una hoz y un martillo, pero sucede que quien fuera Jorge Bergoglio antes de sentarse en el trono de San Pedro es un pacifista. Nada de violencia. El gran cambio que quiere impulsar tendría que ser resultado de una nada probable transformación espiritual.

La prédica contestataria del Papa tiene un claro sentido estratégico. Muerto el comunismo moscovita y convertido el pequinés en una variante de lo que los religiosos, seguidos por los progresistas laicos, llaman el “capitalismo salvaje”, la Iglesia Católica decidió que le convendría procurar erigirse en la vocera principal de los rezagados. Puesto que cada vez menos tomaban en serio sus hipótesis teológicas, en adelante se concentraría en denunciar las deficiencias materiales propias del mundo moderno en que, como no pudo ser de otra manera, hay miles de millones de personas que aún no se han visto beneficiadas por el progreso económico.

Si bien en algunas partes del mundo, sobre todo en Asia oriental, se ha logrado muchísimo en las décadas últimas, en otras sigue obstaculizando el cambio el conservadurismo populista cuyos partidarios dicen inspirarse en el “mensaje social” de una Iglesia que desde 1891, el año de la encíclica “rerum novarum” (de cosas nuevas) del papa León XIII, se opone con tenacidad al rumbo tomado por un mundo en el que a su entender hay demasiados liberales. En la actualidad, también plantea problemas muy graves la evolución vertiginosa de la tecnología que, si bien enriquece al conjunto, amplía la brecha preocupante que separa a una minoría acomodada de una multitud de personas capaces e inteligentes que no consiguen encontrar una “salida laboral” digna.

A Francisco le encanta la “opción por los pobres” que eligió el Vaticano no sólo porque en los comienzos, dos milenios atrás, el cristianismo se puso al lado de los “excluidos” sino también porque quiere que la institución que encabeza continúe desempeñando un papel influyente en el mundo a pesar de la pérdida de fe religiosa del grueso de los europeos. Al fustigar a las sociedades postcristianas por sus muchos defectos, reafirma su propia superioridad moral y aquella de la Iglesia.

En la competencia con las distintas facciones del progresismo laico, que para ganar adeptos han adoptado una estrategia similar, los clérigos cuentan con una ventaja clave. Les es dado criticar todo cuanto les parece deplorable, algo que hacen con vehemencia, pero no se sienten constreñidos a proponer medidas concretas.  Así, pues, mientras que a veces marxistas, socialistas y populistas tienen que arriesgarse gobernando, como han hecho con consecuencias a menudo calamitosas en docenas de países, sus rivales eclesiásticos pueden limitarse a hablar pestes del statu quo local, tratando a los dirigentes políticos y empresarios como delincuentes responsables de los males que se abaten sobre los distintos pueblos.

Francisco no es un marxista como dicen los malintencionados; según parece, su pensamiento debe más a los aportes de los padres de la Iglesia y ciertos doctores medievales que a los textos sagrados del socialismo científico. ¿Es un peronista? Por ser el peronismo una doctrina tan difusa que nunca ha sido mucho más que un “sentimiento”, sería natural que, cuando era Bergoglio, se dejara influir por una subcultura que, andando el tiempo, afectaría a casi todos sus compatriotas para que achacaran el fracaso socioeconómico realmente espectacular de un país a primera vista privilegiado a una especie de gran conspiración internacional. Por cierto, las arengas que pronunció el Sumo Pontífice en Ecuador, Bolivia y Paraguay motivaron el entusiasmo de los admiradores más devotos del general. Lo creen uno de los suyos.

Los compañeros no se equivocan por completo, pero la ideología preferida del Papa es la calificada de “buenismo” por españoles escépticos. Si una causa le parece simpática, la respalda con fervor untuoso sin inquietarse por las eventuales consecuencias. Dice que los europeos deberían abrir las puertas de par en par para que entren vaya a saber cuántos millones de sirios, iraquíes, afganos, libios, somalíes y otros que huyen de las convulsiones que están desgarrando sus países de origen y que, en muchos casos, de tener la oportunidad reeditarían en Europa, propuesta esta que, por razones comprensibles, levanta ampollas en muchas partes del Viejo Continente.

Asimismo, si bien en ocasiones da a entender que reconoce que en circunstancias extremas, las de “la tercera guerra mundial en cuotas” a la que alude con frecuencia creciente, una intervención militar podría resultar necesaria, la verdad es que espera desarmar a los genocidas del Estado Islámico dialogando con ellos para que permitan que sobreviva lo que todavía queda del cristianismo en el mundo mayormente musulmán. Por tratarse del líder máximo de la iglesia cristiana más poderosa, la defensa de sus correligionarios amenazados de muerte debería ser una prioridad absoluta, pero Francisco brinda la impresión de estar más interesado en temas como el cambio climático, a su entender otra barbaridad capitalista, y lo terriblemente malo que es el consumismo.

Los ofendidos por el pésimo gusto de tantos burgueses recién enriquecidos, para no hablar de plebeyos que por primera vez en su vida pueden comprar algunas chucherías materiales, con toda seguridad entienden la indignación que se apodera del Papa cuando piensa en “la cultura del descarte y consumismo” que domina las partes más prósperas del planeta, pero si muchos decidieron prescindir de bienes superfluos, los más perjudicados serían precisamente los pobres. Es merced al sin duda lamentable “materialismo consumista” de los países desarrollados que centenares de millones de familias en China, la India, África y América latina han podido salir de la miseria ancestral. La alternativa propuesta por Francisco, la de un regreso a una vida más sencilla, de contemplación sin lujos inútiles, podría ser viable en un mundo escasamente poblado, pero no lo sería en uno, como el actual, con más de siete mil millones de habitantes. El consumismo de quienes están en condiciones de gastar dinero es el motor que hace por lo menos concebible el fin de la pobreza extrema en las décadas próximas, pero al Papa le gustaría desmantelarlo por motivos espirituales y, aunque no lo dice, estéticos.

Por razones parecidas, afectaría principalmente a los más pobres un esfuerzo resuelto por combatir el cambio climático, como quisiera el Vaticano que hace poco abrazó la causa de los guerreros ecológicos. Según ellos, para salvar el planeta hay que reemplazar cuanto antes el carbón y petróleo por molinos de viento o paneles solares y reducir el impacto de la agricultura, ya que las vacas producen más gas tóxico que los autos y aviones, pero los chinos, indios y otros se resisten a colaborar con los ambientalistas occidentales. Sea como fuere, aun cuando el mundo entero hiciera lo que pide el Papa, no habría ninguna garantía de que sirviera para mucho. Para desconcierto de quienes prevén que el planeta seguirá calentándose hasta convertirse en una bola de fuego, algunos estudiosos de los ciclos solares nos advierten que dentro de poco se iniciará una pequeña “edad de hielo” similar a la de los siglos XVII y XVIII.

Es posible que la prédica “buenista” de Francisco le permita congraciarse con jóvenes tentados a “hacer lío”, pero sorprendería que sus opiniones políticas y sus recomendaciones socioeconómicas contundentes incidieran más en los asuntos mundiales que los intentos vanos de la Iglesia por modificar la conducta sexual de los fieles. Por feos que a muchos les parezcan “el mercado”, la globalización cultural y el “colonialismo ideológico” – sin incluir el ensayado por los católicos, claro está– , que lo acompaña, la invitación a regresar a épocas menos complicadas y supuestamente más “humanas” sólo atraerá a los más reaccionarios.

por James Neilson

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