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MUNDO | 27-07-2015 23:32

La Juana de Evo

El valor de la heroína para Cristina Kirchner y su intento por imitarla. Las diferencias ideológicas con el presidente de Bolivia.

Cuando Cristina mira la estatua de Juana Azurduy desde la ventana de su despacho, posiblemente se ve a sí misma. La heroína de una proeza histórica, la mujer combativa que acompañó al marido en la lucha por la independencia; Juana, la primera, y ella, “la segunda independencia”. Y también la viuda que ocupó el liderazgo que la muerte del esposo dejó huérfano: Juana, la comandancia de la guerrilla y la jefatura de la llamada “Republiqueta de La Laguna”, liderazgos creados y ejercidos hasta su muerte por Manuel Asencio Padilla. Y Cristina, el liderazgo del Frente Para la Victoria y la presidencia que no pudo volver a ocupar su esposo porque la muerte lo emboscó cuando menos lo esperaba.

En el imaginario kirchnerista, la estatua de Colón, además de representar una conquista genocida; también representa a los fondos buitres y todo lo que pueda equipararse a las fuerzas realistas contra las que luchó Juana Azurduy al lado de su marido y después sola.

Quizá, secretamente, Cristina aspira a superar en la historia a la imagen de Néstor, como la valerosa guerrera del Alto Perú cuyo nombre es inmensamente más conocido en la historia que el de Asencio Padilla.

Para Evo Morales, el coinaugurador de la estatua que puso en retirada a Cristóbal Colón, Juana también tiene una inmensa importancia, pero no por la misma razón que ve la presidenta argentina. Para Evo, posiblemente, el mayor valor como mensaje de la comandante independentista decimonónica, es que era hija de una mujer indígena. La huella de la gran guerrera patriótica es una marca india en la lucha emancipadora. Y el presidente boliviano es el gran impulsor de la inclusión de las culturas aimara, quechua y amazónica en la conducción de Bolivia, un Estado que siempre había estado en manos de una casta blanca, socialmente corrosiva, políticamente autoritaria y económicamente incompetente.

Cristina necesita que los argentinos vean en Azurduy su propia historia, o que vean en ella una guerrera como la que continuó la lucha emancipadora del marido muerto, llevándola a la victoria. Evo Morales busca en la misma estatua un ejemplo de lo que pueden los pueblos originarios cuando toman la historia en sus propias manos.

La diferencia entre el presidente de Bolivia y su par argentina no sólo está en lo que ven y buscan en la estatua de Juana. También en cómo se ven a sí mismos.

Evo lleva consigo, como un tesoro invalorable, la pobreza con que nació y creció en Oruro, cultivando y pastoreando llamas como casi todos en su comunidad aimara. Como haciendo honor a la choza que habitó con sus padres y hermanos, siete de los que sólo sobrevivieron tres, nunca uso su liderazgo sindical para enriquecerse como hacen muchos. Y en la presidencia, el patrimonio que ostenta es el de la austeridad franciscana con que siguió viviendo, aún en las cumbres del poder político.

La anfitriona con la que inauguró la estatua de Juana es, por el contrario, multimillonaria. Para ella y su difunto esposo, no se puede hacer política sin dinero. Si tuviera que expresarse con sinceridad sobre tal afirmación, muy repetida por Kirchner, el presidente boliviano diría que eso es una coartada.

Al fin de cuentas, siendo pobre llegó a liderar el poderoso sindicato de los cocaleros del Chapare y, sin más patrimonio que una casa humilde, logró lo que sólo habían logrado Ziles Zuazo y Paz Estenssoro: ganar la presidencia con mayoría absoluta de los votos. Después alcanzaría un récord que nadie soñó en ese país habituado a los presidentes débiles: fue reelegido con más del 64 por ciento de los votos. Y logró todo eso sin haber dejado de ser un hombre austero y sin patrimonio, la contracara de la versión moderna, bella y acaudalada que Juana Azurduy tiene en la Argentina.

Quizá hay otra diferencia. Evo no apuntala el poder en los monumentos, como la colega que plagó el país con estatuas y bustos del marido antes de que el cuerpo se enfriara en el gigantesco mausoleo donde yace.

El presidente de Bolivia, si bien gobierna desde un pragmatismo inteligente y eficaz, tiene un discurso cargado de ideologismo. En la ideología que expresa con palabras, hubo totalitarismos creadores de la versión más potente de aparato de propaganda abocado a la construcción de culto personalista. Por eso, de esas canteras ideológicas salieron megalómanos que plagaron sus países con estatuas de ellos mismos, como el soviético Stalin, el turkmeno Saparmurad Atayevich Niyazov y el norcoreano Kim Il Sung, además de caudillos de diversos nacionalismos populistas, como el iraquí Saddam Hussein y el sirio Hafez el Asad, entre otros.

En Bolivia no hay culto personalista, ni en los niveles estrafalarios de los citados dictadores, ni en el nivel más módico que se exhibe en la Argentina, donde la presidenta levanta una estatua para sí misma, pero con la cara de Juana Azurduy, porque algunas cosas (no muchas) el culto personalista aún no ha podido imponer en la desembocadura del Plata.

Pero el tiempo que ya lleva en el poder ha comenzado a horadar la humildad instintiva de Evo Morales Ayma. Lo prueba la rebelión que estalló en Potosí mientras él inauguraba la estatua de Juana-Cristina o Cristina-Juana, en Buenos Aires. La huelga y los bloqueos impuestos por el Comité Cívico de la ciudad atraparon a muchos turistas argentinos, pero los rescató la iglesia católica boliviana, porque ni el presidente boliviano ni su anfitriona movieron sus respectivas diplomacias para abrir el cerco que aprisionó a los turistas y peregrinos que habían ido a ver al Papa.

La protesta demanda inversiones en áreas claves, como la generación de energía eléctrica, el arreglo de las rutas, la recuperación de los hospitales públicos y la preservación del cerro de donde se extrae plata desde hace más de quinientos años.

Más grave que la existencia de tales decadencias en un país en el que el buen manejo de la economía permitió absorber una ola de inversiones, es que el presidente se niegue a hablar personalmente con la dirigencia de esa entidad que congrega sindicatos, instituciones, ONGes y asociaciones empresariales y comerciales. La ira estalló por esa negativa de un presidente que, en sus tiempos de líder sindical, exigía lo mismo y con la misma agresividad, que es característica de las protestas bolivianas.

La policía pasó de la represión sangrienta en la Guerra del Gas del año 2003, que además de 65 muertes causó la caída del presidente Sánchez de Lozada, a la inacción absoluta que exhibió en Potosí. En Bolivia, las fuerzas del orden o masacran brutalmente o miran para otro lado ante las protestas violentas. Por eso era importante que el presidente dialogue con la dirigencia que le reclamaba una reunión.

Tanto tiempo en el poder daña, incluso, la humildad de un luchador que nunca abjuró de su pobreza ni apuntaló su poder en las estatuas.

por Claudio Fantini

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