Thursday 28 de March, 2024

OPINIóN | 09-08-2015 01:53

El presente perpetuo

Daniel Scioli sabe que el escenario puede cambiar entre las PASO y las generales.

Decía el dos veces primer ministro británico Harold Wilson que una semana es mucho tiempo en política. Tenía razón. Un problema de salud imprevisto, un escándalo inoportuno, una mala noticia económica o una convulsión en otra parte del mundo pueden cambiar todo en un lapso muy breve, lo que en el caso de la Argentina arruinaría los planes de aquellos que, como Daniel Scioli y quienes esperan sacar provecho de su capacidad notable para cosechar votos, rezan para que el futuro próximo se asemeje al presente. Para ellos, la continuidad no es una opción más, es una necesidad.

No les faltan motivos para sentirse inquietos cuando piensan en la condición del país. Temen que, debajo de una superficie que parece estable, placas tectónicas hayan comenzado a ponerse en movimiento sin que lo hayan registrado los encuestadores. El drama escabroso protagonizado por uno de sus prohombres, Aníbal Fernández, es un presagio ominoso de lo que les aguarda en los meses próximos. Aun cuando haya estallado demasiado tarde la riña furibunda, y terriblemente reveladora, que provocaron las acusaciones contra Aníbal en el seno del Frente para la Victoria kirchnerista como para incidir mucho en los resultados de las PASO, todavía quedan once semanas más para que llegue la primera vuelta de las elecciones presidenciales y quince para un eventual, pero bastante probable, ballottage. De estar entre nosotros, el laborista inglés diría que, en política, se trata de una eternidad.

Felizmente para los kirchneristas, la Argentina aún dista de haberse recuperado del ajuste traumático que sufrió en 2002 al romperse la cáscara de la convertibilidad de resultas de presiones que se habían acumulado durante años. Lejos de ser el país veleidoso del estereotipo tradicional, se aferra como pocos a la estabilidad, aunque sea cuestión de conformarse con lo mínimo, de ahí la decisión de los dos presidenciables por ahora mejor ubicados, Mauricio Macri y Scioli, de aseverarse partidarios de una estrategia gradualista que acaso sería apropiada para Suiza o Alemania pero que, por desgracia, no lo sería para un país como la Argentina en que, para citar a Aníbal, de levantarse el cepo las reservas del Banco Central se esfumarían en tres días.

Es tan fuerte la voluntad popular de dejar las cosas como están que sucesos que en otras latitudes harían caer al gobierno local se ven tratados como si fueran detalles pintorescos de un relato desvinculado del mundo real. Por cierto, no cabe duda de que entre los dispuestos a votar por Aníbal se encuentran muchos que creen que es perfectamente posible que sea un capo di capi narco y, para colmo, el autor intelectual del “triple crimen” de General Rodríguez en que murieron asesinados tres farmacéuticos involucrados en el negocio de la droga, y que aportaban dinero a la campaña presidencial de Cristina, pero que así y todo lo ven como un defensor aguerrido del statu quo. Asimismo, la mayoría de los kirchneristas sabrá muy bien que la jefa y sus familiares se han enriquecido de manera decididamente irregular y que es por tal motivo que el Gobierno quiere “democratizar” la Justicia, pero hasta los personalmente honestos se resisten a permitir que las sospechas en tal sentido modifiquen sus propias preferencias políticas. Como tantos otros, quieren prolongar el statu quo por miedo a lo que podría venir después.

Así, pues, el oficialismo, que vive en el presente perpetuo y ha hecho de la miopía su principio rector, está bien blindado. Es merced al conservadurismo tenaz que es su característica más llamativa que ha podido sobrevivir con tanta facilidad a cuatro años de estancamiento económico, un proceso de desindustrialización alarmante, el aumento de la proporción de pobres y una tasa de inflación ya crónica que está entre las más altas del planeta, además de un sinnúmero de denuncias de corrupción que involucran a la familia presidencial, la muerte del fiscal Alberto Nisman justo cuando se preparaba para denunciar a Cristina por encubrimiento de terroristas ante una comisión parlamentaria con el propósito de pactar con los islamistas fanáticos de Teherán y, últimamente, las tribulaciones apenas concebibles, propias de una novela negra, del jefe de Gabinete, Aníbal.

A pesar de todo lo ocurrido, el oficialismo enfrenta las PASO confiado en salir airoso de la prueba. De lograrlo, se trataría de una hazaña que motivaría envidia en otros países, como Brasil, en que Dilma Rousseff, salpicada por la corrupción ajena, se hunde, o Chile, donde Michelle Bachelet está en apuros por razones similares.

Muchos atribuyen la invulnerabilidad aparente del kirchnerismo a las deficiencias de una oposición dividida, facciosa y nada realista que no ha sabido ofrecerle al país una alternativa convincente. No se equivocan por completo quienes piensan así, pero sucede que sin partidos políticos genuinos o una administración pública profesional, asegurar la gobernabilidad de una sociedad caudillista en que la tercera parte vive en condiciones miserables y millones de personas corren el riesgo de compartir el mismo destino, dista de ser fácil. Con todo, parecería que el orden precario al que nos hemos acostumbrado tiene los días contados. Como suelen advertir los economistas, es “insostenible”. La razón es sencilla: no hay plata. Cristina se las arregló para gastar todo lo conseguido mientras duró el irrepetible boom de las commodities que coincidió con la década ganada.

Parece entenderlo Axel Kicillof, razón por la que brinda la impresión de estar más interesado en llamar la atención a su propia heterodoxia que a lo que le dicen los malditos números. Coincide con el filósofo de cabecera de Cristina, Hegel, que en una ocasión dijo –con ironía– que “si los hechos no concuerdan con mi teoría, tanto peor para los hechos”, y para los obligados a soportarlos. El encargado de la economía nacional desconcierta a tirios y troyanos hablando un momento de lo bueno que sería regular los alquileres, sólo para corregirse enseguida afirmando que fue un “chiste”, una “taradez”, puesto que “somos porteños” y por lo tanto podemos darnos el lujo de formular propuestas extravagantes, de la necesidad evidente de pagarles algo a los fondos buitre, estos enemigos mortales del sagrado “modelo” K, y de seguir haciendo “más o menos lo mismo” en los años próximos aunque, gracias a lo que ya ha hecho por el Gobierno, el país se ha acercado peligrosamente a un nuevo abismo. Para los asesores de Scioli, el ministro favorito de Cristina se ha convertido en una bomba humana más, otra es Aníbal, que en cualquier momento podría estallar, pero no les es dado distanciarse de él por miedo a enojar a su madrina. Sea como fuere, Kicillof parece entender muy bien que su tarea consiste en demorar, por los medios que fueran, el colapso del modelo, con la esperanza de que el desastre previsible no se produzca antes de las elecciones de octubre.

¿Lo logrará? Para alarma de los kirchneristas, el mercado cambiario acaba de agitarse nuevamente. Después de una ausencia prolongada, regresó el siniestro dólar blue. Por lo demás, el estado de las ya postradas economías regionales sigue empeorando; no sorprendería que en las semanas próximas se multiplicaran las protestas de productores rurales que se han visto cruelmente depauperados por la inoperancia gubernamental. De ser así, el clima imperante en la segunda fase de la larguísima campaña electoral sería muy distinto del que ha caracterizado la primera que llegará a su fin con las PASO. Por cierto, un país en llamas no le convendría a Scioli, el símbolo viviente de la tranquilidad cuya campaña se basa en la idea de que, con él en la Casa Rosada, no ocurriría nada desagradable.

En opinión de la mayoría, la política exterior del gobierno kirchnerista carece de interés. A pocos les preocupa que Cristina se haya alejado de Estados Unidos y la Unión Europea o que se haya acercado a países autoritarios en que se pisotean brutalmente los derechos humanos como China, Rusia e Irán. Tampoco les parece significantes que “el mundo” se haya habituado a caérsenos encima, de ahí, dicen los K, los problemas económicos, o que Brasil se haya puesto a devaluar el real, o que el socio estratégico chino pueda estar entrando en una etapa tumultuosa. Con todo, a pesar de la indiferencia mayoritaria frente a lo que sucede allende las fronteras nacionales, hay un país cuya evolución podría incidir mucho en la de la Argentina: se trata de Venezuela que parece estar en vísperas de un estallido social caótico.

La revolución bolivariana tan admirada por los kirchneristas ha hecho de un país rebosante de petróleo que, año tras año, ha recibido decenas de miles de millones de dólares sin tener que hacer nada salvo firmar contratos, un estado fallido en todos los sentidos. El “Caracazo” de febrero y marzo de 1989, una revuelta popular causada por la escasez en que murieron centenares, tal vez miles, de personas, tuvo repercusiones muy fuertes en toda América latina. Puesto que los chavistas se las han ingeniado para crear una situación aún más exasperante que la de un cuarto de siglo atrás, no extrañaría en absoluto que se reeditara el “Caracazo” en escala todavía mayor, lo que con toda seguridad tendría un impacto tan contundente aquí como ha tenido el fracaso del gobierno de la izquierda radical griega en España, donde el apoyo a Podemos, una agrupación parecida a Syriza, acaba de desinflarse de golpe.

por James Neilson

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