Thursday 18 de April, 2024

OPINIóN | 23-08-2015 03:38

Cómo fabricar un payaso

El poder de la tevé para convertir a un presunto estafador en un gigoló, con muchas horas de aire. Claves para un triunfo exprés.

Todos se le ríen en la cara. Mariana Fabbiani, Jorge Rial, Chiche Gelblung y hasta Santo Biasatti. Ninguno le cree, eso se nota abiertamente, pero todos le abren la puerta del estudio. Flavio Mendoza quiso pegarle (¿?) por engañar a su hermana. Todo en vivo y en directo. En cuestión de horas se creó un nuevo payaso mediático. Javier Bazterrica –al parecer ese es su nombre–, El gigoló.

No deja de sorprender el funcionamiento de la relación público-televisión. Los programas políticos se han convertido en una suerte de nueva forma de entretenimiento donde hay un acuerdo implícito: todo es verdad y mentira a la vez. Una misma cara de una moneda acuñada detrás de un escritorio que nunca se ve. Los periodistas políticos, sean del signo que sean, necesitan hacer algo que se parezca más a una puesta en escena que a un análisis. Es cierto que se necesitaba diluir buena parte del acartonamiento de otros tiempos, pero para entretener con supuestos ya están, hace tiempo, los programas de “interés general”. Más certeramente definidos como chimenteros. Pero, ¿de dónde nace un personaje como este, al que a cada minuto se le suma una nueva víctima?

Algunos apuntan a los abogados “mediáticos”, porque así como están los mediáticos a secas, que aparecen como esos hongos que se aferran a las cosas abandonadas y que después cuesta borrar, también están los doctores que encontraron en esos programas/grieta un lugar a través del cual pueden emplear nuevas herramientas para defender a sus clientes. Mostrarlos para esconderlos. En esta TV, es todo tan real como uno lo quiera creer.

El lunes 17, en el programa “Peter Capusotto y sus videos”, apareció un nuevo personaje: “Quique Pettinari, el argentino que es igual a Brad Pitt”. La cuestión es que un conductor de TV entrevista a este galán argento (Diego Capusotto con una peluca rubia) que no tiene ni un gesto similar al actor norteamericano. No es lindo como Brad, ni inteligente, ni posee una simpatía que seduzca. Pero el parecido está ahí, en la TV que afirma el parecido con el actor. Y eso no se discute.

La aparición del gigoló se parece más a una trama de Capusotto que a un “caso” mediático para analizar, como sucedía con “celebridades” de otros tiempos, como Guido Süller o el malogrado millonario Fort que permanecieron en la pantalla chica para sustentar el chisme del momento.

Pero resulta que la curiosidad por este nuevo mediático despierta otras inquietudes. En primer lugar, preguntarse: ¿qué le vieron? O ir un poco más allá en este raid de confesiones: ¿cuánta gente conocemos que tenga 90 pantalones blancos? ¿Por qué sería importante un dato así? ¿Y a quién le importa?

La cuestión es que, más que a un gigoló, este hombre es lo más parecido a un estafador. Un estafador al que la TV le da la posibilidad de defenderse o, quién sabe, de seducir a más mujeres, aunque ahora difícilmente pueda volver a presentarse como Máximo Blaquier, o Álzaga Anchorena, o algún otro apellido que remita a sus víctimas al sueño de entrar a un mundo arquetípico en las telenovelas, donde un apellido de alta alcurnia se atreve a mezclarse con alguno de origen plebeyo.

Y, tal vez, todo este escándalo se reduzca simplemente a eso: dejarse impresionar por un tipo que hace gala de portación de apellido y la promesa del amor eterno.

Incluso se oyen análisis espeluznantes de panelistas devenidos en analistas psicoanalíticos de las víctimas, que advierten en esas mujeres ciertos rasgos de “debilidad comprensible” ante la propuesta de amor eterno del coleccionista de pantalones blancos. Y hasta hablan de la “vulnerabilidad” de esas mujeres solas. Y aquí, a la pregunta de ¿qué le vieron?, habría que agregarle ¿el apellido?

Nunca lo sabremos. Es más. Tal vez, mientras esta nota se imprime, el gigoló ya está ante la Justicia rosarina. O se esfumó, sin pena ni gloria, de la vida de todos, víctimas directas y víctimas televisivas.

Porque, de verdad, la impresión que queda al ver a este gigoló tercermundista, es que lo que más impacta de él es ese apellido idealizado. Seductor de verdad es Quique Pettinari, que al menos es igual a Brad Pitt.

* Periodista

por Daniel Amiano*

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