Thursday 28 de March, 2024

OPINIóN | 07-09-2015 15:48

La bomba tucumana

Los hechos acaecidos en Tucumán y el escenario poselectoral después de los polémicos comicios.

Los kirchneristas siempre les ha costado tomar en serio a la oposición; a su entender es un rejunte variopinto de quejosos reaccionarios que se creen en condiciones de frenar la gran revolución que han puesto en marcha para hacer de la Argentina un dechado de prosperidad equitativo y amor fraternal. Puede entenderse, pues, la alarma que sienten los estrategas oficialistas más lúcidos cuando piensan en los resultados ambiguos de las PASO y los errores de campaña que a su juicio está cometiendo Daniel Scioli. Temen que el 25 de mes venidero el bonaerense no alcance el cuarenta por ciento de los sufragios que, siempre y cuando su rival más cercano obtuviera menos del treinta, le ahorraría una riesgosa segunda vuelta en que la gente, engañada por las burdas mentiras difundidas por medios extranjerizantes, podría cometer el error histórico de votar por la antipatria. Para que no ocurra nada tan terrible, los kirchneristas y sus aliados coyunturales aprovecharán al máximo todas las ventajas que les supone el manejo de las distintas reparticiones del Estado que, además de permitirles mejorar los resultados electorales a lo INDEC, les proporciona muchísimo dinero y una multitud de órganos propagandísticos, entre ellos la cadena nacional de radio y televisión que se ha visto convertida en el blog personal de Cristina.

Es de prever que los kirchneristas, asustados por la posibilidad de que lo del cambio resulte ser algo más que una consigna electoral macrista, traten de repetir en el resto del país lo que sus compañeros ya hicieron en Tucumán. Sin embargo, las protestas masivas que estallaron al enterarse los votantes tucumanos de los métodos heterodoxos que fueron empleados por oficialistas deseosos de reducir el riesgo de que las urnas les depararan una sorpresa ingrata, han servido para advertirles que les convendría proceder con cierta cautela. Al aproximarse a su fin el largo reinado de Cristina, el país ha ingresado en una fase en la que el clima político podría cambiar de golpe a causa de episodios de fuertes connotaciones simbólicas que en otro momento hubieran pasado virtualmente desapercibidos.

Según el gobernador tucumano saliente José Alperovich, sí hubo algunas irregularidades en los comicios que se celebraron el 23 de agosto, pero, como todos los demás kirchneristas, dice que incidieron muy poco en el resultado final. En cuanto a la carga de la caballería policial contra una multitud de manifestantes indignados que colmaban la plaza Independencia en la capital provincial, opina que fue un incidente lamentable con el cual estaba “totalmente en desacuerdo”. El objetivo kirchnerista es dar a entender que, a pesar de tantos esfuerzos oficiales, aún se producen brotes esporádicos de picardía criolla en distintos lugares del país, pero que en última instancia su impacto es limitado, razón por la que protestar contra los abusos equivale, según Cristina, a “poner en duda nuestro sistema democrático”.

Puede que estén en lo cierto quienes señalan que la quema de algunas urnas, la presencia de otras que llegaron a los lugares de votación ya llenas de boletas patrióticas, el eventual aporte de zombis legalmente muertos y otros trucos tradicionales no han modificado mucho. Dicen que será cuestión del dos o tres por ciento del total, pero también habrán ayudado al candidato K Juan Manzur a acumular votos los funcionarios del Correo Argentino camporista que se las arreglaron para corregir los datos erróneos que les habían suministrado fiscales de mesa inexpertos. Al fin y al cabo, todo suma.

Sea como fuere, en Tucumán se perpetraron tantas irregularidades que a esta altura no habrá forma de averiguar el resultado genuino de las elecciones; lo único indiscutible es que es razonable suponer que la diferencia real entre el opositor José Cano y Manzur fue decididamente menor que el 14% del escrutinio provisional.

¿Una nimiedad pintoresca? Claro que no. Por el contrario, sería difícil exagerar la importancia para el futuro del país de lo que sucedió hace un par de semanas en Tucumán y que regaló a los candidatos opositores un tema desvinculado de la economía; por motivos comprensibles, preferirían no sentirse constreñidos a decirnos qué harían para que el país no se precipite en una crisis parecida a la que puso fin a la gestión del presidente Fernando de la Rúa.

El más perjudicado por la reacción airada de los tucumanos frente a las hazañas electorales de los oficialistas locales fue Scioli que había viajado a la provincia confiado en que le sería dado compartir un triunfo aleccionador sólo para encontrarse en medio de un escándalo mayúsculo que echaría una sombra sobre su eventual gestión. Si en octubre o noviembre Scioli gana por un margen muy estrecho, lo que según las encuestas más recientes parece bastante probable, buena parte de la ciudadanía atribuiría su triunfo al fraude sistemático.

En tal caso, el delfín malquerido de Cristina iniciaría un mandato que de cualquier modo sería extraordinariamente difícil sin disfrutar de la legitimidad democrática que necesitaría para poder garantizar la gobernabilidad en que, como un buen peronista, está basando su campaña proselitista.

También lo tendría difícil un opositor como Mauricio Macri o Sergio Massa, pero de triunfar uno de los dos, hasta una ventaja de un solo punto sería considerada más que suficiente, ya que nadie ignora que en la Argentina actual los adversarios del kirchnerismo corren con un hándicap muy pesado.

No sólo es cuestión de la pérdida de vaya a saber cuántos votos quemados, robados, extraviados en medio de un sinnúmero de listas colectoras o transformados milagrosamente en oficialistas.

Los opositores también tienen que competir contra quienes han construido extensos aparatos clientelistas que les sirven para presionar psicológicamente a los pobres e indigentes, además de procurar tranquilizar a millones de personas angustiadas que, para sobrevivir, dependen de las limosnas estatales y entienden muy bien que aquí el Estado es propiedad de Cristina y sus amigos, motivo por el que son reacios a arriesgarse apoyando a un adversario.

Para quienes viven al borde de la indigencia o ya se sienten atrapados irremediablemente en ella, es perfectamente racional votar a favor del oficialismo de turno con la esperanza de continuar recibiendo algunos pesos mensuales, bolsas de harina o lo que fuera. Los marginados de la sociedad de consumo sencillamente no pueden darse el lujo de considerar alternativas más dignas, razón por la que ayudan a fortalecer el sistema que los ha depauperado.

El populismo cortoplacista que encarnan Cristina, Alperovich, Gildo Insfrán y otros caudillos “feudales” es en buena medida producto de la miseria que perpetúa la modalidad misma. Aun cuando algunos populistas que deben su lugar privilegiado en la clase política nacional a su capacidad para aprovechar las necesidades ajenas quisieran impulsar reformas auténticas, les es imposible romper con los esquemas que tanto los han beneficiado porque en tal caso se desmoronaría el poder al que se ha acostumbrado, un desastre que los dejaría a la merced de los cazadores de corruptos.

Al incorporar el Estado a su “proyecto” particular, los kirchneristas erigieron una barrera en el camino hacia la Casa Rosada que esperaban resultaría insuperable para cualquier aspirante opositor. Con todo, aunque no cabe duda de que apropiarse así de miles de millones de dólares aportados por los contribuyentes les ha brindado una ventaja enorme, no les ha sido dado congraciarse con el grueso de la clase media.

Han invertido sumas astronómicas en publicidad, creando con la ayuda de empresarios amigos un gran imperio periodístico que han suplementado con los medios de difusión públicos para que todos podamos beneficiarnos de la sabiduría de Cristina, pero no les ha sido dado entusiasmar a la mayoría de los habitantes de los centros urbanos. En Tucumán, lo mismo que otras partes del país, la oposición se impuso en las ciudades mientras que el oficialismo triunfó en las zonas rurales más atrasadas. No es que los kirchneristas se hayan propuesto hacer de la Argentina una fábrica de pobres por entender que los necesitarían para permanecer en el poder. Como todos los oficialistas anteriores, incluyendo a los amigos del proceso militar, habrán querido protagonizar una epopeya económica que enriquecería a todos y todas con la eventual excepción de algunos plutócratas de ideas reaccionarias, pero su apego al clientelismo les impidió pensar en reformas que, andando el tiempo, podrían permitirles a los marginados salir de la dependencia. En vez de favorecer los sectores más dinámicos, los populistas procuran seducir con promesas y dádivas a los más retardatarios, con el resultado de que en los años últimos ha aumentado sustancialmente la proporción de pobres en el país.

Lo que vio Carlos Tevez en Formosa, donde le produjo estupor e indignación encontrar a escasos metros del hotel de lujo en el que se hospedaba a grupos de famélicos, dista de ser único en el país. Si lo fuera, Scioli no tendría posibilidad alguna de alzarse con la presidencia, ya que, como sabe muy bien, para ganarla necesitaría recibir muchísimos votos procedentes de los distritos más deprimidos del inmenso conurbano bonaerense y, desde luego, del norte feudal.

por James Neilson

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