Thursday 18 de April, 2024

OPINIóN | 18-10-2015 07:39

A la caza de votos voladores

Análisis de los últimos días de campaña de los candidatos presidenciales.

Al aproximarse a su fin la larguísima, confusa y nada emocionante campaña electoral, el panorama político nacional se ha llenado de espejismos engañosos. Como viajeros sin mapas ni brújula que deambulan por un desierto arenoso, los deseosos de llegar a algún lugar determinado temen despertarse un día para enterarse de que, sin habérselo propuesto, se dirigían hacia otro muy distinto. La culpa la tiene el sistema presidencial que, mal que nos pese, es binario por naturaleza, pero ocurre que muchos políticos y otros se han acostumbrado a actuar como si la Argentina fuera un país parlamentario en el que una minoría respetable podría conservar su identidad sin resignarse a la impotencia. Por desgracia, no es así.

Puesto que ningún candidato obtendrá en la primera vuelta presidencial la mitad más uno de los votos, Mauricio Macri y Sergio Massa, con sus respectivos acompañantes, están procurando convencer a la gente de que en el país rige una especie de ley de lemas conforme a la cual un voto opositor podría transformarse, para disgusto de quién lo deposita en la urna correspondiente, en uno oficialista. Cuando hablan de lo que para ellos por lo menos sería un “voto útil”, advierten que los que no sirvan para aumentar su propio caudal podrían llegar al destino equivocado.

Pensándolo bien, tienen razón. Según Macri, todos los votos conseguidos por Massa terminarían beneficiando a Daniel Scioli, el archienemigo del tigrense combativo, ya que podrían permitirle distanciarse del ingeniero por más de diez puntos. Por su parte, Massa dice que apoyar a Macri significaría dejar que el oficialismo se aferre al poder por un rato más, ya que le sería imposible al porteño ganar en una eventual segunda vuelta por tratarse de un candidato “derechista”, casi un “neoliberal”, un tipo que a ojos de muchos peronistas y progresistas difícilmente podría ser más antipático. Aunque Macri está procurando persuadir a quienes lo toman por un gorila que es tan humano como el que más, de ahí su participación en el homenaje al general que se celebró hace algunos días en la ciudad que maneja, por portación de apellido no le está resultando nada fácil superar los prejuicios en tal sentido.

En la provincia de Buenos Aires las reglas del juego son distintas de las vigentes en el plano nacional, pero así y todo la macrista María Eugenia Vidal se ha puesto a advertir al electorado que no le convendría en absoluto votar a favor del massista Felipe Solá porque en tal caso podría ayudar a que triunfara el temible kirchnerista Aníbal Fernández aun cuando el funcionario oficialista más vehemente quedara muy lejos de una mayoría absoluta, ya que en el distrito no habrá segunda vuelta. Aquellos que comparten con Scioli la aversión que le produce Aníbal, pues, tendrían que cortar las boletas para que María Eugenia saliera primera, pero sería cuestión de un ejercicio de civismo activo que para muchos sería demasiado molesto.

Lo que los candidatos, con la excepción de Scioli, Aníbal y sus partidarios, están pidiendo es que todos los contrarios al statu quo que, de acuerdo con ciertas encuestas, conforman el sesenta por ciento de la población o más, cierren filas detrás de los opositores mejor ubicados, es decir, de ellos mismos, por temor a que los representantes de la primera minoría aprovechen las divisiones. Sin embargo, sucede que las circunstancias los obligan a concentrarse en la interna opositora y por lo tanto a ampliar las grietas ya existentes, tarea que muchos han emprendido con entusiasmo notable.

Macri y Massa están intercambiando golpes porque privilegian su propio destino político inmediato, mientras que María Eugenia Vidal parece estar mucho más preocupada por la presencia de Solá que por el peligro que a su juicio encarna el quilmeño acusado de ser cómplice de narcotraficantes, razón esta por la cual el tema de la droga se ha erigido en uno de los principales de la campaña electoral. También está procurando desacreditar a los candidatos opositores principales la progresista Margarita Stolbizer; entenderá que los únicos que le agradecerían por sus esfuerzos vigorosos por hundirlos serán Scioli y Fernández, pero tal eventualidad no la ha conmovido. Aunque Margarita no tiene posibilidad alguna de triunfar en las elecciones, sí podría permitirle a Scioli distanciarse lo suficiente de Macri o Massa como para ahorrarse el riesgo que le supondría el ballottage. Como decían en su momento los comunistas, “objetivamente” la dama progre es una oficialista K.

El embrollo que se ha creado es consecuencia de la incapacidad congénita de los miembros de la clase política nacional de formar partidos auténticos. Se trata de una deficiencia que perjudica enormemente a quienes militan en agrupaciones menores que, al negarse a apoyar a lo que en su opinión sería el mal menor, se hacen “funcionales” al peor. En cambio, para quienes han logrado apoderarse del Estado, si carecen de escrúpulos les resulta fácil construir, en base a los fondos que les proporcionan los contribuyentes, movimientos que acaso sean coyunturales, como el que se ha aglutinado en torno a las banderas del Frente para la Victoria, pero que así y todo serán menos precarios que los armados por opositores que en última instancia dependen de nada más que su propio carisma personal.

Ya antes de celebrarse las PASO, algunos opositores comprendían muy bien que, para desplazar a los kirchneristas del poder, tendrían que unirse, pero por distintos motivos, entre ellos la confianza de Macri en que el país estaría dispuesto a dar la bienvenida a un gobierno de PRO sin patas peronistas o radicales visibles, no lo hicieron a tiempo. De haberse producido la prevista “polarización” entre Macri y Scioli, el panorama se hubiera simplificado, pero para frustración del candidato de Cambiemos, Massa seguiría en carrera, pisándole los talones y afirmándose capaz de aventajarlo justo antes de la jornada electoral.

Con todo, el que Scioli haya resultado ser un candidato débil a causa de lo terriblemente difícil que le está resultando conservar el apoyo de los kirchneristas puros que, cada tanto, le exigen más pruebas de lealtad hacia la caprichosa y a menudo rencorosa presidenta Cristina, ha dado nuevas esperanzas a la oposición, pero por tal razón no le ha brindado muchos motivos para procurar asumir una postura común. Así, pues, aunque las encuestas hacen prever una elección reñida, el eventual ganador sólo contará con el respaldo decidido de una minoría, lo que, en vista de la gravedad de los problemas que le aguardan al país, es de por sí preocupante. Lo mismo que Néstor Kirchner al iniciar su gestión en 2003, el sucesor de Cristina tendrá que “construir poder” desde la presidencia antes de ponerse a gobernar en serio, pero a diferencia del santacruceño, no se verá beneficiado por la voluntad general de permitirle hacerlo por miedo a una recaída en la anarquía que siguió al colapso del gobierno del presidente Fernando de la Rúa.

Desde hace muchos años, los interesados en la extraña resistencia de la Argentina a desarrollarse como han hecho tantos otros países de rasgos a primera vista parecidos, entienden que las causas de la debacle son políticas, ya que sobran los recursos naturales y la cultura nacional se asemeja mucho a la del sur europeo. ¿Sería que aquí los políticos son menos inteligentes o más corruptos que sus equivalentes de otras latitudes? La verdad es que no existen motivos para creerlo. Lo que los hace tan diferentes de los demás es el orden institucional en el que operan, uno que se caracteriza por la ausencia de partidos pluralistas con raíces históricas profundas que brindarían la impresión de ser instituciones casi tan permanentes como el Estado mismo.

A veces, la presencia en la Casa Rosada de un caudillo de mentalidad autoritaria sirve para difundir una sensación de estabilidad, pero sólo se trata de una ilusión, ya que tales líderes propenden a rodearse de obsecuentes y oportunistas que, suponen, no pensarían en conspirar en su contra. Para ellos, la sucesión es un problema mayúsculo. Si por motivos constitucionales tienen que abandonar la presidencia, se las arreglarán para dejar a su sucesor un país apenas gobernable para que la gente sienta nostalgia por los buenos viejos tiempos. Se trata de una variante de la alternativa “yo o el caos”.

Tal y como están las cosas, parece virtualmente imposible que la Argentina tenga pronto un gobierno que sea a la vez representativo y razonablemente eficaz. Todos los aún factibles parecen precarios. Uno encabezado por Scioli sería no sólo minoritario sino también un campo de batalla en que los militantes de La Cámpora y otros kirchneristas lucharían con denuedo por privarlo de parcelas de poder. Si gana Macri, no tardaría en ser tratado por sus muchos adversarios, tanto peronistas como progresistas e izquierdistas, como un neoliberal fanatizado resuelto a poner el país al servicio de una horda insaciable de banqueros, empresarios y especuladores. Por su condición de peronista, Massa podría tener más suerte, pero a menos que protagonice una remontada vertiginosa en la recta final, a lo sumo le esperará una derrota digna que festejaría Scioli y enojaría sobremanera a Macri

por James Neilson

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