Thursday 28 de March, 2024

POLíTICA | 12-11-2015 19:04

Odios, traiciones y amenazas dentro del oficialismo

El plan del candidato para combatir los enemigos internos. Las intrigas del último acto.

El domingo 25, Aníbal Fernández y La Cámpora estuvieron lejos del candidato oficial Daniel Scioli. Instalados en el Hotel Intercontinental, a 11 cuadras del Luna Park, donde se erigía el búnker sciolista, esperaron los resultados que terminaron de hundir en un tsunami político a todo el oficialismo. El jefe de Gabinete perdía la provincia de Buenos Aires contra María Eugenia Vidal y Scioli apenas superaba por menos de tres puntos a Mauricio Macri y quedaba debilitado para la segunda vuelta. La Cámpora, que había soñado con refugiarse bajo el ala bonaerense en una eventual gestión de Aníbal, también empezaba a sentir cómo se le licuaba el poder en un segundo.

Los búnkers divididos, una idea que había sido avalada por la presidenta Cristina Fernández, presagiaban la tormenta que estaba por llegar. Una batalla feroz entre dos bandos oficialistas que terminó desgastando la campaña del candidato Scioli en las últimas semanas. Hoy, el ex motonauta se enfrenta a su mayor desafío político en un escenario que nunca había imaginado. Tiene que ganar las elecciones para no desaparecer del mapa político y evitar convertirse en el responsable de la mayor derrota del oficialismo en 12 años. ¿Podrá desmarcarse por completo del kirchnerismo como le piden desde algunos sectores del PJ y su entorno? ¿Debe mantenerse firme al relato K? ¿Tiene que convencer al electorado de que es “más Scioli que nunca”, como le gusta repetir? ¿Hay algún margen para remontar la ola del cambio?

La debacle. Las primeras horas tras las elecciones fueron de desconcierto total. El propio Scioli lució abrumado en la primera conferencia de prensa que dio al día siguiente junto a Carlos Zannini, el candidato a vice. Le costó varios días recuperarse de la trompada PRO. El día de la conferencia tuvo un tono beligerante, volvió a defender el modelo K sin concesiones y sólo logró despegarse levemente cuando hizo un llamado a los votantes de Sergio Massa y prometió respaldar algunas de las propuestas que el ex intendente de Tigre había hecho durante la campaña.

El golpe, en esas primeras horas, fue demasiado difícil de asimilar. La madrugada del lunes 26 de octubre se refugió en La Ñata con sus colaboradores y se acostó entrada la noche. Esa semana postelectoral fue un hervidero de reuniones en las que buscaron armar una estrategia para salir del pozo. Hasta el asesor norteamericano James Carville intervino en persona y participó de los encuentros que empezaban a diagramar el futuro del candidato. No fue el único que estuvo. También pusieron la cara el titular de la Anses, Diego Bossio, el gobernador de Entre Ríos, Sergio Urribarri, el de Misiones, Maurice Closs, y el de Salta, Juan Manuel Urtubey, entre otros. Hubo reclamos, pero también idearon tres estrategias. La primera apuntaba a desmarcarse gradualmente de todo lo K. La segunda buscaba instalar el eslogan de “ser más Scioli que nunca” que incluía farándula, PJ y Karina Rabolini. Y la tercera era usar la campaña del miedo, una idea impulsada por Carville, y que en los hechos intentó ubicar a Macri como el culpable de todos los males, representante de un regreso a lo peor del neoliberalismo de los '90 que podría sacar sin anestesia todos los derechos que se obtuvieron en la “década ganada”. “Hay que hablarle a Macri, sin indirectas”, decidieron.

Lo que en el sciolismo no sospechaban por esas horas era que el enemigo estaba adentro y que el “fuego amigo” –un término que acuñó Aníbal Fernández para referirse a los que creía que lo habían traicionado en la provincia de Buenos Aires– los iba a dañar tanto. El jefe de Gabinete fue el más vehemente. Furioso por la derrota, está convencido de que Scioli, a través de su ministro de Justicia, Ricardo Casal, fue el que permitió que el equipo periodístico de Jorge Lanata pudiera entrar a la cárcel a entrevistar a Martín Lanatta, condenado por el triple crimen de General Rodríguez que vinculó a Aníbal con el narcotráfico. Hubo más voces oficialistas que se sumaron al operativo “péguenle a Scioli”. Ricardo Forster dijo que le molestaba que hubiera cerrado la campaña con Marcelo Tinelli, Horacio González se quejó del gusto musical de Scioli por cerrar su campaña con Ricardo Montaner y Hebe de Bonafini dijo que muy pocos kirchneristas lo quieren al ex motonauta pero que no quedaba más opción que votarlo. El último en salir a criticar fue el ministro del Interior y Transporte, Florencio Randazzo, que detesta a Scioli y que está muy enojado con Cristina luego de que no lo dejara participar de la interna. “La Presidenta ha decidido que el candidato sea Scioli y los resultados están a la vista”, dijo despechado.

En el sciolismo ya no saben cómo contener el “fuego amigo”. El jefe de Gabinete de Scioli, Alberto Pérez, fue el encargado de calmar a Aníbal Fernández hace una semana, pero la calma duró sólo unos días. La interna arde: “Son el tren fantasma. Parece que quieren que Scioli pierda”, se quejan los sciolistas de los voceros K que critican al ex motonauta.

Qué le piden. Los consejos y críticas se multiplican. Scioli escucha. El PJ, los gobernadores y los intendentes fueron los primeros en pasarle factura. Hacía rato que venían pidiéndole al candidato que se desmarcara del kirchnerismo y que se mostrara más independiente. Uno de los que más solían insistir era el fallecido operador del PJ, Juan Carlos “El Chueco” Mazzon, que se había convertido en asesor de Scioli y por eso había sido echado de la Casa Rosada por orden de la Presidenta. “Distanciate”, le suplicaba al candidato.

Los gobernadores del peronismo también se lo venían pidiendo. Antes de las elecciones en Tucumán que terminaron con denuncias de fraude, se reunieron varios mandatarios en esa provincia con Scioli y le pidieron directivas. El encuentro tuvo momentos de tensión. Le decían en la cara al gobernador de Buenos Aires que estaban dispuestos a ser ellos quienes marcasen las diferencias con los K si él no estaba dispuesto a hacerlo. “Le pedimos conducción. Somos peronistas y él es el candidato, pero no hubo respuesta”, recuerda uno de los que participó de esa catarsis. “Hoy ya es tarde”, se lamenta.

Aunque todos los gobernadores e intendentes peronistas se comprometieron a hacer campaña activa por Scioli, en la intimidad creen que el candidato demoró demasiado en mostrarse independiente de la Presidenta y que ya no hay margen para el despegue. “La gente lo identifica con Cristina y probablemente termine perdiendo por culpa de ella”, explica un intendente del conurbano. Creen que fue demasiado moderado y que le faltó audacia. Muchos se lo dijeron en la cara en las reuniones que tuvieron en los últimos días.

Scioli es el único que está convencido de que puede dar vuelta el resultado, aunque por ahora las encuestas le dicen lo contrario. Ni siquiera los focus group que encargaron para ver adónde iba el voto de Sergio Massa fueron positivos: la mayoría va a parar a Macri.

El gobernador aún cree que la estrategia de división de audiencias puede ayudarlo a crecer. Cristina sería la encargada de hablarle al núcleo duro K y Scioli debe penetrar en los votantes independientes y massistas. Una especie de campaña bipolar con dos discursos oficiales que serán puestos en circulación a la vez. El propio candidato se lo planteó a Cristina en una reunión privada el jueves postelectoral. Allí le planteó que iba a tener un discurso un poco corrido del libreto K y que pensaba incluir en la campaña promesas que podían ser incómodas para el modelo: el 82 por ciento móvil para los jubilados, quita de retenciones, aumento del mínimo no imponible del impuesto a las Ganancias, seguridad y narcotráfico. Cristina aceptó, pero en su primera aparición pública fue muy crítica del aumento para los jubilados anunciado por Scioli y recordó que ella había vetado el 82 por ciento móvil. Las diferencias entre ambos son indisimulables.

La estrategia de diferenciación se irá marcando con el paso de los días. Habrá nuevos spots menos K. Los de la primera vuelta habían sido muy cuestionados luego de que un encuestador midiera el impacto en el electorado: caían bien en los votantes oficialistas porque hablaban de continuidad, pero muy mal en los independientes. Scioli intentará no ir más a las cadenas oficiales de la Presidenta –que irritan a todos menos a los fieles– y empezará a mostrar algunos voceros diferentes. Sumará a la campaña al secretario de Seguridad, Sergio Berni, a sindicalistas como el recién procesado Antonio Caló y a algunos economistas como el titular del Banco Provincia, Gustavo Marangoni. Su última aparición, en un debate con el macrista Carlos Melconian, le valió las críticas feroces del descontrolado Aníbal Fernández. “Me llama la atención Marangoni, tanta desesperación por parecerse a Melconian. No termino de entender”, dijo en sus habituales conferencias de prensa matutinas.

En el kirchnerismo duro hay mucha bronca y odio contra Scioli. La Cámpora habla pestes del gabinete que armó y hasta critica la gestión de Scioli en la provincia. Dicen que fue uno de los motivos de la derrota. Los camporistas no pueden disimular el odio hacia el candidato: no les gusta su estilo frívolo y no le terminan de confiar. Además, creen que debería haber tenido un discurso más alineado con el modelo. Alertado de esas molestias, el hijo presidencial Máximo Kirchner se reunió la semana posterior a las elecciones con varios dirigentes camporistas y con los nuevos intendentes oficialistas que desplazaron a los barones del conurbano. En esa reunión trató de alinear a la tropa y les pidió que hicieran campaña por el ex motonauta para tratar de ganar las elecciones.

En el PJ alineado con Scioli le echan la culpa por el magro resultado electoral a Aníbal Fernández. Lo explica un intendente que ganó en su territorio el 25 de octubre: “Pusimos a un tipo con 65% de imagen negativa como candidato. Tiene lógica que hayamos perdido”. Los intendentes están furiosos con Aníbal, pero a la vez están aliviados. Creen que será más fácil la gestión con María Eugenia Vidal: puro pragmatismo peronista. “No le vamos a poner trabas a menos que haga una salvajada. Si a ella le va bien, a nosotros también”, confiesan. A Aníbal le reclaman que tuvieron que hacer campaña por él, que lo llevaron a sus distritos a pesar de que era “piantavotos” y que el jefe de Gabinete ni siquiera les agradeció las gestiones. “Al día siguiente de perder salió a decir que había fuego amigo que lo había traicionado”, se despacha un intendente enfurecido con Aníbal. El día del discurso de Cristina en la Casa Rosada tras las elecciones ni siquiera se acercó a saludarlos. “No nos puede ni mirar a los ojos”, lo chicanean.

Efectos colaterales. Scioli empezó a perder su encanto. En el equipo de comunicación están preocupados porque empezaron a notar que los atributos con que solían identificarlo los votantes empezaron a cambiar. De la línea sol, turismo y moderación pasó a la oscuridad. El candidato está en una situación defensiva, se lo percibe más agresivo y hasta quedó muy pegado a la “campaña del miedo” que empezó a diseminar el aparato oficial para golpear a Macri. El líder del PRO, al contrario de Scioli, pasó de ser percibido ya no como un político inaccesible y cerrado sino como un candidato abierto y luminoso.

Hay más datos que preocupan a Scioli. En la televisión baja el rating cada vez que aparece. Pero cuando lo hace Macri, sube. Son pequeños termómetros del mal momento que vive el oficialismo. Y el efecto descontracturante que solían adjudicarle a Karina Rabolini ya no parece tener efecto.

En el sciolismo también están preocupados porque no consiguen una vocera mujer que salga a debatir con Cambiemos. La ministra de Economía bonaerense, Silvina Batakis, no dio los resultados esperados. Del otro lado cuentan con Vidal, la candidata a vicepresidenta Gabriela Michetti, la diputada Elisa Carrió y las explosivas denunciadoras seriales Patricia Bullrich y Laura Alonso.

Scioli sabe que la relación con la Presidenta es una carga. Si de verdad quiere ganar, es mejor tenerla lejos.

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por Nicolás Diana

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