Thursday 28 de March, 2024

OPINIóN | 16-11-2015 17:38

Para que nadie toque el modelo

El éxito político de CFK se debió a que logró movilizar el rencor y ampliar su movimiento.

Cristina se aferra a su modelo. Quiere que se eternice. Pero a menos que sean ficticios todos aquellos números que aterrorizan a los asustadizos economistas ortodoxos, parecería que también quiere que estalle poco después de su salida de la Casa Rosada, razón por la que lo ha programado para que se autodestruyera cuando ya no esté. Se trata de una contradicción que es inherente a todas las variantes del populismo, una modalidad que se basa en la negación del tiempo. Para la señora y sus acólitos, el futuro es un cuco neoliberal. Creen en lo de carpe diem, de disfrutar al máximo el presente. Preocuparse por lo que vendrá será para reaccionarios, personajes como Mauricio Macri y Daniel Scioli, que se dejan impresionar por nimiedades como la inflación, un déficit fiscal monstruoso y lo vacías que están las arcas del Banco Central.

En el mundillo de la doctora, como la llaman los aduladores, la alternativa al modelo es el caos. Los kirchneristas nos advierten que, sin ella en el poder que le corresponde, habrá devaluaciones salvajes, ajustes brutales, hambre, disturbios masivos y, finalmente, un regreso triunfal. Para que se concrete lo insinuado en las arengas presidenciales más recientes, sus seguidores ya han comenzado a operar; dan a entender que es ridículo hablar de la muerte por causas naturales de un modelo que, en buenas manos, podría sobrevivir por muchos años más. La campaña de miedo emprendida por los kirchneristas es una expresión de deseos; para Cristina y los suyos, la pronta recuperación del país sería un desastre sin atenuantes. Tal vez preferirían que Macri resultara ser su heredero, pero si fuera Scioli, sabría cómo aprovechar las desgracias previstas. Atribuirían el fracaso de una eventual gestión del ex menemista a su escasa fe en las bondades del modelo sacrosanto.

Aunque los ultras del kirchnerismo juran estar convencidos de que Scioli hubiera triunfado con facilidad en la primera vuelta electoral si hubiera reivindicado con mayor entusiasmo la gestión de Cristina, para ellos su presunta tibieza en tal sentido ha de ser motivo de alivio, ya que les permite insistir en que en aquella oportunidad el modelo no estaba en juego. De ser el candidato oficialista un partidario más fervoroso del proyecto de la señora, al núcleo duro K no le sería nada fácil desvincularse de la derrota humillante que, a juzgar por su conducta, ven aproximándose. Para el país, sería mejor que Scioli fuera mucho más kirchnerista, ya que en tal caso a Cristina no le sería dado asumir una postura neutral frente a las elecciones, tratándolas como una competencia entre dos personajes menores sin que su propio relato influyera en los resultados.

Los relatos maniqueos con pretensiones exageradas son peligrosos. Pueden ser peligrosísimos. Quienes subordinan todo a uno son capaces de cometer cualquier crimen, de ahí las matanzas genocidas que han perpetrado los comunistas, nazis y, últimamente, islamistas. Por suerte, el relato kirchnerista es una versión herbívora, “light”, de aquel género asesino, pero así y todo los comprometidos con él están preparándose para desestabilizar al próximo gobierno en su nombre. En distintos lugares, en especial algunos del conurbano bonaerense, kirchneristas despechados ya están sacando provecho de las necesidades ajenas para crear situaciones conflictivas con el propósito de hacerles la vida imposible a los “neoliberales”, comenzando con la pronto a ser gobernadora María Eugenia Vidal, que en su opinión están por provocar estragos a lo ancho y lo largo del país. Los más fanatizados o cínicos sueñan en voz alta con helicópteros salvadores que lleven al exilio a Macri o Scioli, da igual, con disturbios en gran escala que sirvan para que un pueblo justiciero expulse a los intrusos. De más está decir que algunos no escatimarán esfuerzos para que sus visiones apocalípticas se hagan realidad. Harán suya la consigna leninista: cuanto peor, mejor.

Para los creyentes, el fracaso objetivo del modelo de Cristina es lo de menos. Como el bufonesco, pero cada vez más maligno, Nicolás Maduro en Venezuela y los truculentos hermanos Fidel y Raúl Castro en Cuba, las ideas les importan mucho más que el destino de las personas de carne y hueso que sólo existen para desempeñarse como comparsas descartables en dramas protagonizados por los líderes. El que en los países que les han servido como laboratorios para sus experimentos alocados “el socialismo” sólo haya traído miseria y persecución no les parece razón suficiente como para reemplazarlo por algo diferente. Si bien los ultras del kirchnerismo distan de tener el poder o la saña ilimitada de sus compañeros caribeños, al ocupar cargos clave ellos también han logrado poner la desdichada economía de su país al borde de la muerte. Con todo, sería injusto acusar a Axel Kicillof y sus adláteres de mala praxis puesto que, con eficacia realmente llamativa, están por lograr que el Banco Central se haya quedado vaciado de reservas justo cuando el ganador del torneo electoral reciba la faja presidencial.

Por ser la Argentina un país con una cantidad notable de psicólogos, es natural que muchos hayan atribuido la voluntad de Cristina de sacrificar el bienestar popular en aras de un modelo nada viable a su hipotética condición mental. Puede que estén en lo cierto, pero también incidieron las circunstancias en las que se encontró al iniciar su gestión luego de habernos informado que le gustaría hacer de la Argentina un país de instituciones fuertes equiparable con la Alemania de Angela Merkel. Fue a causa de lo que sucedería en sus primeros meses como presidenta que Cristina se transformó en profetisa de un modelo fantasioso y amiga de demagogos inescrupulosos como el extinto comandante Hugo Chávez, artífice él del “socialismo del siglo XXI” que, con rapidez indecente, lo está siguiendo al cementerio.

A pesar de la vehemencia que siempre la había caracterizado, antes de que Cristina desembarcara en Buenos Aires acompañando a su marido nadie la había tomado por una militante furibunda de una facción presuntamente izquierdista. Al fin y al cabo, poco antes había estado a favor de la privatización de YPF y, para más señas, siempre se había mantenido bien alejada de quienes se afirmaban militantes de los derechos humanos. Sin embargo, para defenderse contra las denuncias de corrupción que no tardaron en proliferar y que, en algunos casos, procedieron de Estados Unidos, la señora entendió que sería de su interés politizarlas, ubicándolas en el contexto de una gran lucha cósmica entre el imperio capitalista y los decididos a desafiarlo.

Acertó: en el mundo actual, los pecados de presuntos progresistas suelen motivar menos indignación entre los biempensantes que los imputados a derechistas, pero las consecuencias para el país de una maniobra publicitaria que podría considerarse muy astuta serían nefastas. De no haber sido por la corrupción que es endémica en provincias como Santa Cruz, Cristina no se hubiera sentido obligada a procurar defender lo indefendible con argumentos ideológicos y, lo que sería peor aún, a gobernar el país de acuerdo con las doctrinas que improvisó para desacreditar a quienes manifestaban un interés crítico en sus actividades empresariales y en las de miembros de su familia como su primogénito Máximo, el de La Cámpora.

El incuestionable éxito político de Cristina se debió no sólo a su propia habilidad sino también a que aquí abundan personas que se suponen víctimas de un mundo que, de un modo u otro, las habrá traicionado, privándolas de lo que creen merecer. Al movilizar el rencor que tantos sienten, consiguió ampliar el movimiento que fue construido por su cónyuge para afianzarse luego de ganar, con un porcentaje escuálido de los votos, las elecciones de 2003. En la actualidad, se cuentan por decenas de miles los que dependen directamente del poder político de la jefa por sus ingresos, sus cargos y su figuración en la sociedad local. Algunos, acaso muchos, son creyentes sinceros en el modelo o proyecto del que habla Cristina –si la historia de nuestra especie nos ha enseñado algo, es que hasta los más inteligentes son capaces de tomar en serio cualquier barbaridad conceptual–, mientras que otros son oportunistas que ya están pesando las ventajas de metamorfosearse en macristas o sciolistas, pero no cabe duda de que constituyen un bloque poderoso.

La adhesión de una parte de la población a ideas o prejuicios que son incompatibles con el desarrollo económico sustentable hará mucho más difícil la recuperación del país luego de doce años de despilfarro supuestamente principista que lo ha dejado exánime. Si bien los dos candidatos presidenciales han comenzado a aludir a temas urticantes como los vinculados con el dólar, es decir, el peso, aún comprenden que no les convendría hablar de cosas feas como los ajustes que, merced a las distorsiones descabelladas que han sido provocadas por Cristina, Alex y su gente, serán necesarios ya que, la alternativa sería resignarse a que la Argentina se hunda nuevamente en la bancarrota. No pensaba en los votantes argentinos del futuro el poeta T.S. Eliot cuando dijo que “el ser humano no puede soportar demasiada realidad”, pero a juicio de los dos hombres que disputan la presidencia, la toleran aún menos que los habitantes de otros países.

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por James Neilson

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