Friday 29 de March, 2024

POLíTICA | 28-11-2015 15:17

Las mujeres de Macri, como sacadas de catálogo

Sus esposas prueban que el amor le entra por los ojos. La fascinación por conquistar mujeres para lucir en cada era.

Tal vez fue por ese andar cansino de joven rico que tiene tristeza (Menem dixit) o la seguridad en sus dotes para animar las noches con el baile y el canto a prueba de evidencias en contrario. Pero lo cierto es que el próximo presidente argentino entrará a la historia, al menos, como el marido de las mujeres más bellas. Otros méritos tendrá que ganarlos. Pero éste ya se lo adjudicó el imaginario nativo.

Va por la tercera esposa, con un patrón de selección muy coherente: el de la belleza que se hace notar, acorde a los cánones de moda dictados por el espíritu de cada época.

Macri se casó por primera vez muy joven, a los 23, con una chica de 21, Ivonne Bordeu. La hija del corredor rezumaba en aquellos `80 el garbo aristocrático al que un hijo de empresario en ascenso debía aspirar. La boda respetó el menú completo de mandatos sociales: ceremonia en la iglesia de Nuestra Señora del Pilar, fiesta en el Alvear para 1.500 selectos invitados. Pronto hubo tres hijos; Agustina, Jimena y Francisco. Y el décimo aniversario, en el `91, el mismo año de su secuestro, los encontró divorciándose con los mejores modales.

Dos años más tarde, Mauricio formalizó el romance con Isabel Menditeguy, una hija dilecta de la alta sociedad porteña, que volvía a vivir al país después de huir para olvidar el secuestro y asesinato de su novio, el empresario Ricardo Manoukian, a manos de los Puccio. La chica amante de los caballos del haras familiar, que en el `86 había sido la mujer felina del comercial para lanzar al mercado el Ford Sierra, se enamoró de quien venía de sobrevivir a otro secuestro extorsivo.

Proclive a formalizar, el ingeniero egresado de la UCA le propuso matrimonio al año de iniciar el noviazgo. Pero esta vez fue algo íntimo, en la quinta familiar Los Abrojos, de Don Torcuato. Alta, ondulante, con melena rojiza hasta la cintura, Isabel le infló el ego macho de habérsela ganado, no poca cosa para la autoestima de un hombre que pasados los 30 seguía tratando de lucirse delante de un padre omnipresente. “La mujer más linda de la Argentina es mía”, decía el por entonces presidente de Boca, mientras su progenitor buscaba novias del mismo target.

Isabel fue la diosa indiscutida de los `90. Misteriosa y esquiva, adoraba jugar con la actitud de diva del jet set: paso apurado, anteojos negros, mechón de pelo caído sobre la cara y mano en alto en señal de “stop paparazzis”. Pero en las noches de agite social, se hacía ver como un faro. A fuerza de diseños con más piel que tela, melena de publicidad de champú, pechos y labios que parecían aumentar cada vez, se convirtió en el arquetipo Jessica Rabbit que marcaba tendencia a fines de esa década. Hasta Zulemita Menem le copiaba el estilo sin pudor. Se contaba por entonces que el propio Mauricio la acompañaba a probarse vestidos a Ménage à Trois y le sugería a la diseñadora que acentuara el cavado de los escotes.

El salto de Macri a la política marcó el fin de esa relación, con un divorcio controvertido por unos cien millones, que hasta incluyó detectives privados. Al año siguiente, en el 2006, Mauricio volvió a mostrarse con nuevo amor. Lejos del estilo menemista barroco de la Menditeguy del final, Malala Groba portaba una belleza más sutil, de impronta hippie chic. Mauricio pasó de la bomba sexy a tener su versión de Carla Bruni. Fueron tres años en los que curiosamente el político en alza no le propuso formalizar. El gimnasio Ocampo de su Barrio Parque lo cruzaría con Juliana Awada, una morocha alta de rasgos árabes que se estaba divorciando del conde Bruno Barbier. Y a los dos meses le estaba pidiendo casamiento.

La primera dama es la versión depurada de las mujeres despampanantes que su marido supo conseguir. Habrá que ver cuánto de su estilo impregna la nueva era que comienza.

*Editora Ejecutiva de NOTICIAS

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por Alejandra Daiha*

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