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OPINIóN | 03-12-2015 17:06

Desafío gobernabilidad

Cómo vencer el estigma de que sólo el peronismo termina sus mandatos. Red de contención social y un partido nacional.

En los últimos 70 años no existió otro partido más que el peronista que pudiera concluir sus mandatos. Romper ese hechizo es quizá el mayor desafío del presidente electo.

Durante las últimas semanas de campaña electoral, Scioli se preocupó en comparar a Cambiemos con la Alianza. La comparación tenía un claro sentido: azuzar con aquella historia repetida.

La Alianza que llevó al Gobierno a De la Rúa era un acuerdo encabezado por un radicalismo todavía con cierta vitalidad e incluía a otros sectores políticos como el FREPASO, aquel “peronismo intelectual” comandado por Chacho Álvarez que luego se sumó al kirchnerismo. La mayoría social que llegó al poder con la Alianza estaba constituida fundamentalmente por los sectores medios que históricamente habían acompañado al radicalismo, más intelectuales y “progresistas”.

Cambiemos es un experimento distinto en muchos sentidos. Incluye también a la UCR, pero ya no liderando a ese espacio. Algo lógico recordando los finales de los gobiernos de ese signo.

Cambiemos es diferente empezando por Macri. Rico, pero hijo de un tano rico, no patricio, que mira a su clase con la confianza de pertenecer y con la desconfianza de saber que no siempre fue mirado como uno de ellos. Empresario, pero hasta ahí, alguien que no recibió la bendición de su padre para convertirse en su sucesor. Político, pero no por vocación juvenil sino por la necesidad de demostrar y demostrarse que estaba en condiciones de manejar cosas más grandes que una empresa. Popular, pero no por simpatía sino por un apellido que desde hace tres décadas es parte del país mediático y por haber sido el presidente exitoso del club de fútbol más popular.

Macri construyó desde la ciudad de Buenos Aires un entramado político que generó un entramado social cruzado por diferentes sectores económicos y hasta replicó en parte la alianza típica del peronismo entre sectores de clase alta (fuertemente) y sectores bajos (toda la franja sur de la Capital). Compitió con el kirchnerismo por la clase media (se quedó con la mayoría) y en los últimos años también ganó dentro de las villas.

Su dilema fue cómo adaptar ese posicionamiento al país, para un partido con poco más de una década de vida. Hasta que entendió que para ganar una elección presidencial debía asociarse con estructuras partidarias preexistentes en las provincias. Se acercó primero al radicalismo y a los peronistas que ya tenía en su seno les sumó otros, y sumó al mito peronista y a Hugo Moyano.

Ganó. Ahora sólo le queda gobernar y garantizar la gobernabilidad. Nada menos.

¿Cómo hará? La Argentina puede repetir, aun con variantes, la trama de un país marcado por los partidos tradicionales. Un radicalismo aggiornado gracias a Macri. Y un peronismo re re re renovado, otra vez. De suceder esto, Macri se verá ante la encrucijada de demostrar cómo alguien que llegó a la Rosada con el radicalismo será capaz de romper el hechizo: completar un mandato y, en el mejor de los casos, aspirar a otro.

Macri está convencido de que su partido será superador de las viejas estructuras partidarias y aspira a fortalecerlo hasta convertirlo en un partido de verdad nacional. Ni radical ni peronista. Quizá tenga a favor que, en efecto, su base socioeconómica es distinta y cruza a ambos partidos.

Su desafío será construir una malla de contención social que resulte lo suficientemente sólida para garantizar gobernabilidad y hacer frente a las presiones que vendrán. Para eso, tendrá que barajar y dar de nuevo. Porque como se lo hizo hasta ahora, no funcionó.

por Gustavo González

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