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MUNDO | 02-01-2016 00:02

Brasil, la máquina de ir hacia atrás

La política económica de Dilma Rousseff es una rueda eficaz de retroceder, que hizo que el país reviva la inflación y la recesión.

Brasil involucionó muy rápidamente y en muy poco tiempo. En ciertos aspectos, fueron como cincuenta años en cinco (de atraso). Tal como el caso de la industria. La producción involuciona continuamente, y la participación en la producción económica del país (producto bruto interno, el PBI) llegó a 10,9% en 2014, algo que no sucedía hace más de seis décadas. Su importancia para la economía no era tan baja desde 1950, año en que Brasil festejaba la obtención de su primera Copa del Mundo y vivía el inicio de la industrialización, con la política de reemplazo de importaciones y la instalación de fábricas de autos y electrodomésticos. También fue cuando la televisión llegó al país, con la emisora Tupi. La caída de la industria, en la época de Dilma, continúa profundizándose. Se estima que entre 2015 y 2016 la participación en PBI será menor al 10%.

Sin dudas, la industria representa un caso extremo, pero está lejos de ser la única víctima del retroceso. La recesión actual, ya clasificada como depresión económica por su extensión y profundidad, es la más severa desde la que se registró en 1981 y 1983. La inflación superó el 10% y, por primera vez desde 2002, cerrará un año con dos dígitos. Se trata de un ejemplo de cómo el país volvió a ver los fantasmas de los cuales creía haberse librado. Todo ello, sin mencionar la industria del petróleo. Luego de descubrir los yacimientos presal, el gobierno decidió reasumir el monopolio de la explotación, según la Ley del Petróleo de 1953, editada por Getúlio Vargas en la campaña El Petróleo es nuestro. Ahora, gracias a las investigaciones de la operación Lava-Jato y sus desdoblamientos, se sabe con más claridad sobre lo que los integrantes del Partido de los Trabajadores (PT) tenían en mente cuando gritaban “el petróleo es nuestro”.

En rojo. El estado de las cuentas públicas es trágico. Se asemeja al de los años anteriores a la Ley de Responsabilidad Fiscal, del año 2000. El gobierno funciona en rojo. Registra déficits recurrentes en su resultado primario (excluyendo los gastos con los intereses), algo que no sucedía desde el comienzo de la publicación de esas estadísticas por parte del Tesoro Nacional, en 1997. El desastre del Presupuesto Federal, resultado de un gasto en un volumen superior a las posibilidades del país, había sido enmascarado durante algún tiempo por el “desarrollo fiscal”, las maniobras contables creadas por Guido Mantega, ex ministro de Hacienda, y su secretario del Tesoro, Arno Augustin. La estrategia de usar bancos públicos para financiar el exceso de gastos remonta a la conocida “cuenta de movimiento”, usada en los últimos años de la dictadura militar y que se consideraba cerrada en 1986. Esa cuenta tuvo su auge en los años 70.

El Banco Central proveía créditos al Banco do Brasil, que prestaba dinero libremente con el fin de mantener inflada la burbuja de crecimiento del “milagro económico”. Era la ilusión de que se podía crear riqueza a partir del éter, sin ninguna base material, sólo imprimiendo dinero y liberando crédito estatal. En aquel período, algunos economistas todavía imaginaban que los incentivos estatales para las inversiones y el consumo podrían mejorar el crecimiento. Pero era un mecanismo de uso temporario, en etapas de recesión, y no para convertirse en el motivo de ser una política económica. Cualquier economista sabe que el desarrollo proviene de incentivos para la inversión privada, de reglas estables, de competencia externa, de calidad de la educación y de la participación de trabajadores calificados. El capitalismo requiere estados, pero el sector privado debe ser el protagonista. Y no lo contrario. El capitalismo de Estado, como el Bolivariano, no deja de ser un socialismo disfrazado o populismo.

El economista Heron do Carmo, señala: “Al final del gobierno de Lula, la orientación de la política económica comenzó a cambiar, pero los efectos no fueron inmediatos porque estábamos en medio del ciclo de las commodities y la economía mundial todavía crecía rápidamente. Hubo un intento de incentivar el crecimiento a través de un activismo fiscal, que generó diversos desequilibrios en el presupuesto. Una de las principales características de esa política fue la represión de los precios administrados”. Sin embargo, para Mantega, el modelo fundado en Brasil sería una “nueva matriz económica”, que de nueva no tenía nada. Vale mencionar que arrasó con la economía. Pero, se espera que no sea como lo fue hace treinta años.

Revolución anticuada. Es difícil comprender cómo en pleno siglo XXI y en la era de la revolución de la tecnología de la información, un gobierno pueda resucitar políticas anticuadas para beneficiar sectores anticuados. Pero eso fue lo que hicieron Lula y Dilma. Lo que no se puede entender es el hecho de que las políticas equivocadas de los militares hayan sido reeditadas por líderes políticos que se forjaban a la vida pública justamente luchando contra la dictadura militar. Menos sorprendente es observar que las dificultadas vividas en la economía actual nos recuerdan los desequilibrios y las dificultades de los últimos años de los militares en el poder. La recesión actual sólo tiene un paralelismo reciente con los dos años del gobierno del general João Baptista Figueiredo. La dictadura militar vivía sus días finales, derrotada no sólo por su anacronismo político y por la presión popular, sino también por la crisis económica gestada por intervenciones estatales, control de precios, manipulación de cuentas públicas, endeudamiento fuera de control, proteccionismo y reservas de mercado.

¿Suena familiar en los años de Dilma? Claro que no es coincidencia. La presidente y sus consejeros, que imaginaron que iba a ser posible reducir los intereses y disminuir el precio de la energía a través de decretos, nunca escondieron el deseo de refundar el capitalismo de Estado de los militares, particularmente las políticas iniciadas por el gobierno de Ernesto Geisel (1974-1979). El general y su equipo se valieron de la abundancia del capital externo a bajo costo para inflar el crecimiento económico. Ordenaron la construcción de megaproyectos, como la usina hidroeléctrica de Itaipu. Financiaron, con dinero público, obras como la Ferrovía de Acero e incentivaron la construcción de siderúrgicas y petroquímicas. Todo liderado por estatales. Fue grandioso para las empresas contratistas de la época (algunas de ellas completamente involucradas en la operación Lava-Jato). Era un modelo no sustentable. La deuda externa explotó y, cuando los intereses subieron, el país quebró. Las consecuencias fueron la crisis de la deuda, la hiperinflación, la década perdida de los años 80 y el brutal aumento de la desigualdad de los ingresos.

Para hacer justicia, Dilma y su antecesor, al contrario de los militares, prestaron más atención a los gastos sociales. Esa siempre fue la base política tradicional del PT. La Bolsa Familia es un programa eficaz reconocido, aunque limitado en lo que respecta a las opciones de salida para los que dependen de los beneficios. Dilma quiso apresurar la reducción de la miseria. Creó programas, expandió otros y generó una cuenta poco sustentable, con impacto directo en la inflación y en la deuda federal. “El aumento de la inflación en 2015 se puede explicar básicamente con la liberación de los precios administrados”, dice Heron do Carmo. “El gobierno se quedó sin caja para dar continuidad a la contención de los precios del petróleo y de la energía, entonces, gran parte del aumento de esos precios se aplicó este año”.

Ajuste. El ministro de Hacienda, Joaquim Levy, intenta contener los excesos. Pero su voz parece muy tímida. El ajuste apenas comenzó a aplicarse. El ministro, resignado, amenaza, día por medio, con renunciar al gobierno. Sin embargo, a la presidente Dilma le cuesta dar el brazo a torcer. Es entendible. Debe ser una gran desilusión gobernar un país en su crisis más profunda en tres décadas, y que tiende a agravarse en los próximos meses. Aún más durante un proceso de impeachment. (Aquí también el país dio un paso hacia atrás, a 1992, año de la caída del presidente Fernando Collor).

Para la presidente, debe ser duro admitir que sus concepciones económicas son como monstruos mitológicos: no existen en el mundo real. Dilma tiene que conformarse con el autoengaño de usar una crisis internacional imaginaria para justificar la debacle de su gobierno. En eso, ella repite, irónicamente, a Geisel una vez más. En 1975, en un discurso histórico a la nación, el general afirmó que “es intención del gobierno evitar, con todo el esfuerzo necesario, que el estancamiento en ciertas regiones del mundo se propague a Brasil. Para eso, continuaremos con una política antirrecesiva que se preocupa, en especial, por los sectores críticos y con las áreas de bienes de consumo que actualmente presentan un menor dinamismo”. Dilma, su heredera extemporánea, declaró en marzo pasado: “Estamos en la segunda etapa de la lucha contra la crisis internacional más grave desde la Gran Depresión de 1929. Y, en esta segunda etapa, tenemos que usar armas más duras de las que usamos en el primer momento. Como el mundo cambió, Brasil cambió y las circunstancias cambiaron, también tuvimos que cambiar la forma de enfrentar los problemas”.

Dilma debe estar mal asesorada. La economía mundial, sin duda, aún no se recuperó totalmente, pero hace bastante que superó los días difíciles de crisis de 2008 y 2009. En los cinco años de gobierno de Dilma, el crecimiento promedio del PBI brasilero fue del 1%. En el mismo período, el crecimiento promedio mundial fue el triple. Los demás países en desarrollo crecieron a un ritmo superior al 5%. La semana pasada, el Federal Reserve, el banco central estadounidense, debió aumentar su tasa de interés a corto plazo. La medida, anticipada por inversionistas de todo el mundo, tiene un carácter simbólico en demostrar que la economía más grande del mundo deja atrás el largo proceso de recuperación luego de la crisis financiera de 2008. Estados Unidos no está solo. Europa también dejó atrás el fantasma de la crisis de la deuda y en 2015 debería tener su mejor desempeño desde 2010. Los 28 países que componen la Unión Europea deben crecer 1,9% este año, de forma conjunta, caminando hacia una reanudación sustentable y más equilibrada entre consumos e inversiones. En América Latina, sólo Venezuela sufre una retracción más aguda. China crece al ritmo del 7%, una tasa sólida, a pesar de la desaceleración. En India, la buena administración económica contribuyó a atraer inversiones y acelerar la actividad económica.

En Brasil, la cuenta estaría quedando para la población. El gobierno, en otros de sus viajes por la historia, ahora quiere reeditar el impuesto al cheque, cobrado por primera vez en 1993, en el gobierno de Itamar Franco. La tasa de interés promedio del cheque especial subió al 278% al año. Hace 20 años que no era tan elevada, desde el período en que los primeros celulares, aquellos ladrillos que sólo servían para hacer llamadas, comenzaron a ser populares en el país. En el mercado laboral, la pérdida de empleos no era tan expresiva hace trece años. Como consecuencia, la caída en las ventas del comercio supera el 7% este año, un tropiezo que no sucedía desde la crisis de 1998. Por todo esto, la Navidad de los brasileros estará ajustada. Es un regalo de la máquina del tiempo de la presidente Dilma.

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