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CULTURA | 05-01-2016 18:34

Natalio Grueso, el amigo español de Woody

Allen adora la Península y allí vive su último biógrafo. Qué significa ser parte del entorno del último genio del siglo XX.

Se llama Allan Stewart Konigsberg. Pero fue Woody mucho antes que Harrelson, que Woodpecker, que el vaquero de “Toy Story”. Nació el 1 de diciembre de 1935. Es decir, acaba de cumplir 80. Es Woody Allen, el último genio.

Al menos así lo define, desde la tapa misma de su último libro, el escritor español Natalio Grueso. Autor de las novelas “La soledad” y “La suerte de los dados”, ex director del Centro Niemeyer y ex gestor de Artes Escénicas del Ayuntamiento de Madrid, Grueso ostenta además un título casi nobiliario, de esos que no figuran en el curriculum, pero enorgullecen a cualquiera: es amigo personal de Woody Allen. El amigo español.

Y las ochenta velitas eran una ocasión digna de un libro, donde retrata a un Allen casi desconocido: mucho menos neurótico y tímido que sus personajes de ficción, en completo control de su vida, su trabajo y su familia y –ante todo– un maestro en el sutil arte de la perseverancia, que sigue filmando una película al año y no ha dejado de ensayar con su clarinete al menos una hora al día.

Imposible no envidiar a Natalio Grueso, uno de los pocos que tiene ese extraño privilegio de sentarse a tomar una cerveza con uno de los últimos grandes genios en pie. “Nos conocimos hace casi veinte años, a mediados de los '90”, relata a NOTICIAS. “Yo en esa época vivía en Nueva York y nos presentaron unos amigos en común. Desde entonces hemos mantenido una relación muy cordial y muy familiar. Hemos viajado por el mundo, hemos estado en sus rodajes, ha venido muchas veces a España y tenemos una relación muy cercana”.

En la intimidad. Aun cuando lo conoce en profundidad –con la certeza del estudioso de su obra capaz de escribir un libro, pero también con esa forma especial de conocimiento que da el afecto– no deja de sorprenderse con la vitalidad que muestra Allen a los ochenta, “una edad a la que todo el mundo está jubilado o está pensando en el descanso; y sin embargo, él está más activo y más creativo que nunca”.

Sigue escribiendo, sigue dirigiendo, sigue haciendo música, sigue con su maquinaria cerebral y espiritual aceitadísima. El 2016, de hecho, será un año hiperactivo, donde, además de su película anual, planea escribir y dirigir una serie para televisión. “No creo que vaya a jubilarse nunca”, dice Grueso. “Él mismo admite que el trabajo es lo que le mantiene la cabeza despejada, para no pensar en los grandes problemas existenciales de la humanidad. Ojalá la vida le dé más años para seguir dándonos cosas maravillosas. Es un caso único en el panorama cultural internacional”.

La internacionalidad es una palabra clave a la hora de interpretar la obra de Woody Allen. Como cineasta, admite que sus principales influencias de juventud fueron los grandes directores europeos: Fellini, Bergman, Truffaut, Buñuel. Y, a pesar de esos códigos tan “americanos” –corrección: Allen no es norteamericano, es neoyorquino, una especie aparte–, él mismo dice que su obra no puede entenderse sin entender la cultura y el cine europeo”, concluye su amigo español.

No puede negarse, no puede negarlo, Allen es un enamorado de Europa, en especial de España, un país con el que tiene “una relación de afectividad tremenda”, explica el biógrafo. De hecho, viaja a la Península todos los años, a veces más de una vez al año y no siempre en plan de descanso. En julio estuvo allí de vacaciones con su mujer, visitando a su amigo, además de que cruzó el charco para tocar en el Viejo Continente con su banda.

El hombre que ríe. “Woody Allen, el personaje que vemos en pantalla, es un ser a la deriva, siempre al borde del precipicio. Neurótico, atribulado”, lo describe su amigo a NOTICIAS. “Sin embargo el Woody Allen 'persona' es divertido y muy agradable, pero sobre todo es una persona muy culta, que tiene una conversación riquísima sobre cualquier tema”.

Divertido es la palabra clave. Y el humor es una constante en la obra de Woody Allen, un hombre que ha transitado el escenario como monologuista de “stand up”, que ha protagonizado –y escrito, y dirigido– comedias absurdas, que sabe cómo tocar un lugar sensible de la mente humana, desde la risa, de una manera diferente.

“El humor de Allen mezcla el surrealismo con la filosofía –afirma Grueso–, pero su mayor aporte al humor ha sido que consiguió trascender la frase inteligente o la simple búsqueda de una carcajada. Así, es capaz –desde el humor– de reflexionar sobre los temas más difíciles que podamos imaginar: la guerra, la muerte... cualquier tema puede ser tratado desde el humor”.

Pero el siguiente juicio que hace su amigo y biógrafo es particularmente fuerte: “Woody Allen es el heredero de Groucho Marx y Charles Chaplin, es el que completa, para mí, la Santísima Trinidad del Humor Inteligente”.

Tienen algo en común, las tres figuras: su forma de hacer reír trascendió el humor estrictamente físico, el del tortazo a la cara de Los Tres Chiflados, fue mucho más allá de lo que los anglosajones llaman el “slapstick humor”, para transformar la comedia en “algo mucho más freudiano, donde interviene el pensamiento, la filosofía, el existencialismo”.

¿Pero le cabe a Allen el mote estricto de comediante? ¿Y el de cineasta? Parecería por momentos que su multiplicidad de talentos hace que proyecte sombras sobre sí mismo. Natalio Grueso explica el fenómeno: “Ante todo, es un gran escritor. Lo que ocurre es que el actor ha oscurecido al director y el director ha oscurecido al escritor. Todos lo conocen por sus apariciones en pantalla, muchos lo conocen por trabajo detrás de cámara; pero él más que todo es un grandísimo guionista y un excelente cuentista”.

Música, maestro. La otra dimensión del universo Allen, es la música. Enamorado del jazz de Nueva Orleans, su sueño siempre fue tocar. Pero, a diferencia de lo que es capaz de hacer en el cine, Woody Allen es –valga la herejía– un músico mediocre. “Todo lo que ha conseguido ha sido a base de esfuerzo, de una tenacidad tremenda. A tal punto que hace casi setenta años que sigue ensayando al menos una hora diaria con su clarinete”, define Natalio Grueso.

Es casi curioso que (¿ligeramente masoquista?) un hombre así de genial a la hora de contar historias, tenga a su vez un amor así de imposible con la música. Que un artista que parece ejercer su oficio con total naturalidad tenga que esforzarse para lograr algo muestra una cara desconocida: su constancia.

“Es infatigable –agrega su amigo–. Ya es un milagro que ningún director ha conseguido nunca, el presentarnos una película al año. Pero además escribe relatos, chistes para periódicos, hace música y sigue tocando, haciendo sus conciertos en el Café Carlyle”.

Y que –a riesgo de ponerse repetitivo– pueda mantener esa capacidad habiendo soplado ochenta velitas multiplica el mérito.

El cumpleaños de Woody Allen les da sin embargo a sus seguidores una sensación de angustia imposible de negar. Son muchos años. Nada es para siempre. Pero, como todos los que hicieron grandes cosas, dejará una herencia importante.

“Su gran legado es haber sido el mejor embajador de Manhattan ante el mundo”, concluye Natalio Grueso. “La ciudad de Nueva York no se puede entender sin la figura de Woody Allen, es el que nos ha abierto los ojos y nos ha enseñado esa ciudad. Pero además va a ser recordado como un gran creador, un narrador de las pasiones humanas, de las tensiones; como un contador de historias capaz de aplicar su dosis de humor a los temas más profundos”.

por Diego Gualda

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