Thursday 28 de March, 2024

MUNDO | 20-02-2016 00:15

Peligro de guerra total

El frágil acuerdo entre Washington y Moscú busca conjurar el creciente riesgo de que Siria detone una conflagración global.

Si en algún rincón del planeta ronda el fantasma de la Tercera Guerra Mundial, es en Oriente Medio. No sorprende por tratarse de una región siempre a punto de estallar. Lo sorprendente es que la espada de Damocles de una guerra global no es la irresuelta cuestión palestina-israelí. A la mecha la encendieron los sauditas para que estalle por los aires el eje Teherán-Damasco- Hizbolá, del que está muy cerca Bagdad.

La deriva de la guerra siria se explica, no en la puja judío-musulmana, o árabe-sionista; sino en una pulseada geopolítica que hunde su raíz en el cisma que dividió a los musulmanes en sunitas y chiitas. Mejor dicho, usa la división del Islam para generar rencores religiosos y justificar pujas por el control regional.

En las primeras décadas del siglo 20, Europa era la región que incubaba tensiones económicas y contradicciones entre el capitalismo burgués y las viejas estructuras imperiales. Esas tensiones generaron la Primera Guerra Mundial. Y como las decisiones que tomaron los vencedores fueron pésimas, también fue Europa el epicentro de la Segunda Gran Guerra.

Ahora, las contradicciones principales tienen como principal escenario geográfico el Oriente Medio, y la puja entre las feudales monarquías sunitas contra la teocracia persa y sus aliados árabes ya comenzó a arrastrar a las principales potencias. Incluso amenaza con reinstalar la “guerra fría” entre norteamericanos y rusos, también enfrentados por la cuestión de Ucrania.

Siria e Irak son el equivalente actual de lo que fueron Francia y Polonia en el conflicto que barrió la pésima tregua impuesta en Versalles. El Kremlin envió buena parte de su fuerza aérea a Siria y se lanzó de lleno a bombardear a toda milicia que esté en contra del régimen que encabeza Bashar al Asad, porque si el ejército sirio no iniciaba cuanto antes la reconquista de su territorio, a ese espacio lo iba a conquistar la colosal fuerza que está organizando Arabia Saudita, con el objetivo de extirpar la influencia iraní en el Levante.

Rusia no se zambulló en esa guerra porque le horrorizaran los crímenes horribles de ISIS ni para evitar que los jihadistas más lunáticos del ultra-islamismo sigan perpetrando el genocidio de chiitas, kurdos, árabes cristianos y otras etnias consideradas heréticas por salafistas y wahabitas.

Lo hizo para salvar al aliado que tiene en Damasco desde el golpe de Estado que perpetró Hafez al Asad en 1970. Como el régimen que hoy lidera el hijo de aquel militar alauita, profundizó la alianza con los chiitas libaneses y con los ayatolas persas, salvar a ese bloque implica salvar no solo la base naval que instaló la Unión Soviética y heredó Rusia en Tartus. Fundamentalmente, implica no perder posición en el tablero geoestratégico donde están jugando su ajedrez las potencias.

Vladimir Putin entendió que debía apurarse a reconquistar para el régimen de Damasco todo el territorio que llegaron a controlar las milicias, cuando sus espías detectaron el plan saudita para ocupar toda la parte de Siria que están ocupando ISIS y el Frente al Nusra.

La Casa Saud organiza una fuerza multinacional que sobrepasará los 150 mil efectivos. La integran Qatar, Bahrein, Emiratos Arabes Unidos, Yemén, Jordania, Líbano, Palestina, Egipto, Sudán, Nigeria, Chad, Niger, Mali, Somalia, Marruecos, Pakistán, Turquía, Indonesia, Malasia y Brunei, además, por cierto, del propio ejército saudita y otra decena de países musulmanes.

Es revelador que en la coalición esté Sudán, cuyo líder, Omar al Bashir, no puede salir del país porque lo capturarían y juzgarían por el genocidio en Darfur y otras brutalidades.

¿Alquien piensa en occidente que el sirio Al Asad es más criminal que el sudanés Al Bashir?

Cuando el príncipe Mohamed Bin Salmán al Saud, como ministro de Defensa del reino de su familia, armó esta alianza, seguramente no pensaba en detener esa maquinaria de exterminio que convirtió territorios sirios en un gigantesco campo de concentración. Tampoco habrá pensado en las crueldades demenciales que cometen los jihadistas.

Seguramente, en lo que pensaba el príncipe saudita es en conjurar la influencia iraní. Y, si el régimen pro-chiita subsistiera, que rija sobre un territorio ínfimo, que abarque apenas el corredor que va desde Damasco a la región de Latakia, zona costera donde habita la comunidad alauita.

Con ese fin, Riad alentó el odio entre sunitas y chiitas, que se remonta al cisma producido en el año 680, cuando asesinaron en Kerbala a Husein ibn Ali ibn Abi Talib, el nieto de Mahoma.

El régimen de los ayatolas hizo mucho para que se ahondara el abismo que separa a los musulmanes. Pero las petro-monarquías arábigas han engendrado milicias más criminales que Hizbolá, además de financiar la difusión de las doctrinas salafistas más fanáticas, como el wahabismo, vertiente coránica oficial en el reino de la familia Saud.

El plan saudita de ocupación fue la carta en la manga que llevó a Munich John Kerry, para jugarla en la mesa donde negociaba con Serguey Lavrov el cese del fuego.

Rusia se quiso hacer tan fuerte en el conflicto sirio, que terminó debilitando su posición por la ola de cuestionamientos que levantaron sus bombardeos indiscriminados. Para recuperar Alepo, la aviación rusa destruyó esa ciudad del nort-este. Las víctimas civiles de los ataques aéreos rusos y de las ofensivas del ejército de Al Assad, crecieron de a miles en las últimas dos semanas. Y fue como un boomerang que se volvió contra Damasco y Moscú.

Pero el bloque de estados sunitas no tiene autoridad moral para repudiar la devastación provocada por Vladimir Putin. Con Turquía bombardeando a los kurdos en lugar de atacar a ISIS y al Jabhat al Nusra, y con los sauditas y sus aliados chapoteando en la guerra interna del Yemen, en lugar de combatir a los engendros criminales que financió para lanzarlos contra los gobiernos pro-iraníes de Siria e Irak, no están en condiciones de juzgar las bestialidades de Putin y de Al Asad.

No obstante, ante la perspectiva de que entre a Siria el gigantesco ejército multinacional con que el bloque sunita aspira a romper el eje chiita y sacar de la región a sus aliados extra-regionales, el canciller ruso accedió al acuerdo que le propuso el enviado de Barak Obama.

Los norteamericanos tampoco quieren que una fuerza sunita destruya el mapa sirio. Un éxito demasiado rotundo contra el eje Irán-Siria-Hezbolá, podría envalentonar a los sauditas a poner en la mira a Israel.

Ese bloque sunita intentó desbaratar el acuerdo nuclear con Irán, ejecutando injustamente decenas de chiitas. Pateó el tablero con esos fusilamientos, porque sabe que Washington, si bien no quiere perder espacio en el Oriente Medio, prefiere un acuerdo con Irán y Rusia para establecer un equilibrio, en lugar del orden suní y el rigor salafista que pretende imponer.

por Claudio Fantini

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