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MUNDO | 27-02-2016 16:57

Estados Unidos: la muerte del juez Scalia como caso testigo

Republicanos y demócratas debaten sobre el reemplazo del magistrado de la Corte. ¿Debe nombrarlo Obama o esperar a su sucesor?

La muerte fue generosa con Antonin Scalia. El viejo juez se acostó, satisfecho por haber disfrutado una jornada de caza, y ya no volvió a despertarse. Cuando cerró los ojos vencido por el sueño, no habrá imaginado el problema político que su corazón estaba a punto de causar; ni el flanco débil que dejaría al bloque conservador de la Corte. Tan políticamente sísmico fue aquel suave fallecimiento, que algunos líderes republicanos hablaron de posible asesinato.

“Tenía la almohada sobre la cara”, dijo Donald Trump, repitiendo habladurías de los cenáculos ultraconservadores. La almohada no estaba sobre de la cara, sino encima de su cabeza, explicó John Poindexter, el dueño del exclusivísimo Cibolo Creek Ranch, donde practicaba cacería en Texas el magistrado de 79 años, al que terminó cazando una muerte sorpresiva y apacible.

El problema es ese asiento que quedó vacante en la máxima instancia de la Justicia norteamericana. Los progresistas quieren que el presidente designe cuanto antes al nuevo miembro, mientras que los conservadores prometen abatir en el Senado dicha designación, para que el puesto sea cubierto recién por el presidente que se elegirá a fin de año y asumirá a principios del 2017. La apuesta conservadora es, por cierto, que el próximo presidente sea republicano y por ende designe a un juez conservador. El problema es que la Corte tenía un dominio conservador, aunque  equilibrado por el impredecible Anthony Kennedy, un conservador que en más de una oportunidad votó con los progresistas.

La Corte de Estados Unidos tiene nueve miembros vitalicios, cuatro son liberales (progresistas) y los otros cinco, conservadores, pero uno de ellos es Kennedy, quien, por ejemplo, votó a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo. Con la muerte de Scalia, la Norteamérica liberal quedaría mejor posicionada en la Corte Suprema. De ese modo podría, entre otras cosas, revertir fallos como el que impidió la aplicación de la reforma energética impulsada por Obama para cumplir con los acuerdos internacionales que buscan atenuar el calentamiento global.

El juez que falleció mientras dormía en Texas, era una pieza de artillería de altísima precisión a la hora de bombardear las reformas progresistas.

Un paso clave de la “revolución conservadora”, fue el nombramiento de Antonin Scalia en la Corte. Ronald Reagan tenía claro que, en la política norteamericana, la madre de todas las batallas se la libra en la dimensión de las leyes. Por eso en 1986 firmó el nombramiento del primer juez supremo de ascendencia italiana y católico hasta la médula.

Si Scalia tuvo los nueve hijos que a su vez le dieron 33 nietos, fue porque hasta en la cama fue extremadamente católico. Desde las pastillas hasta el condón, para ese hombre de New Jersey todo es “abortivo”, como sostiene la iglesia. Por eso tuvo sexo calculando las fechas, matemática eclesiástica que da como resultado familias numerosísimas.

Obviamente, Scalia fue un bastión de la lucha contra el aborto y libró su guerra santa contra el matrimonio gay, batalla que perdió, como muchas otras.

Pero entre las batallas que ganó está la última gran pelea entre “conservatives and liberals”, en la que su voto abatió la reforma energética con la que Obama colocaba a Estados Unidos a la vanguardia de la lucha contra el calentamiento global; una de esas trincheras que muestra al conservadurismo alineado con el costado salvaje del capitalismo de los archimillonarios.

Durante cuarenta años, Antonin Scalia fue el mariscal de la América pacata, reaccionaria y religiosa, que se hace fuerte en los estados más rurales y alejados de las costas y sus grandes ciudades. En esos pueblos donde cada hogar está no muy lejos de algún templo evangélico o alguna iglesia católica, el gobierno federal es mirado con sospecha, las armas son una propiedad irrenunciable y la ley el instrumento al que se debe preservar de la contaminación liberal que viene de las costas y sus urbes desprejuiciadas y cosmopolitas.

Para esa América moralista y religiosa, liberal y libertino son la misma cosa, y los hombres que ocupen las bancas en el Capitolio, los asientos de la Corte y el despacho Oval de la mansión blanca de la avenida Pensilvania al 1600, deben salir del Partido Republicano, como el juez Antonin Scalia.

Los antiguos griegos crearon la democracia, fundamentalmente, porque crearon la noción de que el “cratos” (poder) no debe estar por encima del “demos”, sino en un punto equidistante de todos los ciudadanos. Y ese punto que, por equidistante, es igualador, es el “nomos” (la ley). Por eso el lema de la antigua democracia griega era el “nomos basileus”: la ley es el rey.

Mas importante que acudir al “ágora” a votar autoridades, era que el ciudadano vaya al ágora a discutir las leyes. Ergo, fue la “isonomía” (igualdad ante la ley) una de las creaciones claves de aquel milagro histórico que fue la antigua polis. La fortaleza de la democracia norteamericana está en la importancia que la ley tiene en la balanza política. Es en la Suprema Corte donde late la esencia de la democracia forjada por Hamilton, Jefferson, Madison y demás padres de la Constitución.

Así como los religiosos se dividen entre los partidarios de que los textos sagrados sean interpretados en los diferentes tiempos y circunstancias, y los fundamentalistas que consideran que los fundamentos de la religión no deben ser interpretados, sino aplicados literalmente, los juristas de Estados Unidos muestran una división similar. Y le llaman “originalistas” a los partidarios de la filosofía jurídica según la cual la Constitución tiene un sentido fijo, que no debe ser interpretado de acuerdo a tiempos y circunstancias.

Scalia pertenecía a esa corriente conservadora de la filosofía del derecho y los republicanos quieren que su reemplazante también provenga del “originalismo”. La designación que intentará Obama, o la que haga el próximo presidente si también es del Partido Demócrata, será la de un jurista de la vertiente liberal.

El progresismo y el conservadurismo de Estados Unidos están en pie de guerra desde que se detuvo el corazón del juez Scalia. Y ambos saben que se trata de una batalla clave, porque no se trata de designar jueces amigos de tal o cual gobierno, sino de magistrados pertenecientes a una u otra vertiente jurídica.

Una diferencia profunda con la concepción que gravita en la política argentina sobre la composición de la Corte. De un modo u otro, aquí predomina la intención de elegir al juez que le resulte funcional al gobierno de turno, en lugar de entender la dimensión de las leyes como un espacio fundamental en las pulseadas y los equilibrios entre las ideas y concepciones. Porque, como lo entendió la antigua Atenas, la democracia entroniza el “nomos basileus”, sistema en el que “la ley es el rey”.

por Claudio Fantini

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