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SOCIEDAD | 08-03-2016 16:24

La dismorfofobia y la riesgosa fijación de Luli Salazar

Un psiquiatra explica el trastorno dismórfico corporal (TDC), que afecta al 2% de la población mundial: la preocupación exagerada que se siente por defectos percibidos en el cuerpo.

"Una imagen vale más que mil palabras”, dice el refrán… y ni qué hablar del valor si se trata de la propia. ¿En qué radica el poder de nuestra imagen? No es sólo nuestra preciada carta de presentación ante el mundo, no es simplemente una foto. Freud decía que el yo es ante todo corporal, lo que dicho en criollo significa que es la proyección sobre la superficie de eso que decimos ser, el sentimiento de identidad que nos sustenta y nos constituye.

Esa imagen que construimos de nosotros mismos es un producto complejo. Se va armando como un puzzle sobre el espejo de los otros, en oposición a la imagen de un semejante en la temprana infancia. El bebé reconoce sus ojos en la mirada de la madre, el movimiento de sus manos en el juego de su padre. Hasta que como Narciso puede descubrir su figura completa frente al espejo.

Lo que vertebra esta primitiva identidad es una ecuación imposible entre la completud anticipada del espejo y la inmadurez propia, constituyendo en el ser humano un rasgo persistente que lleva a ver siempre “más verde el pasto del vecino”. En esta etapa de la vida, no existen aún los recursos para discriminar que uno es un niño y el semejante con el que nos comparamos es un adulto. Cuando el pequeño comienza a percibir la diferencia, puede, en estas condiciones, sentir una desvalorización de sí mismo frente al ideal inalcanzable que el otro representa.

La aceptación de los padres y el amor que estos le suministran le infunden seguridad, afianzándose con su cuerpo. Las caricias, el contacto físico son fundamentales para que esta autopercepción positiva se instale.

Los cambios corporales de la adolescencia vuelven a poner a prueba el esquema construido y pueden destruir lo que ya había sido aceptado. Se ve diferente y debe comenzar un trabajo de aceptación de su nueva condición física, valiéndose para ello de los mismos mecanismos, sólo que quienes aceptan ya no son únicamente los padres, quienes conservan mucha importancia, sino también compañeros o personas del entorno.

Resabio típico de estas comparaciones es que la gran mayoría de los hombres creen que tienen pene chico porque la imagen original fue la de un adulto, o a muchas chicas les pasa otro tanto en relación con los pechos o las nalgas.

Cuando la preocupación por algún defecto es continua y obsesiva, cuando produce alteraciones en la vida cotidiana o síntomas de depresión o intentos de suicidio, estamos ante un trastorno psiquiátrico llamado trastorno dismórfico corporal o dismorfofobia. El término dismorfofobia fue acuñado por el psiquiatra italiano Enrico Morselli en 1886.

Lo más complejo de esto es que el nivel de éxito o de reconocimiento en la vida adulta para nada minimiza el rechazo que la persona siente por su cuerpo.

Actrices talentosas y bellísimas como Uma Thurman, Meg Ryan o Flyn Boyle se destruyeron el rostro para transformarse en otra persona. A Priscilla Presley el cirujano le inyectó silicona industrial. No es un patrimonio exclusivo de las mujeres, hombres como  Mickey Rourke o Michael Jackson han corrido idéntica suerte. El ámbito local brinda también numerosísimos ejemplos: casos como el de Luli Salazar que parece nunca estar conforme con el tamaño de sus pechos.

Con el envejecimiento normal también se van produciendo cambios en el cuerpo que, dependiendo con qué ideal o grupo etario uno se compare, puede presentar un trastorno dismórfico. Campo propicio, si lo hay, para las infiltraciones en los labios o los estiramientos faciales, en general excesivos, que transforman a las personas en verdaderos monstruos. ¿Será ese su ideal?

Tal vez habría que incluir en los tratados de ética médica alguna pauta para que el cirujano plástico ayude a su paciente a discriminar entre el ideal neurótico de belleza o aceptar su propia belleza, muchas veces superior al ideal. Pocas veces me tocó atender adolescentes derivadas por cirujanos para poder aceptar su bella nariz o mantener las proporciones de su cuerpo.

Como el ideal de belleza que se anhela es un producto imposible entre lo propio y el ideal, el trastorno dismórfico es difícil de curar pero no imposible, sólo falta disminuir las exigencias del superyó y así bajar el ideal. No se puede alcanzar la luna pero se la puede tocar reflejada en el agua.

*Psiquiatra. Magister en Psiconeuroinmunoendocrinología.

por Harry Campos Cervera

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