Thursday 25 de April, 2024

OPINIóN | 09-03-2016 15:44

Día de la Mujer: el día después

Además de pelear por sus derechos políticos y sociales, las mujeres libran una guerra con sus propias conciencias. Por Cristina Pérez.

Me preocupa más el día después del día de la mujer. Ya se hizo inventario y letanía de todas las situaciones de peligro de vida,abuso físico y emocional, desventaja laboral y estigmatización cultural que corresponden a la fecha y está bien que así sea. Ya contabilizamos que en numerosos casos nos matan los que en teoría nos aman -y que hasta categorizamos penalmente el femicidio-, y ya concluimos en que nos estancamos en mandos medios de las empresas porque los mandos altos siguen siendo una geografía masculina y mucho mejor remunerada. Ya volvimos a espantarnos por la ablación genital que afecta a miles de mujeres y que aún se desconoce en gran parte de las sociedades occidentales mientras en el mundo árabe mayormente se toma como normal. Ya revisamos la mochila de mandatos sociales que pesan en la espalda convertidos en culpas y en frustración. Ya ahondamos en la falta de politicas reproductivas o en las intervenciones religiosas que impiden a millones de mujeres decidir sobre sus propios cuerpos, como si no fuera en esa esfera concreta del ser donde se materializa realmente la libertad.

No me resulta sorprendente el estado de cosas que enfrentamos las mujeres. Desde hace tiempo acepto que -por más increíble que resulte-, pareciera que aún debemos validar que somos seres humanos, que somos personas, que somos iguales. No sólo ante los hombres y en términos de género sino también ante las instituciones religiosas, políticas, judiciales y por qué no empresarias. Siempre pienso que hace sólo "diez minutos", no podíamos votar, o estudiar en las universidades a la par de los hombres, o reclamar la misma condición gremial como trabajadoras.

Esas son conquistas que en términos de tiempo implican apenas un parpadeo en la historia. Si retrasamos el reloj unos minutos más veremos que hasta hace no demasiado, nos quemaban como brujas en nombre de la Inquisición o que si la suerte nos hacía nacer entre los siervos de la gleba medieval, el señor feudal tenía derecho también a quedarse con nuestra virginidad por el infame derecho de pernada o derecho de la primera noche.

Pero no hace falta remontarse al pasado para observar cómo la evolución parece negarse sistemáticamente al universo femenino. En el mundo árabe aún hay mujeres que no pueden enrolarse en la universidad o ejercer sus profesiones y en el mundo occidental la decisión de no ser madre todavía puede considerarse monstruosa y recibir un permanente hostigamiento social.

En este punto me importa abocarme menos al funesto diagnóstico general que a nuestra visión íntima como mujeres de lo que cada una es y quiere del mundo. ¿Las mujeres nos consideramos como queremos ser consideradas? ¿Actuamos en ese sentido? Las mujeres que lograron todos los derechos ya mencionados abriendo caminos que no existían y enfrentando prejuicios atávicos, no fueron a pedirle permiso a los hombres ni a otras mujeres. Se sabían iguales y actuaron en consecuencia. Creo que ningún cambio llegará si no nos paramos en la solidez de nuestra propia convicción como personas. Porque no estamos mendigando nada pero lo que defendemos debe surgir de nuestras acciones y no porque el resto del mundo nos haga un favor. Temo que la defensa así planteada de los derechos de las mujeres se convierta en un

lugar común del marketing que sólo sirva para tranquilizar las conciencias, para hacer campañas, pero que funcionalmente no cambie nada. Porque el cambio, cualquier cambio, se debate primero en la conciencia de las personas. Y ese es un terreno mucho menos confortable. Y ahí es donde también debemos mirar las mujeres.

Porque en cada decisión, por más ínfima que sea, nos elevamos como sujetos o cedemos a alguien más nuestra chance de decidir sobre nuestras vidas. Porque de eso se trata: de decidir sobre nuestras vidas. Si queremos o no trabajar, si queremos ser o no madres, si nuestra ambición requiere relegar la idea de una familia y eso nos hace felices o si una familia es todo lo que queremos para sentirnos plenas. No tiene por qué ser igual a la elección de los hombres, ni igual a la elección de otras mujeres. Tampoco la igualdad deriva de estadísticas que nos pongan "fifty-fifty" en los

indicadores. Tiene que ver con que, hagamos lo que hagamos, sean nuestras propias decisiones las que nos impulsen. Nuestras decisiones, nuestras búsquedas, nuestra voluntad férrea de ser respetadas y también de romper con las trampas de la sumisión que a veces se disfrazan de comodidad. Ni más ni menos que nuestros esfuerzos para convertirnos en lo que queremos. Y que sólo sabremos en un encuentro con el espejo de nuestro interior, de nuestro deseo, de nuestros miedos. Tener voz propia y vivir según

esa voz es ocupar nuestro espacio, no ya sólo como mujeres o como representantes del género en un cupo solidario, sino como personas autónomas. Hay una guerra que indudablemente libramos con nosotras mismas. Y estoy convencida de que puede cambiarlo todo.

*Periodista, conductora de televisión y actriz.

También te puede interesar

por Cristina Pérez*

Galería de imágenes

En esta Nota

Comentarios