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SALUD | 02-04-2016 20:10

Trastornos del Espectro Autista: afectan a 1 de cada 68 chicos

El 2 de abril fue el Día Mundial del Autismo. Por qué hay que detectarlo antes de los 24 meses. Origen y tratamientos. Signos y síntomas de alerta.

Ensimismado. Silencioso. Obsesivo. Sumido en un mundo propio. A veces, agresivo. Es la descripción más resumida que suele hacerse de un chico con autismo; una descripción mínima que la mayor parte de las veces no sabe que ese niño le buscó una explicación a un mundo que le resulta agresivo, sin encontrarla; o que, mejor dicho, descubrió que meterse para adentro era la mejor manera de seguir adelante. Hasta hace tres décadas hablar de autismo fuera de los consultorios médicos era casi una rareza. Las películas que mostraban a bebés que, al tiempo que agitaban sus brazos como alas, ajenos a cualquier otro ser humano, atravesaban con sus miradas fijas trompos alocados, conmovían como suele conmover lo infrecuente, lo pocas veces visto.

Pero si hay algo que las condiciones médicas vinculadas con el autismo no son, actualmente, es infrecuentes. Las últimas estadísticas de los Centros de Control de Enfermedades (CDC) de los Estados Unidos indican que actualmente los Trastornos del Espectro Autista (TEA) se le diagnostican a 1 de cada 68 niños, lo que implica un 30% de aumento en apenas tres años.  Los TEA incluyen al autismo propiamente dicho e incluyen también a otras condiciones: el TEA no especificado, el mal de Rett, el trastorno desintegrativo de la niñe y el Mal de Asperger.

Tal es el grado de avance de los TGD, que en las últimas dos décadas se incrementaron en un 700%: hasta hace siete años se calculaba que afectaban a uno de cada 150 niños, y en el año 2000 a uno de cada 300, cuando en 1975 era de uno por cada 5.000 chicos. En los Estados Unidos la situación está en un punto tal que el presidente, Barack Obama, incluyó al autismo en su campaña al sillón presidencial, calificándolo como “una de las tres primeras prioridades de la salud pública”, y no es infrecuente que lo cite en sus discursos políticos, prometiendo fondos de mil millones de dólares para hacer investigación científica, además de un plan de salud y contención social que incluya a los autistas adultos del futuro. Si hasta Hillary Clinton le dedicó varias semanas durante su campaña presidencial 2016.

Las estadísticas sobre TGD y autismo en la Argentina no son claras ni están actualizadas, aunque la mayor parte de los especialistas consideran que la incidencia local es similar a la de los Estados Unidos, afectando siempre más a los varones que las nenas, a razón de cuatro a uno.

MÁS CASOS. Las teorías acerca de por qué hay una incidencia tan alta de estos trastornos son variadas. La mayoría de los expertos coinciden en que ahora se hace un diagnóstico más exhaustivo y temprano de los chicos; otros opinan que en realidad a los niños que anteriormente se los creía con otras enfermedades neurológicas o cognitivas ahora se los cataloga como TEA y que inclusive algunos de los chicos antes considerados “raros”, “antisociales” o “mal llevados”, ahora tienen un diagnóstico médico. “Lo cierto es que si los actuales pacientes descriptos como padeciendo algún TEA provinieran de otros trastornos, debería haberse registrado un descenso en esas otras condiciones, y eso no sucedió – señala el psiquiatra infanto-juvenil Christian Plebst, uno de los fundadores de Panaacea- . Aumentaron los TEA, pero las otras patologías siguieron con la misma incidencia”. Panaacea es el Programa Argentino para Niños, Adolescentes y Adultos con Condiciones del Espectro Autista que fue fundado en el año 2011 por un grupo de profesionales centrados en estas condiciones (www.panaacea.org ).

El consenso profesional es que hay factores medioambientales que provocan el aumento, como por ejemplo que los chicos crezcan aislados en un mundo con menor presencia paterna en el hogar, televisión a todas horas desde los primeros meses de vida, una atención más impersonal y mucho estrés. A esto, dicen algunas teorías, se le agregan compuestos químicos y toxinas que pululan por el aire moderno y que tendrían la capacidad de producir daños al desarrollo cerebral de los bebés mientras están en el vientre materno, aunque esta última hipótesis no ha sido probada científicamente.

EN LOS GENES. Los más destacados especialistas locales opinan que le medioambiente y el estilo de vida “animan” a que un cerebro predispuesto a un trastorno del espectro autista, desarrolle un TEA, aunque nunca tienen un 100% de influencia. Hay genes involucrados en estos trastornos: el Autism Genoma Project, conformado por investigadores de 60 instituciones de 11 países, por ejemplo, acaba de confirmar que los chicos autistas presentan con mayor frecuencia repeticiones y pérdidas de fragmentos de ADN.

El exceso o el defecto de material genético causa alteraciones en las proteínas que codifican esos genes, lo que a su vez repercute en el desarrollo de ciertos trastornos. En ese mismo estudio, los investigadores identificaron cinco nuevos genes ligados, sobre todo, a procesos relacionados con la comunicación neuronal, y se suman a otros que ya se conocían.

“Es muy importante saber que el desarrollo en sí mismo depende del interjuego entre lo constitucional y cada persona con el ambiente que le rodea, porque el ambiente regula los genes y su expresión”, explica el neurólogo infantil Claudio Waisburg,  jefe de neurología infantil del Instituto de Neurología Cognitiva (INECO). “En  algunos niños con TEA tendrán más peso los factores individuales como las mutaciones genéticas, mientras que en otros pesarán más los factores ambientales”, agrega el especialista que también es Jefe de Neurología infantil de la Fundación Favaloro.

PREVENCIÓN. Según Waisburg, “el trastorno autista se caracteriza por la presencia de una tríada diagnóstica básica: alteración de la comunicación, en cuanto a la producción y comprensión del lenguaje; la presencia de patrones restrictivos, repetitivos y estereotipados de conducta, interés o actividad, y alteración del juego simbólico o imaginativo”.

Todos los trastornos del espectro autista comparten ciertas características que varían según de qué trastorno en particular se trate y qué intensidad tenga. Así como hay chicos con TEA que casi no mantienen contacto visual con su madre o que suelen autoagredirse ante situaciones de mucha frustración personal, otros pueden pasar ante el ojo no experto como nenes tímidos (muy tímidos) con dificultades para hablar y pocas ganas de socializar. Hasta que se los mira más en profundidad, algo que aún con una incidencia tan alta, no muchos pediatras logran hacer.

No es raro que los padres de un chico con TEA deambulen de consultorio en consultorio buscándole una explicación a por qué su hijo no habla, no parece darse cuenta de que hay otros chicos cerca, da vueltas sobre sí mismo cuando se pone nervioso o se excita y sólo parece calmarse cuando repite ciertos comportamientos una y otra vez, como autohamacarse, caminar en puntas de pie o correr de una punta a la otra de la casa una y otra vez.

El problema más grave de esta falta de diagnóstico es que entre más temprano se trata un TEA, más posibilidades hay de que el chico pueda salir de su autoaislamiento y se desarrolle con todo su potencial. Mientras que cada vez más se aspira a detectar los trastornos ya a los 18 meses, la realidad argentina es que el promedio de casos se detecta y empieza un tratamiento a los 4 años, en el mejor de los casos. Es imperioso que el país cuente con campañas de salud pública y prevención impulsadas desde el Ministerio de Salud de la Nación.

SALIR DE ADENTRO.  Más allá de las causas, el tratamiento es un tema espinoso en los trastornos del espectro autista. No siempre están cubiertos por las obras sociales y prepagas: y cuando lo están, suelen ser el centro de largas pulseadas burocráticas y hasta legales. Como no hay un único síntoma a tratar, y como cada TEA se da de acuerdo con cada chico en particular, por lo general los especialistas recomiendan tratamientos interdisciplinarios adaptados según el caso y el niño, que pueden incluir psicología, fonoaudiología y neurolingüística, terapia ocupacional, integración sensorial, entre otras especialidades.

SÍNTOMAS PREOCUPANTES.  Actitudes que pueden llegar a indicar la necesidad de consultar con un neurólogo infantil, que el bebé o niño:

No reaccione cuando la llaman por su nombre, hacia los 12 meses de edad.

No señale objetos para mostrar su interés (como mostrar con el dedo un avión que está volando), hacia los 14 meses.

No juegue con situaciones imaginarias (por ejemplo, dar de “comer” a la muñeca), hacia los 18 meses.

Evite el contacto visual y prefiera estar solo.

Tenga dificultad para comprender los sentimientos de otras personas o para expresar sus propios sentimientos.

Tenga retrasos en el desarrollo del habla y el lenguaje.

Repita palabras o frases una y otra vez (ecolalia).

Conteste cosas que no tienen que ver con las preguntas.

Le irriten los cambios mínimos.

Tenga intereses obsesivos.

Aletee con las manos, meza su cuerpo o gire en círculos.

Reaccione de manera extraña a la forma en que las cosas huelen, saben, se ven, se sienten o suenan.

Ante estos comportamientos, lo recomendable es ir con un neurólogo especializado cuanto antes. Y si el pediatra de barrio dice que no, lo mejor es respetar lo que el instinto materno nos dice. Se los digo por experiencia propia.

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