Los exiliados románticos, de Jonás Trueba (hijo y discípulo de Fernando Trueba) es la historia de tres tipos en la última parte de la “juventud”, que se suben a una van y ahí van, de viaje por caminos europeos. El punto de partida para charlar, comer, escuchar música y empezar a decir adiós a esos tiempos en los que todo era todavía absolutamente posible. Pero no hay aquí melancolía, ni tristeza, ni nada que se le parezca: se trata simplemente del puro placer y la paulatina toma de conciencia de que el tiempo pasa. Es increíble cómo el propio film, en exactos setenta minutos, va madurando formalmente en tiempo real, hasta una secuencia final que no puede dejar a nadie indiferente. Pocas películas hay tan plácidas y emotivas como esta: de las que permiten que el espectador respire y recuerde que el cine es también una forma de conservar lo inasible.
por Leonardo D’Espósito
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