Tuesday 19 de March, 2024

MUNDO | 20-06-2016 15:26

Brexit y la era de la “quejocracia”

Los británicos coquetean con salirse de la Unión Europea en el referéndum del 23 de junio. Tienen razón, pero poca.

Europa atraviesa los últimos días antes de enfrentar una jornada histórica. El 23 de junio, los ciudadanos británicos votarán si quieren seguir atados a la Unión Europea, o no. Visto desde estas playas, la cuenta regresiva parece lejana y liviana, pero en realidad se juega otra ficha en el dominó de un continente en crisis emocional permanente con respecto a su futuro. Más allá de las complicadas motivaciones políticas internas, la voluntad de ir a un referéndum por la vigencia del vínculo europeo marca un descontento claro de los ingleses con su situación.

Los sondeos señalan -además de darle una leve ventaja a los que se quieren aislar del bloque continental- que el perfil de los europeístas es joven, educado y con buenos trabajos. En cambio, los euroescépticos son en su mayoría viejos, empobrecidos y no tan educados, como el fanático que asesinó a la parlamentaria proeuropea Jo Cox. Es lógico, entonces, que la globalización y sus promesas tironeen por un lado, y del otro la nostalgia por un pasado imperial de orgullo industrializado. Además de la economía, los otros grandes temas de fondo que movilizan el debate eleccionario son la inmigración y el terrorismo. O sea, el miedo y la venganza, que en gramática política se traduce en populismo, esa fuerza irrefrenable que recorre las democracias del planeta sacudiendo casi todas las certezas republicanas de las mayorías.

Muchos británicos se quejan de que mantener la burocracia de Bruselas -capital administrativa de la Comunidad Europea- les pesa demasiado en sus impuestos, a cambio de poco. Desconfían de la política de libre circulación a través de las fronteras nacionales de los estados-miembro, especialmente en tiempos de crisis de refugiados de alto impacto y de episodios terroristas perpetrados por no europeos, o por europeos de origen extracomunitario. Se quejan de que la batería regulatoria que deben obedecer como ciudadanos de la Unión altera sus costumbres y vuelve engorrosa la vida de una sociedad que se piensa menos estatista y paternalista que otras naciones europeas. Se quejan, con o sin razón. Habitan una “quejocracia” sin alternativas claras. Y en realidad, nunca se sintieron muy cómodos con la utopía paneuropea: de hecho, nunca pudieron convencerlos de que abandonaran su adorada libra (“pound”) por el euro, la estrellita monetaria del Viejo Continente que ahora, luego del estallido financiero global, tiene un destino dudoso.

Por eso, aunque en el referéndum gane la permanencia en la UE, el debate desatado deja un sabor amargo en un continente que busca cerrar filas desde mediados del siglo pasado, y que desde 1972 viene soportando consultas populares en sus naciones para definir si quieren o no ser europeos comunitarios. La foto de hoy muestra que aquel proyecto de bloque continental se ha desdibujado por el hartazgo de los propios europeos con sus elites, señaladas como vendedoras de carísimos espejitos de colores. Pero la película continuará.

por Silvio Santamarina*

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