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MUNDO | 26-06-2016 18:04

Tras la masacre en Orlando: el silencio de los templos

Por llevar siglos estigmatizando la homosexualidad, las religiones debieron hacer una autocrítica. Sus prédicas sobre el sexo.

Callaron los minaretes y los altares. El silencio de los templos se volvió atronador. Debieron hablar las religiones, en particular el Islam y el cristianismo. Debieron oírse voces con replanteos profundos o reflexiones críticas sobre el efecto que tienen ciertos dogmas ancestrales. Pero los días pasaron y los cadáveres acribillados en Orlando se fueron enfriando, sin que las religiones dijeran algo más que lugares comunes.

De los imanes, ayatolas, mullahs, ulemas, obispos, cardenales, patriarcas ortodoxos, pastores y jefes religiosos en general, cabía esperar algo más que repudios al “acto terrorista” y afirmaciones de que “a la vida sólo la da y la quita Dios”. Es obvio que una masacre es un acto terrorista repudiable. Pero que el blanco del odio exterminador haya sido un club gay, imponía otro tipo de reflexión a las religiones que llevan siglos estigmatizando la homosexualidad como una perversión antinatural; una degeneración que atenta contra la integridad de “la creación divina”.

La estigmatización de un grupo social implica convertirlo en blanco de odios y fobias que en algún momento devienen en ataques. Ni el catolicismo ni las iglesias luterana y calvinista se disculparon jamás por haber estigmatizado a los judíos de Europa. En la iglesia de Roma, la lunática acusación de “pueblo deicida” (o sea, asesino de Dios) se originó en el Medio Evo y recién se suprimió sobre el final del Siglo 20.

Tanto a los judíos askenazíes como a los sefaradíes, los cristianos los confinaron en labores y actividades que ellos consideraban necesarias, pero miserables y pecaminosas, como prestar dinero. Sobre finales del siglo 19, los pogromos en Europa central, en Rusia, Bielorrusia y Ucrania, incluso cuando se trataba de judíos campesinos, fueron insuflados por la confluencia de la acusación de deicidio con la acusación de usureros y codiciosos acumuladores de dinero. Esos estigmas que azuzaron pogromos y deportaciones, también tuvieron que ver con el genocidio que sufrió el judaísmo a manos de los nazis y sus aliados fascistas.

Con esos antecedentes sobre el peso de las estigmatizaciones ¿por qué no asumir, desde religiones tan homofóbicas como el islamismo y el cristianismo, que sus prédicas y repulsiones sobre el sexo han estigmatizado la homosexualidad, convirtiéndola en blanco del desprecio de los lunáticos violentos y del moralismo criminal.

Cuando en el 2009 un tribunal de Delhi legalizó la homosexualidad en la India, casi todas las organizaciones vinculadas a distintas religiones del gigante asiático pusieron el grito en el cielo. Con excepción de los budistas, exigieron la restitución de la penalización contra las relaciones gay las iglesias apostólicas, el Consejo Cristiano de Utkal, el partido hinduista Bharatiya Janata y el Consejo de la Ley de los Musulmanes Indios.

La presión religiosa hizo que, finalmente, fuera restablecido el artículo 377 del Código Penal, una herencia que dejó el colonialismo británico desde la era victoriana.

La intolerancia religiosa se manifiesta en las leyes de muchos países africanos, mientras que en las teocracias islámicas se sigue castigando las relaciones homosexuales con penas que van desde los latigazos a las ejecuciones, pasando por condenas a prisión que alcanzan muchas veces la cadena perpetua.

Con semejante estadística, que un lunático musulmán masacre homosexuales en los Estados Unidos implica una responsabilidad no sólo de ISIS, el grupo al que juró lealtad el autor del atentado y que inspira estas acciones con sus videos arrojando homosexuales desde edificios, sino de prácticamente toda la dirigencia musulmana en el mundo, incluidos los partidos y gobiernos seculares y los imanes y ulemas moderados.

Pero también los católicos, ortodoxos y protestantes deberían asumir su parte en el aborrecimiento a la homosexualidad. Un pastor evangélico de California aplaudió al aniquilador y dijo que habría que matar a todos los “sodomitas”. Y en la iglesia católica, después que el Papa hizo un gesto al preguntarse “quién soy yo para condenar a los homosexuales” (aunque no está lejos de la afirmación del padre de Omar Saadiq Mateen, cuando dijo que “sólo alá debe castigar a los homosexuales”), el Vaticano le negó el plácet a Laurent Stefanini, el embajador que había enviado Francois Hollande.

En Francia no había un diplomático más adecuado que Stefanini para la embajada en la iglesia. Profundamente católico, formado en la prestigiosa Escuela Nacional de Administración y a cargo durante años de la Secretaría de Asuntos Religiosos de la cancillería francesa, por la seriedad y la eficiencia demostrada los cuatro años que fue el número dos de la legación en la santa sede, fue condecorado con la Orden de San Gregorio el Grande, una de las distinciones más importantes que concede el Vaticano. Sin embargo, al enterarse que Stefanini es homosexual, el papado rechazó aceptarlo en el cuerpo diplomático.

¿Cómo cree la iglesia que se lee semejante mensaje en el mundo?

El Vaticano debe saber que rechazar a un excelente diplomático por ser homosexual, no puede sino alimentar la intolerancia. Una intolerancia que el Islam, incluso en sus versiones moderadas, alienta aún más alevosamente. Los musulmanes callan, o apenas balbucean con voz imperceptible, contra las aberraciones que comete el terrorismo en nombre de Alá y de su profeta. Y también apenas susurra condenas cuando la demencia de un musulmán sicópata masacra homosexuales, activado por la homofobia criminal que difunde el ISIS y muchísimos estados islámicos, sean gobernados por extremistas o por moderados.

Por cierto, también los medios masivos de difusión debieron hacer reflexiones públicas que no hicieron tras la masacre de Orlando. Al fin de cuentas, en la televisión de todo el mundo hubo humoristas caricaturizando la homosexualidad.

Hasta hace pocos años, casi no había programas cómicos sin un sketch en el que se ridiculizara a los homosexuales. Y esas ridiculizaciones generalmente los mostraron como patéticos pervertidos sedientos de sexo. Una visión impuesta por largos siglos de prédica religiosa estigmatizando esa forma de vivir la sexualidad como una perversión, algo contrario al designio de Dios.

Las ideologías dogmáticas, como réplicas seculares de la religión, también la estigmatizaron. Para el marxismo-leninismo, era una degeneración producida por el capitalismo; mientras para el nazismo era una impureza racial que debía ser extirpada de la raza aria. Y a la cultura política liberal, por no estigmatizar a los homosexuales, se la consideró libertina.

Por eso debieron escucharse muchas voces reflexionando sobre la estigmatización y la masacre en Orlando. Empezando por la religión, que en lugar de hacer oír autocrítica, lo que hizo fue aturdir con un silencio inquietante: el silencio de los templos.

por Claudio Fantini

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