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MUNDO | 10-07-2016 17:38

El turno de las mujeres en las potencias

Estados Unidos y Gran Bretaña podrían ser presididos por Hillary Clinton y Theresa May, respectivamente.

Durante los próximos meses Estados Unidos y Gran Bretaña renovarán casi en simultáneo su liderazgo político, una coyuntura de por sí poco común y con fuertes implicancias para el resto del mundo. Es verdad, lo harán por razones muy distintas: las elecciones presidenciales del 8 de noviembre en el caso norteamericano, y el reemplazo anunciado para septiembre del premier David Cameron forzado por el referéndum favorable al Brexit en el Reino Unido.

Sin embargo, el eje Washington-Londres, una “relación especial” determinada desde las épocas del Imperio Británico y sus colonias americanas que ha influido fuertemente en la propia construcción de la Unión Europea, puede ofrecer una novedad adicional e inédita: que sean las mujeres las que tomen el timón de estas dos grandes potencias occidentales.

En Estados Unidos, Hillary Clinton se ha convertido en la primera candidata presidencial que disputará la Casa Blanca, una opción por la que ya había luchado por primera vez sin éxito en 2008 y que había perdido ante Barack Obama, símbolo de un caso de diversidad en la política igual de impactante: se convirtió en el primer presidente afroamericano de Estados Unidos.

Por ahora, las encuestas posicionan a Hillary con grandes posibilidades de derrotar al excéntrico y autoritario magnate Donald J. Trump, cuya virulenta campaña en las primarias republicanas tuvo, precisamente, una gran carga de desprecio hacia las mujeres, incluso la única de su propio partido que se animó a postularse, la ex CEO de IBM Carly Fiorina.

En Gran Bretaña, la renuncia del premier conservador Cameron tras su derrota en el referéndum sobre la permanencia del Reino Unido en la UE abre la posibilidad cierta de que su ascendente ministra del Interior, Theresa May, de 59 años, retome tres décadas más tarde el sendero que dejó trazado Margaret Thatcher en la política británica.

May empezó su carrera de joven militante conservadora rellenando sobres de propaganda partidaria cuando Thatcher era la Dama de Hierro, se convirtió en la primera Secretaria mujer del partido en 2002 y llegó al gabinete de Cameron en 2010.

Ahora, tras el retiro de la candidatura del ex alcalde londinense Boris Johnson, uno de los líderes del Brexit, se erige como la alternativa más confiable –tanto en Londres como en Bruselas- para resolver la salida de la UE en negociaciones que prometen ser tan arduas y complejas como extensas.

Las dirigentes políticas del Norte de Europa, por mérito propio, rompieron hace rato el techo de cristal que soportan miles de mujeres en otros ámbitos de poder. El caso más notorio es el de la primera ministra Angela Merkel, quien llegó al poder en un mundo político alemán monopolizado por hombres, y ya lleva 11 años conduciendo las riendas de la mayor potencia del continente. Con ella tendrá que discutir el Brexit la inglesa May si llega al 10 de Downing Street. La británica deberá también lidiar con Nicola Sturgeon, la primer mujer Ministra Principal de Escocia y líder del Partido Nacional Escocés, quien -ni bien se abrieron las urnas del Bréxit- alzó su voz proclamando la vocación europea de Escocia y su voluntad de impulsar un nuevo referendum por la separación de su país del Reino Unido.

Sin embargo, la sola condición de mujer no determina a priori -y Merkel es una prueba- que su ejercicio del poder suavice los peores rasgos del poder político ejercido por los hombres. A veces, como en Islandia tras la crisis económica de 2008, las mujeres llegan para reparar “el crash de los valores masculinos”, como resumió la primera ministra Johána Sigurðardóttir. El crack financiero islandés, explicó entonces, fue fruto de una “cultura de varones jóvenes” incapaces de medir riesgos.

El caso de Hillary es ambiguo. Nadie discute su talento político propio respecto de Bill Clinton. Haber sido la socia política -no sólo la esposa- del presidente Bill Clinton (1993-2001) le trae todavía dolores de cabeza, por ejemplo, por su apoyo a la desregulación a las actividades de Wall Street que precipitó la crisis de 2007 o su aval al endurecimiento de penas que colmaron las cárceles de jóvenes afroamericanos durante los 90, lejos del estereotipo progresista y más aún del maternal.

Cuando los críticos de Hillary ponen en duda que una presidencia suya represente los valores de la igualdad de género, exponen su actuación como secretaria de Estado, seis años en los que aprobó bombardeos y otras acciones militares para sostener los intereses globales de Estados Unidos. La guerra de los drones impulsada por Obama con ella como jefa diplomática dejó, según distintas estimaciones privadas, más de 300 civiles inocentes muertos.

Ante un personaje tan machista como Trump, los asesores de Hillary redoblan la apuesta y sondean la posibilidad de integrar una fórmula totalmente femenina, inédita en la historia norteamericana, con la aguerrida senadora Elizabeth Warren (Massachusetts), una lúcida académica de Harvard de 67 años a quien el magnate llama despreciativamente “Pocahontas”.

Warren, un antónimo político de Thatcher, ha sido una ácida crítica de Hillary desde el ala más progresista del Partido Demócrata y sería la respuesta de Hillary a los millones de votantes que en las primarias prefirieron al socialista Bernie Sanders y su invitación a emprender una “revolución” de la política estadounidense.

Muchos presumen que la fórmula Clinton-Warren resulte demasiado audaz para un electorado de tendencia conservadora, incluso entre los demócratas. Pero las alarmas que encendió Trump -hay republicanos que ya miran con agrado a Hillary- facilita la opción de un ticket presidencial totalmente femenino. En Estados Unidos, una sociedad en plena transformación demográfica y cultural, nadie se anima a subestimar las ansias de cambio desde la elección de Obama.

“Ella tiene inteligencia, agallas, la piel curtida y el pulso firme, pero sobre todo un buen corazón, y es lo que Estados Unidos necesita”, bendijo Warren a Hillary, en su primera aparición conjunta de campaña. Si el lector fuera Trump, ¿acaso no se preocuparía?

por Jorge Argüello

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