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MUNDO | 18-08-2016 15:05

Brasil: los Juegos Olímpicos tapan la crisis

En medio de su crack político, el gobierno de Temer se fortalece con cada partido de las Olimpíadas.

Detrás de las ovaciones y los aplausos, de las destrezas y las competencias, de la emoción y la admiración; detrás de las medallas de oro, plata y bronce, y de los podios y de las lágrimas por el triunfo o la derrota. En síntesis, detrás del espectáculo que puso a Brasil en la mirada del mundo, se desarrolla un espectáculo más sísmicos y menos edificante.

La mirada internacional está en el escenario de los Juegos Olímpicos, detrás del cual está el escenario político. Y en esa dimensión, se desarrolla una escena en la que ningún protagonista merece aplausos y admiración. Todos son más bien patéticos, porque ninguno compite limpiamente para alcanzar su meta.

La intriga, la traición y los pactos entre bambalinas danzan al compás vertiginoso de un sálvese quien pueda, en el que todo vale.

El show. Río de Janeiro llevó la imagen de Brasil al Olimpo del deporte. Con la economía a la deriva y la política convertida en batalla campal, organizó un espectáculo imponente para inaugurar los juegos. Pero detrás de los fuegos artificiales, los senadores se convirtieron en pack de forwards arrastrando a Dilma Rousseff a la hoguera del juicio político. Las ovaciones y la emoción en los estadios acapararon la atención, mientras avanzan a la destitución.

Una caterva de conspiradores tomó envión en el Senado para lanzar la jugada final que deje a Rousseff fuera del gobierno y a Lula sin el oro ni, la plata ni el bronce. Aunque lo más probable, es que tampoco haya premios para esa victoria política de los que se juegan por sobrevivir a los escándalos de corrupción.

La indecencia y el oportunismo están triunfando con malas artes al corrompido y errático PT. Pero en el Maracaná de la historia, la Justicia brasileña está venciendo a la política corrupta. El ganador será Brasil.

Cualquier observador imparcial de los debates en el Congreso, vería la pobreza conceptual y el vacío jurídico que los caracteriza. En la Cámara de Diputados, los discursos de los partidarios del impeachment fueron desopilantes. Parecía una película de los Monty Python. Una parodia sobre la mediocridad y el oportunismo de los políticos.

Sólo quienes votaron a favor de Dilma intentaron razonamientos coherentes. Pero los que votaban en contra, dijeron cosas delirantes. Le didacaban el voto a familiares, como si recibieran un Oscar; invocaban a Dios y los Evangelios para rematar con cualquier cosa; y hasta hubo quien cruzó todos los límites dedicando su pronunciamiento al militar que torturaba a Rousseff cuando era una presa política de la dictadura militar.

Contra todos los pronósticos, el debate no cobró altura en el Senado. Esta vez, la mirada del mundo ya no observaba estupefacta el escenario político del Brasil, porque ahora esa mirada converge en la villa olímpica. Tal vez por eso, ni siquiera políticos inteligentes y preparados como Aecio Neves se esmeraron en sus argumentaciones. Algunos, como el senador del PSD José Medeiros, se limitó a sentenciar que “ella no tiene capacidad para conducir Brasil” porque descalabró la economía, como si eso fuera lo que se discute. La moción del juicio político se abrió paso en la cámara alta, sin que se presentaran argumentaciones jurídicas serias. En la mayoría de los casos, los argumentos ni siquiera fueron jurídicos. El carácter diletante de quienes están sacando del poder al PT, no implica que la presidenta y la dirigencia de su partido sean sólo víctimas.

Con el bolsillo. La responsabilidad de Dilma está en la debacle económica. Pero en materia de honestidad política, la escena muestra a una horda de corruptos linchando una mujer honesta. El hecho es que, mientras los estadios cariocas disfrutan la destreza de los atletas, el avance de la justicia sobre la corrupción política y empresarial está devastando la clase dirigente.

En la ciénaga del “petrolao” de están hundiendo los próceres de la democracia, como José Sarney. El hombre que debió conducir la transición porque Tancredo Neves, el gran timonel que sacó el país de la dictadura y fue electo presidente por el Congreso, murió antes de asumir y la gigantesca responsabilidad recayó sobre quien era su vicepresidente.

Hubo riesgo de que la transición fuera una deriva, al quedarse sin un negociador como Neves; pero Sarney supo conducir la nave hasta la primera elección libre desde la caída de Joao Goulart. Y en el camino, de paso, impulsó con Alfonsín nada menos que la construcción del Mercosur.

Con esa significación histórica, Sarney fue alcanzado por las sospechas que están ametrallando a la clase dirigente.

Los dos grandes estadistas de la consolidación democrática, Fernando Henrique Cardoso y Lula da Silva, también están golpeados por el sismo político. Cardoso por mostrar una mezquindad política que no se le conocía, al utilizar contra el gobierno del PT un sistema de corrupción que funciona desde la década del noventa, por tanto operó durante sus dos mandatos. Y Lula porque cada vez está más cerca del banquillo de los acusados, debido a la catarata de confesiones que está haciendo el empresario “arrepentido” Marcelo Odebrecht.

Esa avalancha de acusaciones ya arrastró a los dos ex aliados que tendieron, en el Congreso, la emboscada para llevar a Dilma al juicio político. Y son más graves las acusaciones de corrupción que pesan sobre Eduardo Cunha y Renán Calheiros, que la que arrastra a Rousseff al cadalso de la destitución.

Como si fuera poco, Michel Temer y su canciller y figura más importante del gabinete, José Serra, no quedaron afuera de las acusaciones, ni muy lejos del banquillo. Con Serra y Aecio Neves manchados, se debilita el partido que lidera Cardoso. Y al PMDB lo único que le queda, y cada vez más ensombrecido, es el vicepresidente que con oportunismo impresentable saltó al sillón que legal, pero arbitrariamente, le birlaron a Dilma.

Casi nada queda sin manchas. Sin embargo, que en semejante tembladeral económico e institucional, Brasil esté pudiendo realizar un evento tan grande como los Juegos Olímpicos, terminará reforzando su imagen ante el mundo.

Sólo una potencia puede afrontar con éxito la organización de semejante acontecimiento internacional, en medio de dos crisis cataclísimicas.

En la segunda mitad del siglo 20, con los gobiernos de coalición en crisis permanente, Italia logró que su economía marchara por un andarivel diferente y eso la condujo al estante de las potencias de Occidente. Lejos de debilitarla, las crisis políticas fortalecían la imagen de la economía italiana.

Lo mismo puede pasar con Brasil. Incluso habiendo expulsado de manera legal pero ilegítima a Rousseff, y con un oportunista inescrupuloso apropiándose de la presidencia, las inversiones pueden empezar a llover sobre Brasil si el sistema no se hunde en semejantes tembladerales y los Juegos Olímpicos terminan como empezaron.

Al fin de cuentas, lo que no mata, fortalece.

por Claudio Fantini

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