Thursday 28 de March, 2024

POLíTICA | 25-08-2016 00:00

Juliana Awada y su amigo más “impresentable”: Luis Barrionuevo

La relación entre la primera dama y el polémico sindicalista sorprendió a Macri. El día que compró la casa de ella en Villa Ballester.

Mauricio Macri estaba pasmado.

Su esposa acababa de saludar a uno de los personajes más polémicos de la Argentina con una familiaridad llamativa:

–¡Luisito! ¿Cómo te va, querido?

Y Luis Barrionuevo había devuelto la gentileza:

–¿Qué hacés, nena? Cada día más linda vos, ¿eh?

Corría septiembre de 2012 y estaban en la multitudinaria fiesta del sindicato de los gastronómicos en La Rural, a la que Barrionuevo había invitado al entonces jefe de Gobierno porteño y su primera dama.

Pero Macri no entendía lo que pasaba entre Juliana y el sindicalista. Risas, miradas cómplices, alguna broma picante. Era evidente que había confianza entre ellos. Y mucha.

–¿Pero ustedes de dónde se conocen? –los interrumpió Macri, casi celoso.

Barrionuevo, risueño, le contestó:

–No seas boludo, si ella nació en mi casa… Contale, nena, contale.

–Es verdad –dijo Awada–, Luis era muy amigo de papá. Le compró la casa que teníamos en Ballester cuando yo era chica.

–La casa donde nació ella –se rio el sindicalista–. ¿Sabés hace cuánto la conozco?

Macri no salía de su asombro. ¿La inmaculada Juliana era íntima de uno de los emblemas menemistas de los años ’90, el mismo que había inmortalizado aquello de que “tenemos que dejar de robar por dos años” para sacar el país adelante? Por lo visto, su princesa de cuento de hadas tenía un pasado que él desconocía.

–Mirá vos… –enmudeció Macri.

La escena me la contó el propio Barrionuevo para el libro “Juliana”, publicado recientemente por Planeta, y demuestra que ella efectivamente no salió de un repollo. Su familia, aunque hoy nadie lo recuerde, estaba muy cerca del poder menemista, de sus caras más visibles y del propio Carlos Menem, un viejo amigo de Abraham Awada, el padre de la primera dama.

Barrionuevo solía jugar al golf con Abraham en el club San Andrés, una costumbre que no perdieron ni siquiera cuando el padre de Awada dejó de tener un estado físico apto para ese deporte. En sus últimos años de vida, él acompañaba al resto de los amigos en un carrito de golf y se limitaba a darles charla, ya sin pegarle a la pelotita.

Entre hoyo y hoyo, Barrionuevo lo chicaneaba por la reciente relación de Juliana con Macri. Su vocabulario era soez:

–Qué braguetazo que se pegó tu hija, ¿eh?

–Callate vos –se molestaba el padre.

Los demás, todos peronistas, se sumaban a la broma.

–Terminó con un “gorila” la nena…

La casa de la anécdota, la misma en la que había nacido Juliana, se la compró Barrionuevo a Abraham en el verano de 1989, antes de que su hija cumpliera los 15. Queda sobre la calle Lange al 200, a pocas cuadras del centro de Villa Ballester. Es amplia, luminosa, con un parque cuidado y pileta, y sobresale por una particularidad: delante del garaje, pegada a la casa, hay una palmera que dificulta la entrada y salida del auto. La leyenda cuenta que la esposa de Abraham, Elsa Esther Baker, “Pomi”, se encargaba hasta de encerar los baldosones de la vereda para que la propiedad luciera más imponente, un dato que Juliana repudia y desmiente.

–La casa la pagué 150 mil dólares –me dijo Barrionuevo–. Vale más que eso, pero Abraham quería venderla rápido porque los habían asaltado tres o cuatro veces y estaba buscando algo en la ciudad, un departamento.

–¿Abraham estaba conforme con el precio? –le pregunté.

–Agarró viaje. Todos los días tomábamos café frente al sindicato de Luz y Fuerza y él me insistía: “te vendo la casa”, “te hago precio”, “dale, comprámela”. Y yo se la terminé comprando.

Barrionuevo cuenta que, una vez iniciada la transacción, el padre de Juliana tuvo un momento de duda. El gremialista ya le había dado 50 mil dólares de anticipo y Abraham se fue de viaje a Nueva York en medio de las tratativas. A su regreso le quiso devolver el dinero y cancelar la operación, argumentando que a él no le alcanzaba para comprarse el departamento porteño que tenía en vista. Pero era tarde.

–No, querido –lo frenó Barrionuevo–. Andá a la escribanía que ya te dejé los 100 mil que faltaban.

Abraham protestó un poco, pero terminó aceptando y la familia se mudó a un departamento de la Avenida del Libertador, frente al Hipódromo de Palermo. La historia demuestra que a los Awada, aunque ya tuvieran un relativamente buen pasar, no les sobraba el dinero. Para comprar una nueva casa tuvieron que vender la que tenían.

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por Franco Lindner

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