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MUNDO | 01-10-2016 00:00

Fascismo islámico: un escritor fue asesinado por una viñeta humorística

Nahed Hattar publicó un chiste en Facebook. Fue condenado en Jordania y asesinado por un islamista. Las repercusiones.

Cruzó la plaza de Abdali y subía las escalinatas del Palacio de Justicia,  cuando le dieron tres balazos en la cabeza. El cuerpo de Nahed Hattar se desangró a pocos metros de la corte de Ammán, que lo acusó de “cometer delitos contra la religión”. Su “crimen” fue publicar en Facebook una viñeta que se burla de la obtusa religiosidad de ISIS.

Jordania debía agradecerle a ese valiente periodista y escritor, haber tenido la honestidad intelectual de hablar como si no imperara el fascismo religioso que clausuró la libertad de expresión y de pensamiento en casi todo el mundo musulmán.

Nahed Hattar era un árabe que se atrevía a declararse públicamente ateo, en una cultura en la que el ateísmo, el agnosticismo y el secularismo, tanto de izquierda como liberal, son aborrecidos y perseguidos por el fascismo islamista. Muchas veces debió exiliarse en el Líbano, donde los maronitas siempre lo acogían, no por su posición frente a la religión, sino por su procedencia: una familia árabe-cristiana.

Censuras, detenciones y exilios no lo disuadían de seguir pensando libremente y, más riesgoso aún, seguir publicando lo que pensaba. Un héroe de dimensiones volterianas sin la protección de la fortuna y las relaciones en las que se parapetaba Voltaire para disparar su artillería intelectual contra el absolutismo y la intolerancia religiosa.

Por atreverse a pensar y a decir lo que pensaba, había sufrido ya un atentado. Sobrevivió merced a varias intervenciones quirúrgicas. Pero esta vez las balas le volaron la tapa de los sesos. Lo más grave es que su muerte no sea lo más grave. Que un lunático dispare contra personas a las que considera heréticas, apostatas o ateas, es una monstruosidad normal. Lo más desolador es que un tribunal lo haya detenido por publicar en Facebook una caricatura: el tribunal jordano consideró que había ofendido a Dios y a los sentimientos religiosos, dictaminando su detención. Al quedar en libertad, debía seguir compareciendo. Nadie sabe que se disponía a decirle a los jueces que lo esperaban. ANahhed Hattar lo balearon cuando subía las escalinatas del Palacio de Justicia.

Jordania. No es precisamente el más oscurantista de los países árabes. Casi una democracia liberal si se lo compara con Arabia Saudita. Si bien lo rige una dinastía hachemita (linaje que desciende de Hashim, el clan de la antigua tribu Quraysh, a la que pertenecía Mahoma) el largo y pragmático reinado de Hussein le dio a la sociedad cierto nivel de apertura. Su conocimiento de la cultura occidental y haber tomado decisiones osadas, como el acercamiento a Israel siguiendo los pasos de Anuar el Sadat, convirtieron a Hussein en blanco de numerosos atentados. Desde poner cianuro en su frasco de gotas para la nariz, hasta lanzar misiles contra el avión que solía pilotear, fueron acciones ejecutadas para asesinarlo.

Su hijo, Abdullah II también es un pragmático, pero el avance de la influencia salafista sobre las sociedades árabes, impone incluso en la moderada Jordania la gravitación de las visiones más retrógradas.

Al Qaeda está perdiendo su capacidad de diseminar “células dormidas” y el “califato” está perdiendo territorios, pero lo que ambas organizaciones representan, está acrecentando su gravitación sobre las sociedades musulmanas. En los hechos, se va imponiendo una forma de totalitarismo que no distingue teocracias de estados laicos.

También en los países laicos la secularidad pierde terreno. El propio régimen sirio, por representar a la minoría alawuita (considerada herética por el sunismo radical) siempre había sido secular. Por eso Hafez al Asad contó con el apoyo de las otras minorías (drusos, cristianos, jazidíes etc) desde que llegó al poder en 1970.

Las minorías apoyan regímenes seculares para no ser perseguidas ni discriminadas. Esos regímenes, que fueron fuertes en tiempos de Gamal Naser en Egipto, Sukarno en Indonesia, Muhammad Jinnah en Pakistán, Yasser Arafat en la OLP, Saddam Hussein en Irak  y Muammar Jadafy en Libia, se debilitaron velozmente al mismo tiempo que crecía la influencia de los ultra-religiosos que quieren reimponer la sharía y gobernar siguiendo los preceptos del profeta.

Las derrotas en las guerras regulares contra Israel, la corrupción, el autoritarismo y el fracaso en generar desarrollo económico, entre otras realidades (como la desaparición de la URSS) fueron carcomiendo vigor a la visión secular de la sociedad y la política. Donde aún no gobiernan los religiosos chiitas o sunitas, las vertientes  oscurantistas acrecientan su gravitación sobre las leyes y la educación. Como si no hubiera defensores del laicismo, el silencio acompaña el avance implacable de una forma de totalitarismo que lo va oscureciendo todo.

Apatía. Más allá del dispositivo de seguridad que le armó el gobierno británico, el resto del mundo no defendió a Salman Rushdie como debió haberlo hecho, cuando una fatua del ayatola Jomeini lo condenó a vivir oculto.

La teocracia iraní exhortó a los musulmanes a asesinar al escritor al que acusa de blasfemar en el libro “Versos satánicos”.

Hasta el día de hoy, un Estado ofrece una recompensa a quien asesine, en el rincón del mundo donde lo encuentre, al autor que no hizo más que ficción literaria, canalizando en ella una mirada crítica sobre la religión. La fatua de Jomeini es la mejor prueba de la razón de Salman Rushdie. Del mismo modo que la fatua contra Taslima Nasrim, la escritora bengalí que en la novela “Vergüenza”  cuestionó la violencia demencial que desató contra las familias hindúes de Bangladesh la destrucción de una mezquita en la India.

Desde entonces, esta autora que defiende el humanismo secular está condenada a vivir oculta.

Nahed Hattar eligió seguir caminando libremente por Ammán y por cualquier otra ciudad. La justicia de un país que se supone moderado, lo condenó por burlarse de la creencia delirante que empuja a los jihadistas a inmolarse para matar gente inerme. El blanco de su crítica era ISIS, la organización genocida que quemó vivo a un piloto jordano que se había tenido que eyectar en territorio sirio. Hasta la reina Rania, esposa de Abdullah, había reconocido lo poco que hacen los países musulmanes contra el fascismo islamista. Pero eso no detuvo a los jueces que condenaron a Nahhed Hattar, ni al lunático que lo baleó en la escalinata del Palacio de Justicia. 

por Claudio Fantini

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