Peugeot tiene una imagen de marca muy fuerte en el país, y parte de ese prestigio se debe a que siempre supieron complementar muy bien la gama de producción local con sus modelos importados. El año pasado la tarea era difícil, sobre todo por los cupos y los impuestos distorsivos pero de a poco el mercado se va acomodando y todo vuelve a su cauce. Ahora le llegó el turno al 508, un auto que debe competir con modelos consolidados como el Volkswagen Passat (que llegará en 2017), el Ford Mondeo y el Audi A4 entre otros.
El 508 mantiene las líneas elegantes y sugestivas que Peugeot le imprime a sus modelos con detalles cromados en la tapa del baúl y la parrilla. Con un frontal renovado, donde predominan los faros led, el sedán. Las llantas crecieron: ahora de 16 pulgadas, pasaron a ser de 17. Mecánicamente este 508 es muy similar a aquel que dio vida al modelo, allá por 2011. Hoy se ofrece con el probado naftero 1.6 THP y un turbodiésel de inyección directa 2.0 de 163 CV, junto con la caja automática Tiptronic de seis marchas. Con este último que se ofrece como la única alternativa en su clase, logra una velocidad máxima de 217,3 km/h y acelera de 0 a 100 en 9,9 segundos, mientras que para pasar de 80 a 120 km/h lo hace en unos breves 4,7 segundos.
El espacio interior es uno de los atributos fuertes, en donde se viaja cómodo tanto en los asientos delanteros como en las plazas traseras. En cuanto a la capacidad del baúl es razonable con 473 litros pero la boca de carga es algo estrecha.
En cuanto al comportamiento es muy adecuado para viajar seguro en ruta; en la ciudad hay que tomar recaudos para que no toque el voladizo delantero en cunetas aunque mejoró con respecto a su antecesor. La dirección tiene buen tacto aunque algo pesada para estacionar.
En términos de equipamiento y seguridad la dotación es muy buena excepto por algún detalle como la rueda de auxilio temporal y la visibilidad hacia atrás por la luneta. El precio de la versión Feline HDI es de $ 771.249 un valor algo elevado, aunque es el único diesel en su clase.
por Augusto Brugo Marcó*
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