Michael Pence, gobernador del estado de Indiana y recientemente electo vicepresidente de Estados Unidos junto a Donald Trump, siempre representó al ala conservadora del partido republicano y desarrolló políticas religiosas ortodoxas. Él mismo se autodefine como “cristiano, conservador y republicano, en ese orden”. Y lo demostró en marzo del año pasado, cuando promulgó el proyecto de ley de “Restauración de la libertad religiosa”, que autorizaba a los comercios a negar sus servicios a parejas del mismo sexo.
En principio, la normativa establecía que, por ejemplo, los dueños de los restaurantes de Indiana podrían prohibir la entrada a parejas gay si consideraban que esto atentaba contra su libertad religiosa. Según los defensores del proyecto, en el caso de que estos ciudadanos fueran acusados de discriminación, el Estado los defendería frente a la justicia.
En las últimas elecciones presidenciales, Trump consiguió la mayoría de votos en Indiana (57,2%). Sin embargo, no logró el mismo apoyo en la capital del estado, Indianápolis, donde el año pasado se dieron la mayor cantidad de protestas en contra del proyecto de ley de Restauración de la libertad religiosa. En su momento, la ex candidata demócrata Hillary Clinton también expresó su rechazo lamentando que esta ley “pueda aprobarse hoy en América”.
La figura de Pence es muy importante, ya que Donald Trump aún tiene pendiente fortalecer lazos con su propio partido. En el caso de no lograrlo, algún expertos sostienen la que podría enfrentar un juicio político con el fin de destituirlo. ¿Podría Pence usar esta estrategia digna de la serie House of Cards para llegar a la presidencia norteamericana? Y si llegara, sus rasgos homofóbicos, ¿le jugarían a favor o en contra?
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