Friday 29 de March, 2024

MUNDO | 07-12-2016 12:06

La hija de Firmenich habla de Fidel Castro

María Inés, la mayor de los hijos del líder montonero, vivió 15 años en Cuba y recuerda al ex presidente cubano.

Fidel -que no necesita apellido para saber a quién nos referimos- es sin duda un símbolo insoslayable para quienes creyeron y quienes creemos en el concepto de Emancipación. Así lo atestigua la historia de aquel grupo de hombres que creyeron junto a él que esa pequeña isla del Caribe podía hacer frente al yugo norteamericano y así lo consumaron. También dan testimonio de ello los pueblos de África que pudieron ver la luz de la independencia colonial gracias a la Solidaridad Internacionalista de la Revolución Cubana, que brindó allí hasta su sangre en pos de un mundo de pueblos libres y soberanos.

Y he aquí por tanto, uno de los valores que sin lugar a dudas vale rescatar por estas horas a modo de homenaje a este hombre constituido en símbolo por varios pueblos: la Solidaridad. Solidaridad que se hizo carne en miles de médicos cubanos haciendo humanidad por el mundo y en otros tantos miles que la Revolución Cubana formó provenientes de las más diversas latitudes y especialmente de Latinoamérica.

Pero lo más valioso ha sido que la formación solidaria de esos miles de médicos latinoamericanos y de otras latitudes fue multiplicadora de solidaridad y de humanismo en todos los rincones imaginados pero sobre todo en los más olvidados. Una formación médica sustentada fundamentalmente en tales valores que, por su parte, multiplica a su vez el concepto de Emancipación. Aun así, lo más importante en torno al símbolo de emancipación y solidaridad que encarna Fidel para los pueblos empobrecidos del planeta, es un valor subyacente y que hizo posible que todo ello sucediera: la Dignidad.

Y aquí, ya no es Fidel y “los barbudos” quienes encarnan por sí solos ese tan imprescindible valor para ser portadores e irradiadores de solidaridad y de práxis emancipatoria. Llegados a este punto, debemos rendir el debido homenaje a la dignidad del Pueblo Cubano en su conjunto.

Creo que el mejor homenaje que podemos hacerle a ese símbolo que encarna Fidel para la Historia, es recordar que todos esos valores son tales sólo cuando los concebimos en términos colectivos.

Doy fe de que esas enseñanzas anidan en Cuba y convierten el legado revolucionario en miles de portadores de humanismo, solidaridad y praxis emancipatoria… Aunque, como dijera uno de los más recientes revolucionarios que ha parido Latinoamérica, el Comandante Hugo Chávez, nadie dijo que todo esto es tarea fácil.

Y se comprueba así, que el legado revolucionario de Fidel y del pueblo cubano, es el mismo que el de todos los revolucionarios de todos los tiempos y de todos los pueblos: hombres y mujeres de coraje que no toleran injusticias ni dominaciones e interpretan los anhelos y necesidades de las mayorías para darse a la tarea de hacer realidad, a toda costa, aquello de que “un mundo mejor es posible”.

El desafío no es menor; entregar la vida entera al costo de asumir ante sus contemporáneos y ante la historia tanto aciertos como errores persiguiendo el fin, nada más y nada menos, que de la Trascendencia. Esto es, dejar sembrada la semilla de la Esperanza no solo para el tiempo que les dure la vida, sino –y me atrevo a decir, sobre todo- para el porvenir. La esperanza de que las convicciones por el bien común no son entelequias ni quimeras, son por el contrario, acciones concretas, que aunque cuesten muchas veces caro en lo personal, vale la pena intentar, porque como ha quedado demostrado, son en infinidad de casos alcanzables y de no serlo, más vale sembrarlas que guardárselas.

Así fue con Martí, Bolívar, San Martín, y tantos revolucionarios y revolucionarias más. La historia está plagada de ejemplos y en todos los casos, la siembras revolucionarias han sido cosechadas por los pueblos… Más tarde o más temprano vuelven a brotar esas semillas y se van volviendo parte de la vida colectiva de los pueblos. Se van constituyendo en cultura.

¡Y qué más puede valer que sembrar una cultura de dignidad, solidaridad, soberanía, justicia!

Los revolucionarios no son individuos aislados, brotan de sus pueblos, de las circunstancias históricas que atraviesan esos pueblos. Los revolucionarios no piensan en términos individuales, sino colectivos. Los revolucionarios, por lo mismo, no piensan en términos ahistóricos, sino históricos. Los revolucionarios piensan en términos de trascendencia. Ése es el mayor de los valores.

Solo trasciende aquello que se ha vuelto colectivo. Aquello que puede ser cosechado por las generaciones venideras. Y quienes entregan su vida para ello, son recogidos como símbolos de esa siembra que lleva consigo a miles de hombres y mujeres desconocidos.

Por eso hablar de Fidel es hablar de Cuba, de Revolución, de Emancipación, de Solidaridad. Es hablar de valores humanos colectivos. Vale la pena recordarlo aunque a sus partidarios les parezca obvio y a sus detractores, insólito. Porque por estos tiempos, se ha vuelto imprescindible recordar aquella premisa martiana que reza “Patria es humanidad”, dada la atmósfera de lo efímero en la que sucumben millones de seres humanos que parecen haber olvidado que la felicidad no se compra ni se vende... Ni el amor, ni la amistad, ni ningún otro atributo esencial para nuestra especie, de los que sólo se puede ser parte en colectivo, en la trascendencia de lo efímero, en lo que perdura.

Estoy segura de que somos muchos quienes entendemos de esta manera lo que significa un legado revolucionario. Afortunadamente, porque en el actual contexto geopolítico global, de frágiles equilibrios en la disputa por el reordenamiento de la distribución de la riqueza, con todas las incertidumbres que implica, hacen falta por doquier portadores y multiplicadores de las convicciones por el bien común. Urgen hacedores de humanidad que con sus aportes, pequeños o grandes, tributen al rescate de los valores humanos colectivos.

por María Inés Firmenich

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