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MUNDO | 07-01-2017 00:00

2017 comenzó con fiestas de sangre

El inicio del año estuvo signado por masacres en Latinoamérica, Europa y Medio Oriente.

Ríos de sangre ahogaron la fantasía de que el año nuevo es una vuelta de página. Tres masacres destrozaron la ilusión de que la noche del 31 de diciembre termina una etapa y comienza otra. Obviamente, se trata sólo de una noche de fiesta, pero siempre está la ilusión, la fantasía; hasta que la realidad las barre, a veces de la forma más brutal. En Brasil, en Turquía y en Bagdad, matanzas que vuelven naif a las películas de Tarantino le recordaron al mundo que los infiernos no se van con las hojas de los almanaques.

Brasil

La batalla en la prisión de Manaos le recordó a Brasil y a Sudamérica que su karma es el narcotráfico. Las derrotas y las desapariciones de algunos de sus cuerpos no evitan reencarnaciones en otros cuerpos, cuyas sombras siguen oscureciendo el continente.

En Brasil, las disputas territoriales y las cuentas pendientes entre las narco-mafias se dirimen en las cárceles. Es como si las prisiones estuvieran destinadas a ser campos de batalla. Más aún, en las prisiones nacen y mueren los poderes de las organizaciones narcotraficantes. En 1972, surgió el Comando Vermelho (rojo) en el penal Cándido Méndes, la cárcel de Ilha Grande. Para luchar contra la dictadura militar, varios miembros encarcelados de la Falange Vermelha, una organización de izquierdas, se unieron a delincuentes comunes para formar una fuerza de lucha contra la dictadura militar. Pero la era de la cocaína que comenzó en la década del ochenta, convirtió al Comando Vermelho en una banda narco que llegó a ser la más poderosa de Brasil, controlando las principales favelas cariocas.

La lideraba el legendario Fernandinho Beira-Mar, llamado Luiz Fernando da Costa, pero rebautizado con el nombre de la primera favela que conquistó y desde donde expandió su poderío hasta ser llamado “el emperador de Río de Janeiro”.

Empezó a construir su imperio con la droga que compraba a la mafia paraguaya Familia Morel, y alcanzó su máximo esplendor negociando cocaína con las FARC. Fue precisamente en Colombia donde lo capturaron y extraditaron. Y esta vez no pudo volver a escapar, como lo había hecho años atrás de una cárcel de Minas Gerais pagando millonarios sobornos, a lo Chapo Guzmán.

A la mayor ofensiva contra el Comando Vermelho la lanzó el gobierno de Lula, enviando el ejército a las favelas. Los choques entre bandas narcos ya habían ocasionado sangrientas batallas dentro de prisiones, como en 1992, cuando el combate dejó 111 muertos en la cárcel paulina de Carandiru.

Enfrentados a la ofensiva militar, las principales bandas pactaron una tregua. San Pablo empezaba a ser el corazón de otro imperio narco. Allí estaba el bastión principal del Primer Comando de la Capital (PCC), que llegó a instalarse en 22 de los 27 estados brasileños.

A mediados del 2016, se reiniciaron las batallas en las cárceles. Hubo masacres en prisiones de Roraima, Rondonia y Acre. Y el 2017 comenzó con la batalla en la cárcel de Manaos, capital del estado de Amazonia cuyas fronteras porosas al ingreso de cocaína que proviene de Perú, Colombia y Venezuela, se disputan el PCC y la Familia do Norte (FDN), aliado amazónico del Comando Vermelho.

Cuando, sumando cabezas y tórax de cuerpos descuartizados, la cifra de muertos pasó el medio centenar, Brasil y Sudamérica volvían a ser totalmente consientes de que la sombra más oscura sobre su geografía, sigue siendo el narcotráfico.

Turquía

Horas antes, un río de sangre llegaba a las aguas del Bósforo para recordarle a Turquía que sigue a la sombra del terrorismo islamista. El sicópata que entró a sangre y fuego en la disco top de Estambul, disparando a diestra y siniestra contra la multitud danzante, actuaba en nombre de ISIS. Casi medio centenar de muertes para mostrarle a la sociedad turca la consecuencia del peligroso juego de su presidente en el conflicto de Siria, donde si bien no financió directamente a ISIS como lo hicieron sauditas y qataríes, ayudó indirectamente a la guerrilla genocida permitiendo que por sus fronteras pasen los camiones cisterna con el petróleo robado a sirios e iraquies. Ese paso le permitió al ISIS hacer pie en Turquía, donde sembró las células que perpetraron masacres en el casco antiguo de Estambul y en el aeropuerto Atatürk.

Erdogán había apostado a ISIS porque era enemigo de sus enemigos: los kurdos y Al Asad. Lo que logró fue la infección que causa hemorragias de sangre al pueblo turco, como la que inauguró el 2017 con la masacre en la disco que está sobre la costa del Bósforo.

Casi paralelamente, un jihadista detonaba su coche bomba en un mercado de Sadr City, el populoso distrito chiita de Bagdad que lleva el nombre del venerado clérigo Mohamed-Mohamed Sadeq al-Sadr, asesinado por el régimen de Saddam Hussein.

Con este golpe, ISIS sumó 35 muertes en su cruzada exterminadora contra el chiismo, una “herejía” según las vertientes sunitas más cerradas y supremacistas. Y el río de sangre que corrió por Sadr City le recordó al Medio Oriente que el conflicto que vive es, entre otras cosas, un emergente de conflicto inter-islámico que comenzó con el sisma que enfrentó para siempre a sunitas y chiitas, desde la muerte del nieto de Mahoma en Kerbala.

Rusia

El 2017 podría ser también el año de los grandes realineamientos estratégicos. Gigantescos movimientos geopolíticos comenzaron a insinuarse, amenazando con modificar el mapa de alianzas que ha estado estático desde hace décadas. El último gran sismo geopolítico fue la desaparición de la URSS. Su efecto Big Bang disolvió el Pacto de Varsovia e hizo desaparecer Checoslovaquia y Yugoslavia.

Vladimir Putin comenzó a reconstruir la influencia rusa, modificando mapas en sus confines: tras arrebatar con una guerra relámpago parte de Osetia y Abjasia a la caucásica República de Georgia, anexó la península de Crimea y avanza sobre el Este de Ucrania.

Pero sus mayores logros pueden comenzar una vez que empiece a gobernar Trump, el hombre al que ayudó a llegar a la presidencia de Estados Unidos, la principal potencia militar del planeta y el rival de Rusia desde la primera mitad del siglo pasado.

Mientras tanto, amenaza con cambiar de vereda geopolítica Turquía, miembro clave de la OTAN que se aproxima raudamente a Rusia. Algo similar hace Filipinas desde que llegó a la presidencia Rodrigo Duterte, el criminal confeso que busca en China la aceptación total a la guerra sucia contra el narcotráfico y la drogadicción que no encuentra en Washington, el antiguo protector de Manila.

También es un enigma si Estados Unidos seguirá respetando los principios de su relación con China, porque Trump avanza hacia la fecha de asunción amenazando con patear el tablero acordado por Kissinger y Chou En-lai en 1971, mediante la diplomacia del Ping Pong.

por Claudio Fantini

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