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SOCIEDAD | 29-01-2017 00:00

La viuda de Cabezas, 20 años después

María Cristina Robledo volvió a la cava, donde asesinaron a su esposo, después de haberse ido del país. Una historia de dolor y perfil bajo.

Cuando Cristina dialoga con alguien, lo busca con sus manos. Agarra, aprieta, sostiene. Como si su cuerpo supiera que ciertas charlas le cuestan, y mucho, intenta expresarse de esa manera. Cuando la mujer que se quedó sin esposo hace exactamente veinte años interactúa con alguien de esta forma, la frase hecha de “algunos gestos valen más que mil palabras” cobra vida de una manera increíble. Habla sin hablar. No es casualidad que así sea: Cristina prefiere el silencio y, durante los actos y las marchas, deja que sean otros los que evoquen a viva voz la memoria del fotógrafo asesinado y pidan la Justicia que hoy no aparece. Hace diez años que ella no venía a Pinamar y a General Madariaga para los homenajes que honran a su fallecido marido, pero esta vez algo la empujo a venir desde España, el lugar donde se radicó con su hija Candela.

La biografía de María Cristina Robledo –así es su nombre completo- dice que tiene 48 años, que fue maestra jardinera, recepcionista de un hotel, secretaria en una escribanía. Su pelo es rubio y lacio, es dulce y muy correcta, tiene ojos bien grandes que miran con profundidad. Su historia cuenta también que conoció a Cabezas en el comienzo de 1993, cuando el fotógrafo cubría la temporada para NOTICIAS y Cristina hacía unos pesos extra en Pinamar. Y rápido se enamoraron. Pocos meses después de conocerse se habían mudado juntos a un pequeño departamento de dos ambientes en Palermo, una aventura desconocida para Cristina pero no para José Luis, que ya arrastraba un matrimonio que no había funcionado y dos hijos pequeños, Agustina y Juan. Entre la flamante pareja todo era muy veloz, y a poco de cumplir tres años juntos Cristina ya había quedado embarazada. De ese amor nació Candela. Ella tuvo padre sólo cinco meses.

Hoy Candela tiene veinte años, los mismos que pasaron desde que una banda de policías y delincuentes comunes a las órdenes de Alfredo Yabrán le quitaron el esposo a Cristina. La hija de ambos sigue en España, donde cultiva un saludable perfil bajo, igual que su madre. A pesar de que Cristina y su primogénita intentaron quedarse en el país luego del brutal asesinato, ensayo que incluyó una estadía de tres años en Pinamar y la frustrada administración de una farmacia en Cariló, la presión de ser quienes eran, de ver a Cabezas en todas las esquinas, y una sucesión de extraños hechos –que incluyó el acoso de un supuesto detective que la seguía día y noche y una vez hasta se les metió en la casa-, las empujaron a saltar el charco y radicarse definitivamente en Europa.

Ni una ni la otra tienen explicación de la atrocidad con la cual tuvieron que vivir dos décadas. “Lo mataron de una forma tremenda, cruelmente. Era una persona cualquiera. ¿Para qué?”, se preguntó Cristina ante un enviado de NOTICIAS, después del acto en la cava de General Madariaga, a metros de donde asesinaron a su esposo. “En cierta forma ya lo vas esperando, pero no deja de ser un golpe que te doblega. Pero también te da fuerzas para seguir, para que sepan que no nos van a vencer”.

Para Cristina, Cabezas siempre va a ser José Luis. Cuando mira los ojos de su marido en las miles de pancartas y dibujos que hay en todo el país, no ve a la estatua de la lucha contra el poder y la corrupción en la que su esposo se convirtió, sino a aquel “chabón bravo”, como lo definen los suyos, con el que compartió cuatro años de amor. “Lo sigo viendo como lo que era él, como era José Luis”.

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Robledo: Yo sigo viendo a la persona, y toda la lucha que hemos llevado fue por la persona. Era una persona como cualquiera. Lo mataron de una forma cruel.

Durante los dos actos que se suceden, el miércoles 25, en la localidad donde secuestraron a su esposo y en el lugar donde lo asesinaron, Cristina no va a decir una sola palabra frente al micrófono. Su simple presencia basta, para alcanzar a vislumbrar un pedazo del dolor que ella y su familia viven y vivieron. Intenta, si puede, escabullirse entre la muchedumbre de oradores, donde se encuentran también la hermana de Cabezas, Gladys; el intendente de Pinamar y de Madariaga, Martín Yeza y el titular de Medios y Contenidos Públicos del país, Hernán Lombardi. Cristina, y todos, saben que la mayoría de las miradas de los cientos de personas que se acercaron a ambos homenajes se van a posar en la viuda. Pero a ella no la enoja ese morbo triste e inevitable, y si pudiera hablaría, a su particular manera, con cada uno. Los agarraría de las manos y les haría entender a los que la escuchen, a todos, que ella no va a descansar hasta que la Justicia pida perdón y devuelva a los asesinos al lugar del que no deberían haber salido. Y un segundo de la firmeza de sus dedos alcanzaría para entender que no hacen falta palabras para que nadie se olvide de Cabezas.

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