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CULTURA | 02-03-2017 00:00

Tropos, de Cayetano Ferrer: La creación líquida

El ganador del Premio Faena a las Artes, Cayetano Ferrer, exhibe en Buenos Aires “Tropos”, donde cuestiona la permanencia de una obra.

La instalación “Tropos”, de Cayetano Ferrer (Hawai, 1981), convirtió a uno de los espacios de la antigua sala de máquinas del edificio Molinos Río de la Plata de Puerto Madero –desde 2011, Faena Art Center– en un ámbito fabril. Durante la inauguración, Alan Faena subrayó ese acento productivo de la exhibición: “Cuando la Argentina era una potencia, y esto era un molino, se procesaba una tonelada de maíz por día. Es una gran alegría observar la vuelta de la fabricación a este lugar”, dijo.

Hijo de argentinos exiliados en los años ‘70, Ferrer recibió el Premio Faena a las Artes que “reconoce la experimentación artística, alienta la exploración posdisciplinaria y fomenta la investigación de los infinitos vínculos existentes entre arte, tecnología y diseño”. Otorgó al artista 75.000 dólares y la realización de la exposición, con curaduría del venezolano Jesús Fuenmayor.

Ferrer reside en Los Ángeles (Estados Unidos) y fue elegido por un jurado internacional, que evaluó más de 400 propuestas provenientes de 70 países. Es de presumir que la muestra permanece abierta sólo 15 días por el carácter maleable de los materiales y la exigente elaboración de objetos y esculturas efímeras en continuado.

¿Esculturas líquidas? La definición de “tropos” –“figuras literarias o recursos estilísticos que utilizan las palabras o las frases en un sentido distinto del habitual”–, define, valga la redundancia, la exhibición. La propuesta de Ferrer relaciona los conceptos de tiempo y duración a través de la arquitectura, pero estas nociones son inmediatamente cuestionadas por el mismo proceso de elaboración de las figuras exhibidas: en un ciclo ininterrumpido, lo fabricado no dura. Las piezas creadas y desplegadas, se derriten y se vuelven a elaborar. La sala de exhibición presuntamente es un sitio para, incluso, la conservación de dispositivos visuales, aquí las obras están en permanente mutación.

Lo que ocurre en ese espacio de 630 m2 pertenece al orden de la alquimia. Ferrer trajo polvos de gelatina de osamenta porcina molida, que tras mezclarlos aquí con glicerina –más calor y frío– adquirieron la misma densidad de la carne humana (adaptación del gel de balística).

La sustancia se vuelca a la vista de los visitantes en dos tipos de moldes: hormas encontradas con distintas formas y moldes arquitectónicos (provenientes de escenografías de la industria del cine); ambos módulos resultan en decenas de distintos objetos y figuras ornamentales. A diario, las formas escultóricas sólidas se derriten –sobre unas estructuras con planchas caladas con diseños del propio artista– bajo potentes lámparas transmutándose en líquidos que gotean sobre los moldes; volviendo a endurecerse con el frío y el tiempo.

Sin límites ni barreras durables, al ser fundidas las esculturas se vuelven líquidas y dejan de existir.

Esta compleja obra interdisciplinaria invita a diversas lecturas. Fuenmayor dijo, entre otras cosas, que este proyecto “explora cómo se aborda el pasado en la vida cotidiana a través del uso de símbolos que activan el territorio subjetivo de la memoria”. Algunos observadores equipararon el ciclo de creación y degradación de las esculturas a la vida (y muerte) misma. Otros vieron un reflejo de la sociedad actual, con su fluir y fragilidad constantes, a la manera de la “modernidad líquida” planteada por el filósofo Zygmunt Bauman en la que las identidades se funden y cambian permanentemente de forma.

por Victoria Verlichak

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