Thursday 28 de March, 2024

POLíTICA | 08-04-2017 00:00

El presidente post #1A

Apurado por las elecciones, el Gobierno cambió radicalmente su política. Por qué la Grieta volvió recargada. Dudas dentro del PRO.

El ambiente se espesa en el Centro Cultural San Martín. Los pocos que se habían ido adormeciendo en su silla, justificados por el tardío horario en un día de semana, pierden el sueño y se enderezan. Los casi 80 asistentes ahora miran con los ojos bien abiertos hacia adelante. Sentado frente a todos, con la tranquilidad del que se siente ganador, el jefe de Gabinete se bate en un feroz duelo verbal con varios miembros del Club Político Argentino, el exclusivo grupo de destacados periodistas, intelectuales y políticos que periódicamente se reúnen para intercambiar ideas. Durante una hora y media la mano derecha de Mauricio Macri resiste, gambetea y contraataca con firmeza las críticas y preguntas incisivas de los foristas, que le achacan problemas con la comunicación y algunas formas del Gobierno. "El Cambio es a fondo y llegó para quedarse: no hay marcha atrás", dice con dureza. Por primera vez, el antes apacible lugarteniente del Presidente viste en público el nuevo traje combativo con el cual el Gobierno quiere mantenerse a la moda. Cuando, cerca de las 21, Peña abandona el edificio de Monserrat se da cuenta de que no sólo le gusta sino que le queda bien. Dos días después entrará con confianza a la arena del Congreso y dejará su primer frase histórica desde que asumió: “Háganse cargo”.

La renovada y belicosa faceta del Peña barbudo es la expresión de una decisión electoralista que tomó el Gobierno a partir de marzo de este año: “Salir a marcar la cancha”, le dicen a este momento político en la Casa Rosada. En Balcarce 50 hay jolgorio desde el sábado, alentado por el éxito del blanqueo de capitales. La marcha “estabilizadora” del 1º de abril, que llevó entre 300 y 400 mil personas según el Gobierno (y 25 mil según Cristina Kirchner), fue un espaldarazo impresionante para la reciente transformación del PRO y se vivió como una reedición del histórico 17 de octubre, pero en clave PRO. Incluso tuvo un clímax insólito, con un Macri inusualmente agresivo que atacó las marchas organizadas con “camiones y choripanes”. La grieta volvió para quedarse.

La vieja política. Los primeros dos meses del año fueron caóticos para el macrismo. Las encuestas que manejaba el oficialismo mostraban una nada despreciable baja en la intención de voto para las elecciones de octubre, y las privadas reflejaban lo mismo. A principios de marzo, Management & Fit aseguró que la imagen positiva del Presidente había caído 11 puntos, y para la consultora Aresco eran 8. El escándalo del Correo, el mal cálculo con las jubilaciones, la suba en el índice de pobreza, los anuncios de aumentos tarifarios, el caos en que se convirtió la calle -van más de 500 piquetes y seis masivas marchas en lo que va del año- y, sobre todo, la economía que jamás arrancó significaron duros golpes para el PRO. Apurada por los tiempos, la mesa chica del Gobierno decidió un histórico cambio dentro del “cambio”: abandonar la política dialoguista que identificó desde un primer momento al partido amarillo y salir, como nunca, a mostrar los dientes y buscar el continuo choque con la “pesada herencia”.

Según contaron a NOTICIAS fuentes del oficialismo, fue en una reunión entre Peña, el Presidente y el gurú ecuatoriano Jaime Durán Barba que se confeccionó el inicial ataque PRO. Entre los tres, y con la colaboración del filósofo Alejandro Rozitchner y el publicista Hernán Iglesias Illia, armaron el discurso con el que Macri inauguró las sesiones legislativas del Congreso de este año. Esa primera prueba, que incluyó frases como “dejaron una década de despilfarro y corrupción y a un tercio del país en la pobreza”, “queremos saber que pasó con el fiscal Nisman”, o las chicanas del Presidente a los fotógrafos y a la oposición, se vivió como un éxito dentro del Gobierno. A Marcos Peña, en esos iniciales días del nuevo PRO, se lo escuchó explicar ante varios funcionarios dubitativos de la estrategia tomada: “Esto viene de abajo hacia arriba. Hay una grieta que el Gobierno no es que se encarga de profundizar, sino que existe en la sociedad y se relaciona con los que se aferran al pasado y los que miran hacia el futuro”. El Jefe de Gabinete, el martes 4, incluso fue hasta la sede del bloque de diputados PRO a exigirles que "salgan a la cancha".

Después de la visita de Macri al Congreso llegaron las réplicas. María Eugenia Vidal se endureció con el gremialista Baradel (“no le tengo miedo a los conflictos”) y sumó puntos en las encuestas, y siguieron su ejemplo Triaca (“si no nos defendemos nadie nos va a defender”), Bullrich (“Emilio Pérsico -el dirigente piquetero- llega siete veces a fin de mes”), Mario Negri, el jefe de la bancada PRO en Diputados (“ustedes se creen dueños de la verdad y de la historia”, le dijo a los gritos a legisladores K), y el ya famoso latiguillo de Peña en el Congreso. El ataque a los choripanes de Macri, que nada tuvo que ver con la gastronomía, fue el punto más alto del insospechado cambio. “Nos cansamos de la idea que se quiere instalar de que somos todos tarados. Está bien la cosa zen pero hay que mostrar que somos algo más que eso”, explica un asesor de extrema confianza del Presidente.

El 18 Brumario de Macri. Hay que entender la importancia del viraje: es una fenomenal metamorfosis para un Gobierno que llegó al poder, tanto a nivel nacional como en la Capital en el 2007, con el marketing de la superación pacífica y dialoguista del pasado. La grieta, que le dio la victoria en el 2015, volvió ahora pero como farsa: no sólo ya no se intenta dejar atrás la "herencia", sino que el Gobierno busca instalar el ayer y al kirchnerismo como el enemigo perfecto para las elecciones.

El giro, que como bien marcó Peña lo pedían las bases en la teoría y lo demostraron el 1A en la práctica, podría suponer el principio del principio de un partido político hasta ahora desconocido. “Lo que se observa en los estudios es que no hay más gente enojada, sino que la misma gente está más enojada que antes. Que Hebe reivindique a la guerrilla enoja a la gente. Que todos los días corten las calles enoja a la gente. Los líderes de este gobierno reflejan ese sentimiento. La gente está enojada con la vieja política”, explican desde la primera línea comunicacional del Gobierno.

El esencia de la nueva política, admiten en estricto off varios funcionarios, es la necesidad electoral de octubre. Resignados a que no ganarán votos gracias a una hipotética mejora de la economía, los cerebros del PRO idearon esta nueva y polémica estrategia, a la vez que alimentan la figura de Cristina Kirchner. La demonización del kirchnerismo, y la creciente idea de CFK candidata que eso acarrea, es la contracara de este fenómeno. “A cualquiera que quiera hacer bien las cosas le sirve polarizar con el que las hizo mal”, explican desde el Gobierno, mientras dicen esperanzarse con ganar “incluso si la economía no acompaña”.

Los riesgos. A pesar de que el viraje discursivo del PRO satisfizo e incluso superó las expectativas, más de un miembro del Gobierno se atreve a suponer una duda lógica: ¿hasta dónde se puede tirar del hilo de la confrontación? “Si bien ahora nos conviene electoralmente, promover el enfrentamiento tiene riesgos, podés multiplicar la bronca en la sociedad y eso se te puede volver en contra un día. Volver a la grieta porque la economía no arranca es peligroso”, explica un alto funcionario macrista que no termina de confiar en la novedosa estrategia. El “marzo argentino”, quizás una reversión sudamericana y moderna del famoso mayo francés, es una posibilidad de riesgo real para muchos dentro del PRO.

La incertidumbre está más que justificada. Benjamin Linus, uno de los protagonistas de “Lost”, le explicaba a otro en una escena antológica que “podía traicionarlo a él e incluso a sí mismo, pero jamás iba a poder traicionar a la Isla”. La Isla, lugar de la serie que tenía vida propia y era el núcleo del desarrollo del ciclo televiso, sería para el macrismo su discurso superador del kirchnerismo que fue clave en su llegada al poder. Más allá de que hoy, como documentan los analistas del oficialismo, los simpatizantes del Gobierno pidan más confrontación con el pasado, la idea de una guerra política sostenida difícilmente se pueda adecuar a largo plazo con la base del relato y el votante macrista. La única traición no permitida, diría Linus, sería esa que ponga en jaque la esencia misma del PRO. Además, se sabe que “Lost” no tuvo un buen final.

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