Friday 29 de March, 2024

OPINIóN | 05-08-2017 00:15

La tragedia venezolana: un dilema para los gobernantes latinoamericanos

Con tanta criminalidad represiva y fraude constituyente, ¿podrá el régimen seguir comprando indulgencias en la región?

"Tú pasarás, como pasan las pesadillas al amanecer, y serás sólo un triste recuerdo de lo viles que podemos llegar a ser”, dice la carta pública de Laureano Márquez a Nicolás Maduro.

El politólogo, que además escribe teatro y libretos de humor, fue un duro crítico de Carlos Andrés Pérez. Pero jamás lo habría comparado con la “pesadilla” que, al disiparse, deja el recuerdo del envilecimiento que produce el poder construido sobre la delación, el miedo, la indignidad y otras miserias de la condición humana.

Esa metáfora está dedicada a Maduro; el hombre que baila, declama y gesticula en una escena absurda y trágica. Porque “Venezuela parece una obra de Inoesco”, como también escribió Laureano Márquez.

En esa tragicomedia, un hombretón grotesco y mediocre lleva a la bancarrota un país que flota en petróleo y que, a diferencia de los reinos árabes (que en el subsuelo tienen petróleo pero, en la superficie, desierto) está bendecido por la naturaleza caribeña con una flora exuberante.

Ni siquiera pudo, como Fidel Castro, culpar de la pobreza al boqueo imperialista. Washington no sólo no bloqueó a Venezuela, sino que siguió siendo su principal cliente.

A la debacle tampoco la explica la caída del precio del crudo. Si así fuera, en los emiratos del Golfo también habría hambre, insalubridad y desabastecimiento. Si no ocurre nada de eso, es porque esos reinos autoritarios y oscurantistas administran bien el Estado, y gestionan bien la economía.

La razón del desastre es la ineptitud y corrupción del régimen. Sólo la obstrucción mental que producen los ideologismos impide ver lo que es tan evidente.

Oposición

También hay obstrucción ideológica en no ver que la oposición ha sido siempre parte del problema. El pecado opositor es no haber entendido nunca las causas que originaron el chavismo. No entender que una oligarquía improductiva generó una clase dirigente que dilapidó casi un siglo de renta petrolera sin diversificar la economía ni desarrollar conocimiento y equilibrio social.

La eterna deriva desembocó en un proceso constituyente fraudulento. Para ver la estafa no hace falta seguir los argumentos opositores, ni a los grandes medios del continente, ni la mirada de Washington. Se llega a esa conclusión teniendo en cuenta lo que los mismos Nicolás Maduro y Diosdado Cabello dijeron sobre la votación. En discursos televisados, blandieron intimidaciones de todo tipo. El mensaje era inequívoco: sabremos quién ha votado y quién no. Abstenerse tendrá consecuencias. Aquí no hay opinión ni subjetividad. Para deslegitimar el proceso en marcha, alcanza y sobra con las propias palabras de los cabecillas del régimen.

Incluso al empezar la jornada electoral, Maduro apareció mostrando el “carnet de la patria” y explicando que, a través de su código de barras, registra “para siempre” si su portador vota o no vota, transmitiéndolo de inmediato a las autoridades.

No entender semejante acto como una advertencia amenazante, implica no entenderlo.

Impunes

Maduro y Cabello actuaron como un criminal que se saca una selfie acogotando a su víctima y la deja olvidada en el escenario del crimen. Se retrataron arriando agresivamente gente a las urnas. Y ni siquiera así pudieron exhibir lo que tenían que mostrar: una alta participación de votantes.

En esa votación no importaba qué candidato sacaba más votos y cuál sacaba menos. Todos eran de la misma vereda política, por eso el triunfo o la derrota dependía de la cantidad de votantes. No era un candidato contra otro candidato, sino una votación contra otra votación.

Sucede que, días antes, la oposición había superado los siete millones y medio de asistentes, en un referéndum que mostró el rechazo mayoritario al proceso constituyente. Hubo observadores internacionales y prensa local y extranjera verificando esa asistencia.

Si Maduro hubiera confiado en superar el nivel de participación del referéndum opositor, habría permitido observadores extranjeros, encuestas y prensa confirmando la asistencia de votantes. Nada de eso se permitió.

Si había dudas sobre el fraude, apareció Smartmatic, la empresa que contó los votos como hace desde el 2004, denunciando que la cifra anunciada por el régimen es falsa porque hubo manipulación del escrutinio agregando al menos un millón de votantes.

Con semejante patraña y tan atroz cantidad de muertos ¿se puede seguir considerando democrático al poder en Venezuela? Obviamente, no. Sin embargo, en la región todavía hay gobiernos y dirigentes que lo hacen.

Reflejo

Maduro es como Trump. Para despreciar al magnate que ocupa la Casa Blanca Oval no hace falta guiarse por los demócratas o por el periodismo liberal. Alcanza y sobra con lo que hace y dice el propio Trump. Maduro empezó a perder legitimidad cuando hizo una vasectomía institucional a la Asamblea Nacional, volviéndola infértil en términos legislativos. Perdió más, al impedir el referéndum revocatorio, para el cual la oposición había cumplido los requisitos que establece la constitución hecha por Chávez en 1999. Y terminó de desnudar su naturaleza dictatorial al suprimir el calendario electoral.

¿Por qué aún hay gobiernos y dirigencias que lo consideran democrático, a pesar de la criminal represión, la supresión de derechos constitucionales y la falta de elecciones libres y plurales? Porque el chavismo hace lo que siempre hizo Estados Unidos: comprar complicidades para tener impunidad.

Algunos gobiernos porque le debían, otros porque necesitaban ayuda financiera o inversiones, y una infinidad de dirigentes y periodistas porque, de un modo u otro, recibían beneficios de Washington. El hecho es que la CIA podía cometer tropelías como el derribo de Jacobo Arbenz en Guatemala o la conspiración golpista contra Allende en Chile, y nunca había condena en la OEA porque a través de sus cómplices Washington lograba impunidad.

Ya sea en blanco, regalando petróleo como si le perteneciera al gobierno y no a la Nación; o en negro, repartiendo dólares del contrabando de combustible, de los narco-vínculos del régimen, del manejo del mercado negro de divisas etcétera, entre funcionarios, legisladores y dirigentes políticos y sociales de toda la región, el chavismo lleva años comprando complicidades para obtener impunidad.

Pero la criminalidad represiva y el colapso económico podrían ser la gota que rebase el vaso. Cada vez son más los gobiernos que esperan que Maduro pase, “como pasan las pesadillas al amanecer”.

* Profesor y mentor de Ciencia Política, Universidad

Empresarial Siglo 21.

por Claudio Fantini

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