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COSTUMBRES | 01-11-2017 21:08

La fiesta del champagne

En una cena súper elegante en la Embajada de Francia, se presentaron los grandes espumantes europeos. Ediciones especiales y maridajes.

No importa demasiado si realmente sucedió. Nada se parece más a la verdad que esa historia atribuida al monje Pierre Pérignon, encargado de los vinos en una abadía de la región francesa de Champagne. Durante años, este religioso se dedicó a investigar cómo producir el mejor espumante. Un día de 1670, Pérignon escuchó el ruido de vidrios rotos en la bodega, fue hasta allí y comprobó que una de las botellas había estallado a causa de la fermentación de su contenido. Cuando probó el líquido derramado, les gritó a sus ayudantes: “¡Vengan rápido! Estoy bebiendo estrellas”. Acababa de descubrir lo que hoy se conoce como “champagne” y, también, de definir su esencia efervescente.

El champagne se hizo un lugar en la historia de Francia. Napoleón Bonaparte solía decir: “En la victoria se lo merece, en la derrota se lo necesita”. En las fiestas de caballería con las que celebraba cada triunfo, el militar hacía gala de su habilidad para descorchar la botella con su sable. Con el tiempo, el espumante francés se convirtió en un ícono de “savoir faire”. “Sólo bebo champagne en dos ocasiones: cuando estoy enamorada y cuando no lo estoy”, aseguraba Coco Chanel. Las burbujas eran su accesorio preferido.

¿Qué distingue al champagne de cualquier otro espumante? En principio, sólo puede llamarse de esa manera al producto elaborado en la región francesa de Champagne. Su sabor proviene de las uvas Pinot Noir, Pinot Meunier y Chardonnay que crecen en ese “terroir”. La mayoría de las “maisons” utiliza el método creado por Pierre Pérignon: la segunda fermentación y crianza del vino se realizan en la botella de vidrio para lograr las burbujas de manera natural.

En 2015, la región de Champagne fue designada Patrimonio Mundial de la Organización para la Educación, la Ciencia y la Cultura de las Naciones Unidas (UNESCO).

A su salud

Los argentinos tenemos cada vez más debilidad por las burbujas. Un estudio del Observatorio Vitivinícola Argentino indica que en 2015 se consumieron 46 millones de botellas de espumante, mientras que en 2005 se bebieron “solo” 22 millones.

En ese contexto auspicioso, el pasado 19 de septiembre se celebró el primer Champagne Day en Buenos Aires. La gala se realizó en el Palacio Ortiz Basualdo, sede de la Embajada de Francia: nada más apropiado para saborear estrellas que ese “hotel particulier” (mansión privada) diseñado en 1918 por el arquitecto francés Paul Pater para el matrimonio de Mercedes Zapiola y Daniel Ortiz Basualdo. La palabra “imponente” languidece de humildad ante esa construcción en cuatro plantas, emblema de la arquitectura “Beaux-Arts”, con paredes de roble y pisos de mármol.

En el salón comedor del primer piso, el grupo Moët Hennessy Argentina presentó las novedades de las principales “maisons” de champagne del mundo. Un busto del rey Luis XVI escoltaba la mesa en la que se ubicaron los 60 invitados (sommeliers, periodistas y clientes). El embajador Pierre Henry Gignard recordó que las primeras copas de champagne habían sido moldeadas sobre el seno de María Antonieta, esposa de ese monarca. “Un buen champagne se sirve en una linda copa, se trata de un conjunto. Una experiencia completa debe contar con todos los elementos”, enfatizó el diplomático que fue uno de los anfitriones del evento junto a Ramiro Otaño, director general de Moët Hennessy para América Latina. “Francia tiene una forma particular de convertir el fruto que ofrece la tierra en un gran producto, y no hay mejor ejemplo que el champagne”, sintetizó Gignard.

Burbujas de alta gama

La degustación se inició con Ruinart Rosé, definido como el “champagne del Nuevo Mundo”, de sabor intenso y afrutado. Establecida en 1729, Ruinart es la Maison más antigua de la región de Champagne. Nicolás Ruinart, su fundador, era el sobrino de Dom Thierry Ruinart, un monje benedictino visionario que supo apreciar el potencial del “vino con burbujas” que había conocido en Paris y convenció a su familia de producirlo en Champagne.

Veuve Clicquot presentó Extra Brut Extra Old, elaborado a partir de vinos de reserva de seis cosechas diferentes, y La Grande Dama 2006, creado a partir de un blend de ocho Grand Crus (terrenos que producen uvas de calidad suprema). Cuando en 1805 François Clicquot murió a los 27 años, su viuda, Barbe-Nicole Ponsardin, decidió asumir el mando de la Maison familiar. Fue la primera de varias decisiones audaces que tomó. Su lema era: “Una sola calidad, la mejor”. La Maison Veuve (viuda) Clicquot inventó la técnica de removido o “remuage” que permite que los sedimentos de las levaduras se concentren en el cuello de la botella y sean expulsados en el degüelle. Este año, la Maison celebra el 140º aniversario de su Yellow Label, el champagne más vendido en la Argentina. Otro buen motivo para celebrar con burbujas.

En el Champagne Day, Krug dio a conocer su Grande Cuvée 163ème Édition, un vino que demanda 20 años de elaboración. Cuando en 1843 Joseph Krug fundó su Maison, se propuso crear cada año un champagne excepcional. Cada Édition de Grande Cuvée combina 120 vinos reserva que se añejan hasta 15 años antes de mezclarlos, y luego se conservan de siete a ocho años más en las cavas de la Maison. El resultado es un sabor intenso que conmueve el paladar.

Uno de los momentos más esperados de la noche fue la presentación de las dos nuevas variedades de Dom Pérignon. Desde 1921 hasta hoy, esta Maison se ha esmerado por crear el mejor vino del mundo. La etiqueta Segunda Plenitud 2000 –la Primera Plenitud se revela a los ocho años de elaboración, con notable armonía y equilibrio– se lanzará al mercado a fines de año. Su antecesor, un Segunda Plenitud vintage de 1998 presentado en 2016, resignificó la palabra “excelencia”. Por primera vez en la Argentina, Dom Pérignon introduce una versión magnum (de 1,5 litro). Se trata de una cosecha 2009 (Primera Plenitud) que, según definió Hervé Birnie Scott, el director de Bodegas, Viñedos y Enología de Moët Chandon, implica la experiencia de “beber felicidad”. Sin duda, Pierre Pérignon estaría orgulloso.

por María Fernanda Guillot

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