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OPINIóN | 30-12-2017 00:39

La cátedra chilena

En un año políticamente sísmico en la región, resultó ejemplar el proceso electoral de Chile y el trato entre derrotados y vencedores.

En la cátedra chilena, a una de las lecciones las dio Ricardo Lagos. “El mundo es incierto y el nuevo gobierno tendrá que recuperar la unidad” de la sociedad, escribió el ex presidente socialista en su mensaje de felicitación a Sebastián Piñera. Una frase con mucha más profundidad de la que aparenta.

Un mundo “incierto” genera sociedades sumidas en la incertidumbre. Esa incertidumbre las fractura en bandos contrapuestos, produciendo “grietas” en las que extremistas y demagogos inoculan odio político para construir liderazgos hegemónicos. Por eso el desafío de las dirigencias democráticas en este mundo incierto, es cerrar las grietas.

La dirigencia política chilena había creado una fórmula de progresos lentos pero constantes, manteniendo los equilibrios mediante las continuidades. Los gobiernos encabezados por los socialdemócratas Ricardo Lagos y Michelle Bachelet fueron un continuismo perfeccionado de sus antecesores y aliados democristianos Patricio Aylwin y Eduardo Frei. Cuando el gobierno pasó por primera vez al centroderecha, su presidente, Sebastián Piñera, mantuvo a rajatabla los lineamientos principales de sus antecesores centroizquierdistas.

Sin embargo, en los últimos años esa estabilidad pareció agrietarse. La derecha ideologizada culpó al segundo gobierno de Bachelet, acusándolo de dar un brusco giro a la izquierda. En rigor, no hubo giro abrupto ni izquierdista. Lo que hizo Bachelet en su segunda presidencia, fue impulsar reformas apuntadas a que Chile rinda las materias que le faltan para recibirse de país desarrollado. Y esas materias tienen que ver con los niveles de igualdad que caracterizan a las democracias desarrolladas.

Bachelet no encaró ese objetivo con instrumentos del populismo, sino mediante la educación. Su gestión cometió errores de instrumentación, pero no estaba errada la orientación de las reformas. De haber tenido una orientación populista, no le hubiera aparecido una oposición de izquierda anti-sistema.

Esa oposición, nacida en las rebeliones universitarias del 2011 e inspiradas en el movimiento contestatario español Podemos, describía como neoliberal al mismo gobierno que la derecha ideologizada describía dando un abrupto giro hacia la izquierda. En la vereda conservadora también irrumpió con fuerza un exponente de la ultraderecha, que se atrevió incluso a reivindicar a Pinochet: José Antonio Kast.

Esos nuevos protagonistas generaron la sensación de que, si ganaba Alejandro Guillier, ganaba el populismo de izquierda, y que si ganaba Piñera ganaba la derecha dura. Pero la verdad es que Guillier y Piñera son dos exponentes del centrismo y la moderación.

El periodista socialdemócrata Guillier estaba relacionado al moderado Partido Radical, y Piñera fue el primer candidato centroderechista que no había respaldado la dictadura, además de haber financiado la campaña contra la continuidad de Pinochet, en el crucial referéndum de 1988.

Las lentes ideológicas deformaron la realidad, pero en el ballotage apareció el centrismo y castigó al candidato que más había hecho por captar el voto anti-sistema. El apoyo del movimiento inspirado en Podemos, terminó siendo el abrazo del oso para Guillier.

Pero lo importante es lo que la región vio en el desenlace del proceso electoral chileno. Y lo que vio fue a los máximos exponentes de la centroizquierda y la centroderecha saliendo a conjurar el riesgo de la grieta y el odio político.

Piñera, Bachelet, Guillier y Lagos dieron una clase magistral de grandeza y responsabilidad. Un proceso electoral cristalino y eficiente. El candidato oficialista reconociendo su derrota y felicitando al ganador sólo cincuenta minutos después de concluida la votación. Lagos ofreciendo colaboración al ganador. El ganador compartiendo con su adversario el momento principal del festejo. Ambos contendientes intercambiando elogios. Y al finalizar la jornada, Bachelet hablando a Piñera y describiéndolo como un dirigente que quiere “lo mejor para Chile” y “lo mejor para todos los chilenos”; a lo que el presidente electo respondió reconociendo “sabiduría” a la mandataria socialista y pidiendo que lo ayude con “sus sabios consejos”.

Una escena increíble en una región donde el presidente boliviano Evo Morales manchaba su muy buena gestión gubernamental haciendo que un tribunal cooptado lo habilite para la re-re-reelección que había sido rechazada por el pueblo en un referéndum. La misma región donde el caso Odebrechet mantiene en Perú un ex presidente preso, un ex presidente prófugo y el último presidente sometido a impeachment.

Paralelamente, en Brasil, Michel Temer, un presidente manchado de corrupción y despreciado como ningún otro en la historia, se mantiene atrincherado en el cargo bajo la protección de legisladores tan manchados de corrupción como él. Al mismo tiempo, en Ecuador, el heredero del correísmo se rebeló contra su mentor, ante la estupefacción de un pueblo que observa la batalla entre el furioso Rafael Correa y ese heredero, al que acusa de “traidor” y que permitió (o provocó) el encarcelamiento del vicepresidente Jorge Glas.

La “somozisación” de Daniel Ortega en Nicaragua y la manera anticonstitucional y violenta con que, en Honduras, Juan Orlando Hernández se hizo habilitar por jueces serviles para una reelección anticonstitucional (por intentar lo mismo se dio el golpe de Estado contra Manuel Zelaya) y luego se hizo declarar ganador de un comicio que la OEA ha considerado fraudulento.

Hasta en el apacible escenario político uruguayo empezaron las turbulencias y, entre otras cosas, le costaron la renuncia al vicepresidente Raúl Sendic.

Ni siquiera Uruguay y Chile, dos de las pocas excepciones de estabilidad, están totalmente a salvo de los terremotos que sacuden y agrietan a la “sociedad abierta” y al Estado de Derecho en el mundo. Ese mundo al que Lagos describió como “incierto” en las líneas que aportó a la cátedra de responsabilidad política que Piñera, Bachelet y otros exponentes de la centroderecha y la centroizquierda de Chile, impartieron a sus atónitos vecinos.

por Claudio Fantini

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