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CULTURA | 04-01-2018 15:05

Por qué un crimen privado puede revelar las tensiones de una sociedad

El miedo como arma política. El historiador Ivan Jablonka lo explica a NOTICIAS.

Laëtitia Perrais era una camarera de 18 años que vivía junto a su hermana melliza con una familia de guarda, en una pequeña ciudad balnearia cercana a Nantes, sobre el Atlántico francés. En la noche del 18 al 19 de enero de 2011, desapareció camino a su casa. Pocos días después, a pesar de que su asesino se negó a decir qué había hecho con ella, su cuerpo descuartizado se encontró en dos estanques de la zona. El “caso Laëtitia” se convirtió en una cuestión de estado: los medios de Francia le dedicaron centenares de páginas y shows en el “prime time”, el presidente Nicolás Sarkozy encontró un argumento para arremeter contra la justicia francesa que tenía en la mira, el sistema judicial reaccionó declarando una huelga.

Pero el crimen contra la adolescente hubiera sido un caso de femicidio más, desvanecido en el trajín de la actualidad, sin el historiador Ivan Jablonka, que en su libro “Laëtitia o el fin de los hombres” -que acaba de publicarse en la Argentina bajo los sellos Anagrama/Del Zorzal- reconstruye en detalle no solo el asesinato sino la vida misma de Laëtitia, la sociedad que dió contexto al crimen y la cadena de injusticias que permitieron que se convirtiera en víctima desde su primera infancia: las hermanas Perrais pasaron de una familia violenta a un hogar de niños, y de ahí a una familia de guarda donde se revelarían luego abusos sexuales.

Jablonka, de 44 años, es doctor en Historia por la Sorbona y profesor universitario. También es uno de los intelectuales más reconocidos de Francia, por sus libros donde convergen la literatura, la no ficción y las ciencias sociales, como “Historia de los abuelos que no tuve” (premio Guizot de la Academia Francesa, publicado aquí por Del Zorzal), donde siguió el rastro de la vida y la muerte de sus abuelos, asesinados en Auschwitz, desde una doble entrada: como nieto y como académico, combinando una prosa sensible y potente con el método y los recursos de su profesión.

Con “Laëtitia…”, que ganó el premio Le Monde y el Médicis, entre otros, retoma la ambición de reconstruir una vida anónima a merced de las atrocidades de su tiempo, en este caso la violencia contra niños y mujeres, además de trazar un ensayo sobre la justicia, la utilización política del crimen y el sistema carcelario moderno (“esa incubadora de rabia”) que recuerda las tesis más brillantes de pensadores como Michel Foucault. “Sueño a Laëtitia como si estuviera ausente, retirada en un lugar que le agrada, al resguardo de las miradas”, escribe. “No fantaseo con la resurrección de los muertos; intento registrar, en la superficie del agua, los efímeros círculos que dejaron los seres al irse a pique”.

Noticias: ¿Siguió el “caso Laëtitia” desde su comienzo? ¿Cuándo se dio cuenta de que quería escribir un libro al respecto?

Iván Jablonka: Como millones de franceses, escuché sobre Laëtitia por primera vez el día de su desaparición. Pero no sabíamos nada sobre ella, excepto que había sido secuestrada y salvajemente asesinada. Su muerte se había tragado su vida. Quería arrancar a Laëtitia de ese reduccionismo, sacarla de las noticias donde era solo un obituario, contar la historia de su vida y entender qué hizo, y qué le hicieron los hombres a ella.

Noticias: Usted dijo “quise demostrar que un caso criminal puede ser analizado como un objeto de historia”. ¿Cómo llegó a esta línea de investigación?

Jablonka: En una sociedad en movimiento, sacudida por convulsiones de todo tipo, un caso criminal es un epicentro que revela “movimientos tectónicos” sociales. O, para usar otra metáfora, el caso criminal es un prisma. Arroja luz no solo sobre el lado oscuro del alma humana, sino también sobre el funcionamiento de la sociedad, la política, las instituciones. La muerte de Laëtitia sacudió tres pilares de la democracia: los medios, el gobierno y la justicia. Lo que intenté es subrayar los defectos de las democracias alrededor del mundo: la politización de un crimen y la instrumentalización del miedo por parte del gobierno. Y este “caso criminal” muestra además la verdad de nuestra sociedad: un mundo donde las mujeres son acosadas, asaltadas, golpeadas, violadas y asesinadas. La muerte de Laëtitia es el último eslabón de una cadena, su vida no puede ser entendida sin relacionarla con un fenómeno mayor: la vulnerabilidad de los niños dados en guarda y la violencia contra las mujeres.

Noticias: Usted ha escrito que, confrontado a esta historia, se ha sentido avergonzado de su género. “Laëtitia soy yo”, ha dicho.

Jablonka: No estaba hablando de mi cuerpo, ni de mi sexo o mi nacimiento como hombre. Quería pensar en los hombres como género. Mi libro trata sobre la violencia masculina, pero es también una reflexión sobre qué es o debería ser la masculinidad. ¿Tiene que ser sinónimo de machismo, violencia, agresividad, desprecio por las mujeres, lesbianas y gays, rendir culto a la fuerza y el poder? Por supuesto, sabemos que hay millones de padres, hermanos, novios, esposos que son extraordinarios. Ese no es el punto. Los hombres que Laëtitia, su hermana y su madre se encontraron a lo largo de sus vidas eran manipuladores, violentos y sexualmente agresivos. Esos hombres encarnan un tipo de masculinidad que es vergonzosa.

Noticias: Su libro, al menos para el lector extranjero, muestra una suerte de “lado B” de Francia: las áreas periféricas, las personas cuyas historias no solemos ver reflejadas en los libros o en los medios. ¿Era esta una decision consciente cuando empezó a escribirlo?

Jablonka: Como historiador, no podia limitarme a pintar un retrato psicológico de Laëtitia. Mi objetivo también era devolverla a su entorno, a su época, a su generación. Desde un punto de vista cultural, era una chica como cualquiera en Francia, en Argentina o en cualquier otra parte: pasaba horas frente al televisor, posteaba selfies en Facebook, se mandaba mensajes de texto con sus amigos todo el día. Más ampliamente, quise pintar un retrato del país “invisible”: el de los pequeños pueblos, la gente joven que empieza a trabajar desde adolescente, la clase baja que lucha contra la pobreza y el desempleo. Hacer que la gente “invisible” entre en la literatura y las ciencias sociales es, para mí, una apuesta democrática.

Noticias: Las historias basadas en hechos reales y escritas en primera persona, han crecido cada vez más en importancia. ¿Por qué sucede este fenómeno?

Jablonka: No soy el primer investigador o escritor que ha tenido interés por lo que algunos llaman “historias de crímenes reales”. Todo el mundo recuerda “A sangre fría” de Truman Capote o “El adversario” de Emmanuel Carrère. La diferencia entre esas obras maestras y mi trabajo es la perspectiva. Su fascinación va hacia el asesino, la mía va hacia el que está ausente, el que ya no está entre nosotros para contarnos lo que tuvo que atravesar. En segundo lugar, mientras ellos están más del lado del periodismo, yo uso un método, el de la investigación en ciencias sociales. Una de mis convicciones más fuertes es que un trabajo de historia puede ser a la vez un trabajo de literatura que muestre un retrato de nuestra sociedad.

Noticias: En el libro sobre sus abuelos estaba clara su implicación personal. ¿Qué fibra íntima tocó en usted la historia de Laëtitia?¿Encuentra puntos en común en la manera en que investigó y escribió ambos libros?

Jablonka: La noción de ausencia está en el corazón de mi historia familiar y, en consecuencia, de mi vida. En “Historia de los abuelos que no tuve” mi investigación comenzó a la vez como una biografía familiar, un acto de justicia y una extensión de mi labor como historiador. Existe una relación muy fuerte entre ese libro y la investigación que llevé a cabo para “Laëtitia”. No los contextos, por supuesto, pero el punto en común es cómo su muerte no solo destruyó sus vidas, sino también las huellas de sus vidas. Como mis abuelos, parece que Laëtitia nunca hubiera vivido. Mi misión fue escribir la historia de aquellos que están a la vez vivos y muertos –muertos porque su tiempo expiró, vivos porque todavía pertenecen a nuestra vida y porque se irradian hacia nosotros, como la luz de las estrellas desaparecidas hace tiempo. En Argentina creo que esto puede resonar de muchas maneras, debido a la cuestión de los desaparecidos durante la última dictadura.

Noticias: En ese sentido, usted ha dicho que su trabajo como historiador está llevado por el deseo de “reparar el mundo”. ¿De qué maneras cree que lo ha hecho contando la historia de Laëtitia?

Jablonka: Como otros casos, en la Argentina también, la muerte de Laëtitia nos sucedió a todos. Pudo haber sido nuestra hija o nuestra nieta. Ella quería desesperadamente ser amada, estar integrada en un círculo familiar normal. Reconstruir la vida de una joven anónima masacrada a la edad de 18 años es una manera –una manera humilde- de reparar el mundo. La historia es una ciencia, sí, pero también una voluntad de memoria y un acto de resistencia ante la injusticia y el olvido.

por Ana Wajszczuk

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