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POLíTICA | 11-01-2018 04:11

Marcos Peña: el hombre más poderoso del gabinete

Macri lo considera presidenciable y los funcionarios le temen. Bajo perfil en sus vacaciones. La declaración jurada más pobre. Su infancia contada por su padre.

Un par de mujeres mayores descubre al jefe de Gabinete, Marcos Peña, cuando se predispone a jugar un partido de fútbol a unos 500 metros del hotel donde descansa, en Guazuvirá, Uruguay. “¿Nos podemos sacar una foto?”, preguntan para iniciar la charla y ganar confianza. El funcionario accede. Pero cuando se acercan, empiezan a filmarlo y arrancan los reclamos: que así no se puede vivir en Argentina; que los robos, la violencia y las reformas que afectan a los jubilados...

A Peña la situación nunca parece escapársele de las manos: les dice que no es el lugar ni el momento. “Estoy de vacaciones, por favor”, les implora con toda la buena onda que le es posible y la parsimonia que lo caracteriza. Parece convencerlas, porque las mujeres se dan por satisfechas, se calman y se van. El jefe de Gabinete vuelve a internarse en la cancha de fútbol de Guazuvirá, el balneario uruguayo que desde hace unos años elige como destino para sus vacaciones.

Un escrache ínfimo como ese no amilana al jefe de Gabinete: sabe que las cosas en Argentina quedaron al rojo vivo con las reformas exprés que llevaron a cabo en diciembre. Pero entendió que era el momento de acelerar. Todo lo que sucedió pasó antes por su cabeza. Por algo el resto de los ministros lo llaman “el cerebro del PRO”. El hombre que tiene el tablero de ajedrez en la cabeza y sabe cuáles serán los próximos movimientos que dará el Gobierno.

El lugar que el funcionario de mayor confianza del presidente Mauricio Macri elige para vacacionar lo describe a la perfección. Está en Uruguay como el resto del Gabinete, pero lejos del glamour de Punta del Este. Guazuvirá es un pueblo que queda a 60 kilómetros de Montevideo por la Ruta Interbalnearia y sus playas están casi desoladas, incluso en enero. Allí no hay casas ni autos de lujo. No hay fiestas esponsoreadas y no llegan los flashes de las cámaras. Salvo por NOTICIAS, que el miércoles 3 de enero lo encontró y fotografió por segundo año consecutivo en el resort “El descubrimiento”.

Desde Argentina la orden para su grupo de trabajo era clara: no dar precisiones del destino donde estaba, para poder descansar. De hecho, su equipo de prensa intentaba despistar: “Creo que no va al mismo lugar. Va a otro balneario”, indicaban ante la pregunta de los periodistas.

Algo de cierto tenía: las vacaciones de Marcos Peña comenzaron en La Paloma, 120 kilómetros al norte de Punta, donde la familia de su esposa y sus hijos vacacionaban desde el 25 de diciembre y donde habían sufrido un pequeño robo. El jefe de Gabinete se les uniría el sábado 30 para pasar año nuevo. Luego sí, volverían a Guazuvirá.

En ese balneario los días son monótonos: ideales para descansar. Playa con sus hijos, tiempo con su esposa y deportes. Todo lo que, por su trabajo, se le complica hacer en Argentina. Conectado full-time al teléfono, monitorea que nada extraño pase. Pero la idea es despejar la cabeza hasta el 15 de enero, cuando volverá a la Casa Rosada.

El 2018 será un año de transición, sin elecciones. Pero puertas para adentro se juegan muchas cosas: se empezarán a definir candidatos para el 2019 y Peña sabe que tiene que hacer los movimientos adecuados para acomodar sus piezas: en el juego del poder no hay demasiado tiempo para relajarse.

El cerebro

El de Cambiemos es un gobierno repleto de CEOs. Y si bien Peña nunca lo fue, se mueve como uno. Los demás ministros lo definen como el director político del gobierno de Cambiemos. Macri lo sindica como su otro yo: lo que dice Marcos, se cumple a rajatabla. En su cabeza está la política del PRO. “No suele hablar de guita, para eso están Mario Quintana y Gustavo Lopetegui. Él habla de estrategias”, dice un ministro en estricto off the record.

Peña es tajante en sus definiciones, pero no en su personalidad. De hecho, sus pares consideran que no es para nada necio: “Escucha con interés, no es un tipo al que sólo debemos escuchar”, indica un funcionario que participa de muchas reuniones. Y agrega: “Pero cuando define qué se debe hacer, se baja eso. Él es Durán Barba. Su mejor discípulo”.

El jefe de Gabinete es el preferido de Macri. Lo es desde que el Presidente era jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires y él un treintañero que hacía sus primeras armas en la función pública. Así lo manifestó Macri en una reunión de Gabinete ampliada, en la que le dejó en claro al resto de los funcionarios quién mandaba: “Marcos con Quintana y Lopetegui son mis ojos y mi inteligencia. Cuando ellos piden algo, lo estoy pidiendo yo”.

El Presidente nunca deja de tirarle flores. Y eso lo coloca como uno de los tres presidenciables del PRO, a pesar de que sólo se sometió a las urnas para ser electo legislador de Buenos Aires. Ese tridente ofensivo que ya mira al 2023 está conformado, además, por María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta.

En Cambiemos consiguieron algo inédito, tanto para su partido como para la oposición: que la discusión se centre en el ’23. Como si para el ’19 ya estuviese consensuado que, de seguir todo dentro de ciertos parámetros, Macri continuará con un próximo mandato.

En la intimidad del partido, consideran que el CEO del Gobierno es el preferido de Macri para continuarlo. Pero en Cambiemos las encuestas mandan. Tanto que cuando hubo que decirle que no, se le puso un freno. Fue en el 2015, cuando él quería ser el compañero de fórmula de Macri. Pero el jefe no estaba convencido: Gabriela Michetti transmitiría valores que complementarían, Peña no sumaba nada. Enojo de por medio, el preferido de Macri aceptó bajarse: entendió, tras la elección, que habían hecho lo correcto.

En sus charlas íntimas, Macri suele decir que Peña es el único capaz de ponerle un freno. El Presidente, visceral, suele dejarse llevar más de lo debido con ciertos temas. Va por todo. Su alter ego es el encargado de serenarlo y de pensar políticamente. “Él lo suaviza”, comenta un ministro que casi fue arrastrado por una decisión de Macri. Le pidió a Peña que intercediera y el jefe de Gabinete convenció al Presidente de que era un error pedirle que se aleje. Le dio una nueva oportunidad.

Peña suele mostrar un nivel mayor de sofisticación que el Presidente. Logró tranquilizarlo también tras los incidentes de diciembre en el Congreso. Macri llegó a Casa Rosada enojado: si había manifestantes agrediendo, las fuerzas de seguridad debían ser más agresivas. Tenían que meter presos a todos. Su hombre de mayor confianza argumentó que no era la mejor jugada: que lo mejor era que la Policía de la Ciudad reemplace a Gendarmería y que no respondan a las agresiones. Así se hizo. Y otra vez, la jugada resultó ser la correcta.

La habilidad de ser frío y calculador en los momentos de mayor temperatura es innata, según refleja su padre. Félix Peña le cuenta a NOTICIAS: “El número 5 (como le dice a Marcos, su quinto hijo) muchas veces me paraba el carro cuando vivíamos en Washington y yo era subgerente del BID. Sobre todo cuando las realidades me excitaban. Tenía entre 8 y 10 años. Luego a sus 20, cuando ofició de mi asistente y chofer, lo consultaba y me decía que no con asiduidad”.

Por primera vez, públicamente, Peña no se rehúsa a la idea de ser candidato. “No he puesto mucha energía en eso, la he puesto en ayudar y trabajar con Macri”, aseguró a fin de año en una entrevista radial. Pero ya no es un no rotundo. “Todo cura quiere llegar a Papa”, dice un funcionario sobre sus intenciones de llegar al sillón de Rivadavia. “El problema está en que la mayoría ya no tenemos la edad para hacerlo. Marcos tiene recién 40 años”, completa.

El guardián de los CEOs tendrá una oportunidad en los próximos años. Sólo depende de él que el Presidente lo elija como la mejor opción. Y como su poder se erigió desde adentro, no en las urnas, sabe que colocar la mayor cantidad de funcionarios que le respondan en el 2019 será clave para sus aspiraciones.

Hombre fuerte

El 2017 fue el año en el que terminó de consolidarse como el líder en las sombras. Manejó la comunicación completa de la campaña legislativa. Tanto que, para ir a un programa de televisión o radio, los candidatos debían avisar y recibir el visto bueno de Jefatura de Gabinete. Usaban un excel que estaba permanentemente online y actualizado para saber el cronograma de medios de cada uno. Era tal el estrés al que los sometía que un ministro lo bautizó a sus espaldas como “el pequeño Stalin”.

En el día a día, pelearse con él (o con uno de sus dos vicejefes, Quintana y Lopetegui) es firmar el acta de defunción dentro del Gobierno.

El 2016 había terminado con las salidas de Isela Costantini, que un año después confesó: “A mí ‘me fueron’ de Aerolíneas en 5 minutos y sin anestesia”. Y con el pedido de renuncia al ministro Alfonso Prat-Gay, mientras Macri estaba de vacaciones.

En el último año la tendencia continuó. Carlos Melconian se fue del Banco Nación, aunque quería quedarse: “Me toca despedirme de un lugar donde del que no quiero despedirme”, había dicho en su salida. El director del PAMI Carlos Regazzoni perdió su puesto tras cruzarse con los intereses de Quintana y el ministro de Agroindustria Ricardo Buryaile se fue tras los cortocircuitos con Lopetegui.

Empoderados como nunca, Peña y los suyos se transformaron en la guillotina de Cambiemos. Tanto temor genera él que nadie habla sin su autorización: “Le voy a consultar a Marcos si le parece pertinente que conversemos”, contesta un funcionario ante las preguntas de NOTICIAS.

En la doctrina Cambiemos sucede algo que no tiene antecedentes: los funcionarios se van, pero casi no salen a ventilar sus enojos. Eso sucede por la promesa (o por la aspiración) de ser reubicados en otra función.

Rogelio Frigerio podría ser el próximo, apuestan algunos. Lo ven demasiado poderoso, con llegada directa al Presidente y a los gobernadores. Y a Peña no le gusta que nadie tenga demasiada autonomía. Su aspiración sería que el Ministerio del Interior sea comandado por Quintana, hombre de su riñón. “Cuando puede te acuesta”, dice un ministro. Y completa: “El tipo tiene buena onda, pero es político. No maneja una ONG”.

Vida íntima

En un gobierno de ricos, el funcionario que acumula más poder es el que presenta la declaración jurada más pobre. Vive en un departamento alquilado de Palermo Viejo, maneja un Volkswagen Suran del 2013 y declara unos modestos ahorros. “Quiero tener una vida normal y no perder el contacto con la calle”, les dice a los suyos. “Llevo a mis hijos al colegio porque no quiero arrepentirme en el futuro de no haberlos acompañado”, consigna en una entrevista radial. Claro que la normalidad se ve alterada por los cuatro vehículos y las dos motos que lo custodian.

En el 2017 tuvo un giro estético que es posible apreciar en la evolución entre la primera tapa que NOTICIAS le dedicó, en enero pasado, y estas nuevas fotografías. De repente el hombre común y un poco descuidado en su aspecto le dio paso a un look hipster, más moderno. Tinellizado. Canas y un jopo prolijamente armado; y una barba incipiente que fue la comidilla de sus colegas. “Trabajo todo el día y ustedes hablan de que me dejé la barba”, respondía ante las cargadas. La primera tapa que esta revista le dedicó tuvo repercusiones en las oficinas de la Casa Rosada. Ya se empezaba a ver a un jefe de Gabinete empoderado. Pero ese análisis no molestó a Peña. Le pesaron más las fotos en traje de baño (donde se lo veía con algunos kilos de más y por las cuales empezó una estricta dieta) y las críticas a cómo realiza una de sus actividades preferidas.

Un importante vocero lo charló con él y luego le transmitió el mensaje a este periodista: “Lo mataron con la nota”, dijo. Y completó: “Cómo van a decir que juega mal al fútbol”.

El primer equipo del que Peña fue hincha fue el de los Redskins de Washington. Luego, Boca lo obnubilaría. Los viajes son otra de sus pasiones. En su memoria aún resalta el que realizó con su amigo Enrique Avogadro (flamante ministro de Cultura de la Ciudad) cuando terminó Ciencias Políticas. Eligieron viajar por China, un gigante dormido que asomaba la cabeza en el 2001. Antes de irse contrataron a un experto en temas asiáticos para que les diera un seminario. A la vuelta de aquella travesía se hizo un tatuaje zen que aún luce en su antebrazo derecho: un símbolo chino que significa “armonía”.

“Siempre supo lo que quiso”, dice su padre. Cuando tenía 8 años, en esas largas caminatas en Washington ya le interesaba demasiado la política. Por eso en su familia no sorprende que a los 40 años sea el guardián de un gobierno de CEOs, mayores y más ricos que él, pero que lo respetan y le temen.

Es un año clave para sus aspiraciones futuras: tendrá que hacer los movimientos adecuados para conservar el poder que logró en dos años de Gobierno. Está convencido de que su turno de ocupar el sillón de Rivadavia, en algún momento, llegará.

 

Por Pablo Berisso, Carlos Claá

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Pablo Berisso

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Redactor especial.

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