Thursday 28 de March, 2024

OPINIóN | 24-03-2018 00:28

Putin for ever: El detrás del triunfo electoral del líder ruso

El poder invencible del hombre que restauró el orgullo nacionalista eslavo y puso a Rusia de nuevo en el tablero estratégico mundial.

Vladimir Putin es un déspota que, mientras tenga el poder, hará del Estado de Derecho y de la institucionalidad republicana el ropaje que cubre la naturaleza autocrática de su gobierno.

Pero no es un déspota más entre los tantos que han habitado el Kremlin. Con la astucia de un lobo siberiano y la sangre fría de Iván el Terrible, ha reconstruido el orgullo nacionalista ruso y lo ha convertido en su fortaleza inexpugnable.

Primero le curó las heridas que le habían causado los mujaidines afganos. Después lo vengó a sangre fuego de la derrota frente a los independentistas chechenos en la primera guerra del Cáucaso.

Con expansiones territoriales siguió alimentando el nacionalismo ruso. Primero sacando al ejército georgiano de Abjasia y Osetia del Sur, y después devolviendo a Rusia su perla del Mar Negro que Nikkita Jrushev había entregado a Ucrania en la era soviética: la península de Crimea y su estratégico puerto de Sevastopol.

El nacionalismo ruso rescataba el orgullo imperial que había quedado sepultado en los escombros de la URSS y había sido avergonzado por las borracheras y desvaríos de Boris Yeltsin. Con Putin, el pueblo ruso volvía a sentirse protegido por un líder implacable. Ese que respondía con masacres a los atentados y las incursiones terroristas.

Sólo quedaba restañar la proyección imperial que Estados Unidos le había recortado en las guerras de Bosnia-Herzegovina y Kosovo, donde cayó doblegado el eslavismo pro-ruso que expresaba Serbia.

La intervención militar en Siria le devolvió la confianza al gigante eslavo que había tenido que observar impotente como se terminaba de desmembrar Yugoslavia y la OTAN demolía el régimen de Slobodan Milosevic.

Salvando el gobierno de Bashar al Asad cuando parecía acabado, Vladimir Putin obtuvo el primer resonante éxito militar de Rusia lejos de sus fronteras.

Mientras restauraba el prestigio del ejército en los campos de batalla y preparaba el reinicio de la carrera armamentista produciendo un misil para doblegar los escudos defensivos norteamericanos, el jefe del Kremlin planteaba su ofensiva más importante y global: lanzar acciones en las redes para influir en resultados de comicios y plebiscitos realizados en cualquier parte del planeta, mientras ensayaba ataques cibernéticos preparando lo que sería el verdadero combate en una Tercera Guerra Mundial. Ese ataque apuntaría a la total paralización energética del país atacado.

Probablemente, el mayor éxito de Putin en la creación de un poderío global ruso, haya sido la llegada a la Casa Blanca de Donald Trump. Está claro que hackers rusos lanzaron una ofensiva en gran escala para que perdiera Hillary Clinton y se convirtiera en presidente un personaje al que Putin podría controlar, o bien por pactos preexistentes entre ambos, o bien por disponer de instrumentos que le permiten chantajearlo.

Las investigaciones del fiscal general Robert Mueller tendrán la última palabra sobre la mano de Putin en el trayecto de Trump hacia la presidencia. Mientras tanto, la centralidad creciente de Rusia en el tablero estratégico mundial crea tensiones cada vez más sísmicas.

Detrás de los envenenamientos perpetrados en Gran Bretaña, o bien está el presidente ruso, o bien está alguien que quiere que culpen al presidente ruso. Al mismo tiempo, en Europa crecen movimientos ultraderechistas que alaban al jefe del Kremlin y proponen su modelo de liderazgo. El liderazgo hegemónico que le devolvió a la mayoría de los rusos la confianza en su país, al rescatarlo del caos económico y la anarquía institucional que reinaban cuando Putin entró al Kremlin.

Boris Yeltsin le abrió el camino hacia el poder. El último presidente de la Rusia soviética y primero de la Rusia pos-soviética, necesitaba alguien que le cubriera la retirada para que dejar el gobierno no le implicara ir a la cárcel por la mega-corrupción que había administrado su hija menor Tatiana Diachenko. Yeltsin creyó en el ex agente del KGB al que convirtió en primer ministro. Y Putin no lo defraudó. Le protegió las espaldas a su mentor, aunque destituyó a Tatiana, mientras se preparaba para conquistar la presidencia en las urnas. Y una vez alcanzada la cumbre, reconstruyó el poder según la cultura política moldeada por el Estado que creó Iván el Terrible en el siglo XVI. Y esa cultura es la autocracia.

Eterno. Para perpetuarse en el poder como Mao Tse-tung, el actual presidente chino, Xi Jinping, hizo que el XIX Congreso del Partido Comunista abriera la posibilidad de eliminar el límite de dos mandatos que suman diez años. A renglón seguido, se estableció institucionalmente la continuidad de Xi en la presidencia.

Por el contrario, Putin no hizo una reforma constitucional que habilitara su reelección sin límite. Ese límite sigue siendo de dos mandatos consecutivos, pero sin tope para la reelección no consecutiva. Por eso Putin, al concluir sus dos primeros mandatos, dejó la presidencia en manos de su fiel colaborador Dmitri Medvediev, quien tras ejercer un solo mandato, le abrió el paso para dos nuevas reelecciones. Mientras Putin fue primer ministro, Rusia entera sabía que él, y no el presidente Medvediev, era quien detentaba realmente el poder.

Cuando en el 2024 concluya este segundo mandato, puede repetir la jugada con Medvediev. Si lo hace, seguirá siendo el dueño del poder. Aunque las elecciones no sean transparentes y a los verdaderos opositores con chances de hacerse fuertes no los dejen competir, como ocurrió en este comicio con Alexei Navalni, lo cierto es que Vladimir Putin tendrá las mejores chances de obtener más votos que sus contrincantes, a pesar de sus crímenes de guerra y de sus presuntos asesinatos políticos dentro y fuera del país.

Con o sin trampas, es el preferido de las mayorías, porque su ideología es la cultura política de Rusia, el pan-eslavismo y el nacionalismo euroasiático.

por Claudio Fantini

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